Más sobre ley y autoridad

Hemos visto el fenómeno de la oposición entre partidos que incluye también oposición a las leyes, cada partido propone las suyas. Esto lleva a un peligro tremendo pues si un partido tiene leyes auténticas el otro por mostrar un antagonismo absoluto propone lo contrario. Obviamente esto es absurdo. La ley auténtica es para todos, la política sea cual sea ha de apoyarse en la verdadera ley. Por lo tanto, este no es un asunto negociable. Y si lo fuera estaríamos en el error más grave.

La ley verdadera tiene su fundamento en la ley de Dios que al ser Creador de todas las cosas sabe cómo hemos de proceder y cómo hemos de tratar a las criaturas, especialmente a las personas. La ley de Dios no es partidista es para beneficio de todos. En quien está al frente de cualquier tipo de sociedad la ley es fundamental y someterla a otros intereses es gravísimo desorden. Si eso sucediera, es seguro fallar y confundir a muchos. Con lo cual se desdibuja el bien social y eso atenta contra la humanidad. El contenido de la ley divina fundamenta a toda ley, si no está este fundamento no hay ley. Además, debemos respetar el orden de la tierra que este Ser Superior ha puesto en el mundo.

Alterar la ley lleva al absurdo más grande y provoca: “todo se puede”, “todo da lo mismo”. Con lo cual “la verdad es mentira”, “el bien es mal”, “lo bello es feo”. Al eliminar el fundamento se destruye el diálogo, la comunicación y si alguien intentara recuperarlas podrá ser acusado de imponer su criterio y discriminar. Sólo con observar los sucesos a nuestro alrededor podremos dar muchos ejemplos.

Volviendo a la ley de la autoridad, tampoco podemos afirmar que si tal autoridad dicta una ley verdadera, todas las demás que proponga serán verdaderas. Tampoco sucede lo contrario si da una ley errónea todas las demás lo serán. Por eso cada pronunciamiento ha de seguir un proceso justo y verdadero tanto en la fundamentación como en la aplicación de leyes nuevas.

Muy cercano al tema de la ley está el de la corrupción, pero ésta se da porque falta la ley. En todas las sociedades del mundo vemos variados ejemplos derivados de esta carencia tan degradante. Los medios de comunicación aprovechan la curiosidad mal sana de los lectores para difundir lo relacionado con la corrupción y en la actualidad les falta espacio para poder darnos a conocer tantos tristes acontecimientos. Si no hay ley o no se aplica hay corrupción.

Sin embargo, el mal y sus consecuencias -una de ellas la corrupción- tienen intrínseca la carencia y tarde o temprano desaparecerán. Al tocar fondo y pensar que no saldremos de la decadencia, sucede un resurgimiento porque la buena noticia es que todas las personas estamos diseñadas para alcanzar la felicidad, y la auténtica felicidad es lograr la plenitud que nos corresponde. Ésta consiste en llevar a cabo nuestro desarrollo en todos los aspectos. Y el desarrollo de cada quien tiende al bien y a la verdad. Eso es una realidad inscrita en lo más profundo de cada persona. La Historia nos da la razón, tras las decadencias han surgido mejores épocas.

Generalmente el tema de la ley ocupa muy poco espacio en la educación, por eso, conviene repasar sus beneficios. En sentido básico, la ley expresa un deber ser. Por eso, incluye desde modos naturales de ser o de proceder, pasando por recetas e instructivos hasta los estatutos de una organización y por último las leyes para asegurar la conducta humana en el campo del bien. Cada ley exige sus respectivas sanciones. En las más elementales el castigo consiste en obtener procesos fallidos, en las leyes que rigen la moralidad se necesitan castigos más o menos severos, según el grado de desajustes provocados. El castigo fortalece los efectos de la ley.

Mientras más alto sea el nivel de la autoridad más responsabilidad tienen de conocer la ley, respetarla y hacer que la respeten. Por eso, en el nivel moral la obligatoriedad requiere de sanciones que muevan eficazmente a la buena conducta. A su vez las sanciones han de aplicarse con justicia. Quien tiene autoridad es ejemplo para las decisiones de las personas a su cargo. La autoridad tiene una gran responsabilidad social, como la tenemos todos, pero a ella se le exige ir por delante.

Un gobierno poco humanista con medidas técnicas y sólo de procedimientos, anula darle la prioridad a las necesidades reales y a los intereses auténticos del pueblo. Entonces menosprecian los valores humanos, las solicitudes y las iniciativas de los ciudadanos. Esto se contrarresta si se reconoce la primacía de toda persona. Solamente así es posible contribuir a la construcción de una mejor sociedad tomando en cuenta la fraternidad, la solidaridad y la justicia.

Para lograr al buen desempeño de la autoridad es necesario estar convencidos de la indispensable guía de la ley. Desgraciadamente lo más frecuente es considerar la ley como una imposición molesta y si se puede, mejor evadirla. Eso es tremendo pues propicia el desorden. Por eso la educación ha de incorporar el tema de la ley en todos los niveles. En todos, desde la infancia.

Quienes por profesión imparten la ley y la conocen tienen una gran responsabilidad moral. Si la violan aumentan su culpabilidad. Además, deben velar por la veracidad de las leyes recogidas en las Constituciones, deben estar en conformidad con la ley natural para ser auténticamente leyes. Las que contradicen la ley natural no son leyes vengan de quien vengan.

Los demás no nos podemos escudar en no ser expertos en Derecho o en Moral. Todos tenemos impresa la ley natural que nos inclina a actuar de la mejor manera. La ley natural fomenta el auténtico bien y nos alerta para no actuar mal. Esto no excluye las posibilidades de agredir, culpar, extorsionar. Sin embargo, la voz de la conciencia siempre se deja oír y también tenemos la capacidad de darnos cuenta de que al mentir o cometer un ilícito y ocultarnos se duplica la maldad: uno es por causar un mal social, el otro es porque al ocultarnos se induce a culpar a inocentes, a pensar mal de otros, o a castigar injustamente.

Aunque el panorama sea muy negativo hemos de esperar los efectos de la ley natural impresa en todos, del sentido común y del resultado de las buenas obras realizadas, aunque sean pocas. No perder la esperanza, a todos nos interesa el bien común y preocuparnos por los demás. Confiemos en la transformación interior, que cambiará actitudes y corazones.

Te puede interesar: Ley de la autoridad

* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

@yoinfluyo

Facebook: Yo Influyo

comentarios@yoinfluyo.com

Compartir

Lo más visto

También te puede interesar

No hemos podido validar su suscripción.
Se ha realizado su suscripción.

Newsletter

Suscríbase a nuestra newsletter para recibir nuestras novedades.