Cuando era secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon reconoció el papel fundamental de las madres en la familia, como una poderosa fuerza de cohesión e integración social.
Hay evidencias que están por encima de cualquier raza, de cualquier nación, de cualquier sistema de organización humana o de cualquier creencia. Todo ello es un mensaje de comunión y de pertenencia a una sola familia humana. Consciente o inconscientemente todos deseamos que esas realidades se cuiden para la buena marcha del desarrollo.
Sin embargo, el ser humano es la única criatura que, con el mal ejercicio de su libertad, puede hacerse daño. Al sembrar la enemistad rompe lazos que con frivolidad desprecia y deja de recibir los beneficios del diálogo, de la confrontación de puntos de vista y de la puesta en común para resolver los problemas con más acierto. Mutila la posibilidad de contar con un panorama más amplio que el de su limitado horizonte.
Estas evidencias básicas son: la persona humana no debe estar sola. Por eso cuenta con un sistema para propagar su especie. El hecho de existir como hombre o como mujer, expresa la complementariedad necesaria para traer al mundo nuevas criaturas de su misma especie. Esas vidas incipientes, para alcanzar su desarrollo, necesitan de la prolongada presencia de los dos progenitores, ese ámbito que arropa la complementariedad de los dos sexos y la procreación es la familia.
Así, a lo largo de los siglos, se fue poblando la Tierra, las relaciones se complicaron. No todo era ayuda mutua, incluso las dos guerras mundiales pusieron en una alerta tan grande que se creó un organismo –la ONU– para cuidar, desde un plano superior, todos los aspectos imprescindibles para la protección de la vida humana. Ese organismo velaría por todos sin ningún tipo de discriminación. Por supuesto, advertiría de todo aquello que se opusiera a los fines fundacionales.
Han transcurrido 75 años de esa fundación. Las ideas tan claras en un principio ahora se ven traicionadas, y hemos de volver a lo fundamental, a lo que no evoluciona porque es garantía para conservar nuestra subsistencia sin deteriorar ni un ápice la dignidad de toda persona, sin excluir a ninguna sean cual sean sus creencias, su educación, sus preferencias.
El primer fruto del arranque de la ONU fue la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Declaración cuyo origen está en la lectura directa de la naturaleza humana, en la verbalización de lo manifiesto en hechos universales a lo largo del tiempo y de la geografía humana. Por lo tanto, son valores universales, inviolables e inmutables. No son acuerdos circunstanciales para resolver problemas concretos. Si de eso se tratara sería legítimo pensar en una actualización, pero como no es así lo definido no es susceptible de variación.
Esa Declaración reconoce a la familia como unidad grupal natural y fundamento de la sociedad con derecho de la protección de la sociedad y del Estado. En ese mismo nivel señala que la maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencias especiales.
Cuando era secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon reconoció el papel fundamental de las madres en la familia, como una poderosa fuerza de cohesión e integración social. La relación madre-hijo es vital para el desarrollo saludable de los niños. Los múltiples desafíos del mundo cambiante, no menguan la importancia intemporal de las madres y su inestimable contribución a la crianza de la próxima generación.
Esta claridad manifestada en la exposición original de los Derechos Humanos cada vez se diluye más, por una postura permisiva que admite todo tipo de opiniones, con lo cual se ha dejado abierta la puerta a quienes con toda premeditación, alevosía y ventaja están empeñados en desdibujar la realidad de la vida humana con el fin de destruirla.
Una muestra de este tipo de actuación fue palpable en la reunión anual de este año, de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer. Aunque por el problema de la pandemia, el evento sólo ocupó un día, a diferencia de otros años con duración de diez días, no se abordaron los temas del papel de la madre y de los cuidados de la maternidad. Asuntos que demandan una enérgica aclaración, para afrontar las presiones impuestas en todos los pueblos para legalizar el aborto y promover la ideología de género. La voz aclaratoria que debió lanzar su mensaje enmudeció.
De esta manera, no se contrarrestan los nocivos efectos de las ONG financiadas por George Soros y de la controvertida Open Society, que propagan y financian la mentalidad abortista y el movimiento transexual.
No es arriesgado afirmar que el deterioro extremo de las costumbres tiene su origen en la corrupción de lo más sagrado de la vida humana: el útero materno y la profunda identificación con la realdad de ser hombre o mujer para asumir las responsabilidades personales y sociales que son ineludibles por su trascendencia.
Ya no se puede esperar, es urgente tomar medidas y administrar la justicia para detener males mayores. Que tal vez ya los hay porque los estamos sufriendo ya. De todos modos, siempre se puede poner freno y detener a tantas fuerzas nocivas que confunden y anestesian las conciencias. Realmente nada hay más grave que convertir la urdimbre femenina, hecha para dar vida, en un campo de guerra para dar muerte a un ser indefenso que ella misma ha engendrado… Si se corrompe a la mujer es segura la corrupción total.
Toda persona que considere la posibilidad de abortar o tener dudas sobre su identidad, tiene derecho a recibir información precisa y apropiada. El lenguaje debe ser claro, veraz y entendible para estar en condiciones de tomar la decisión adecuada y asumir los riesgos asociados a la elección. Fuera engaños.
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