Mi familia ante un suceso extremo

La adversidad compartida es nuestra oportunidad para que nadie diga que no tienen quien los cuide o se interese por ellos.


Familia y encierro


La primera y única pregunta que tendría que hacerme es ¿realmente soy parte de mi familia? El modo como me comporto ante esta circunstancia extremosa, inesperada y única es cooperativo, comprensivo y busco que los demás no sufran tanto, o todo lo he agravado con mi actitud. Si sigo así mis reacciones en la sociedad también serán anticívicas y destructivas.

Aunque nos parezca que haya pasado mucho tiempo de confinamiento, dos semanas no son tanto y, sin embargo, suficientes para revisar qué hemos hecho y cómo hacerlo mejor porque no sabemos cuánto falta para volver a la normalidad. El futuro es incierto, pero lo podemos agravar si no rectificamos una serie de acritudes y enfoques altamente desagradables.

Partir de un hecho contundente: si alguien decidió vivir solo, no extrañaba la compañía simplemente porque fue su decisión. Ahora que está obligado a seguir así y ya no es autónoma esa circunstancia, comenzará a replantearse el volver a tener compañía en el hogar. El aprendizaje es que no sólo lo que planeamos nos debe hacer felices.

Si vivimos en compañía es probable que el estar juntos las veinte y cuatro horas del día nos acarree tensión agravada por la incertidumbre de la duración de este lapso y de los problemas que necesariamente nos traerá esta circunstancia, tan extraordinaria. Ni por mucha imaginación que tengamos sabemos cómo resolverla. Excede nuestra experiencia, y como es global, también excede las previsiones y las mentalidades de los afectados.

Un hecho increíble está en que vivamos acompañados o aislados, este fenómeno nos saca de la soledad, todos compartimos el temor a contagiarnos, todos llevamos un estilo de vida muy semejante, todos sufriremos los mismos problemas por el paro del ritmo de trabajo o de negociaciones. Por eso, todos sabemos, sin temor a equivocarnos, que necesitamos inyecciones de esperanza.

La soledad deja unas heridas psicológicas y morales muy graves, y ahora, cada uno puede ser terapeuta acertado si tratamos de aliviar en los demás lo que cada uno está sintiendo y temiendo. Hay que pensar en los demás y minimizar nuestro egoísmo. Todos tenemos la receta: haz a los demás lo que quisieras que hagan contigo.

De manera personal conviene revisar de qué adolece mi familia para darle la terapia necesaria para fortalecerla o resucitarla. Cada uno está equipado para lograrlo. No necesitamos ni respiradores ni ningún otro aparato, de nosotros necesitan nuestra atención, comprensión y cariño para fortalecer la seguridad y la unión. La adversidad compartida es nuestra oportunidad para que nadie diga que no tienen quien los cuide o se interese por ellos.

Algo muy concreto que podemos hacer es recuperar la escucha de los problemas de los padres, de los hijos, interesarse. Dejar la comunicación mediada para quienes están lejos. En la casa vernos a los ojos, advertir las expresiones de los rostros. Entretenerse, entreteniendo. Encontrarse, reencontrándose. A partir del fortalecimiento de nuestra propia familia podremos pensar en quienes no tienen ni techo ni personas que estén cerca, y plantear detalles de solidaridad social.

Una convivencia tan cercana y prolongada nos pone nerviosos entonces hay más tendencia a ver los defectos de los demás y no tanto sus cualidades. Por eso, estar alerta para no quejarse y culpar a los demás del mal humor porque nos gusta encontrar culpables y salir ilesos. Esto es una injusticia. Mucho mejor es advertir qué aspectos de mi modo de ser les molesta para empeñarme en cambiar. Esta es una manera no fácil pero muy eficaz para construir y no destruir a la propia familia.

Es de agradecer cómo han proliferado las páginas web que ofrecen actividades culturales. Es bueno ocupar un tiempo para disfrutarlas y compartir esos eventos en ratos de diálogo con los demás. Así les podemos abrir horizontes y cultivarlos. Recuperar la comunicación verbal, incentivar el pensamiento y la solución de problemas haciendo preguntas que descubran nuevos campos del saber.

Este suceso a nivel mundial, sirve para revisar el papel del ser humano. Su contacto con la naturaleza no es respetuoso. Nos tiene que llamar la atención que muchos sitios han recuperado el buen estado de sus lagos y ríos, es el caso de Venecia. Las soluciones han sido parciales y benéficas para los más “listos”, por ejemplo: no está bien resuelto el sistema de drenajes o de abastecimientos de agua, tampoco la renovación de los recursos naturales. Lo mismo se puede decir de la limpieza en la atmósfera. Algo no estamos haciendo bien. Es necesario replantear el uso de los bienes.

También el ser humano sufrió un duro golpe a su ego. Pensábamos que habíamos alcanzado el dominio de todo gracias a los avances de la ciencia, podíamos hacer lo que quisiéramos y, un virus vino a demostrarnos que algo tan pequeño ha puesto en jaque a la humanidad. Adiós a los sueños de emancipación, de independencia y de plenipotencia.

Queda pendiente el modo de resolver los problemas económicos. Ojalá este tiempo de espera nos haga más solidarios y abiertos a los intereses de todos. Desterrar el deseo de aprovechar las necesidades de los más pobres para explotarlos. O el afán de obtener ganancias desmedidas a costa del bienestar de los menos preparados.

Esta crisis también nos ha enseñado que sucesos de la vida ordinaria que antes no eran noticia ahora sí lo son, como el servicio que prestan a nuestros cuerpos los médicos, los enfermeros y las enfermeras, los cuidadores, los voluntarios. Y al alma los sacerdotes. Lección para los comunicadores y para revalorarlos en familia.

Hay muchos otros profesionistas que merecen nuestro agradecimiento, pues siguen haciendo su trabajo para satisfacer nuestras necesidades básicas como el personal de las tiendas, de los servicios de limpieza, del transporte, etcétera.

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