Toda vida humana deja una huella que no es producto del instinto, sino del efecto de pensar, estudiar, actuar, transformar, mejorar y sobre todo amar a los demás para compartir logros y beneficios.
Cuando algo nos pertenece, por ser cotidiano, por acompañarnos siempre, porque lo damos por supuesto, porque ordinariamente no consideramos el peligro de perderlo, porque también los demás lo tienen, porque no es canjeable, porque no lo podemos vender ni en partes, porque nos acompaña durante nuestro paso por la Tierra, la costumbre nos impide valorarlo.
Además, intervienen las costumbres. Esto sucede en nuestro país con nuestra vida. Fácilmente no la valoramos porque la muerte nos resulta cercana, e incluso bromeamos sobre ella. El folclore mexicano lo recoge en muchas canciones: “La vida no vale nada…”. La canción se equivoca, la vida humana sí vale mucho, pero oír la letra de esa canción deja huella, aunque no queramos.
Se detienen a estudiar la vida los médicos, los filósofos y algunos más como los abogados, que indican una serie de sanciones a quienes atentan contra ella sin motivos justificados. Personalmente reflexionamos sobre ella cuando falla algún aspecto, o cuando quieren incrementar su rendimiento como los deportistas.
Sin embargo, las criaturas que tienen vida, con ella poseen una serie de cualidades asombrosas. Son capaces de encontrar la manera de conservarse, buscan recursos para sustentarse o para recuperar la salud, detectan los peligros y los afrontan si tienen las fuerzas requeridas o huyen si no las tienen. Además, procuran la permanencia de su especie con la reproducción.
Pero entre los vivientes que habitan nuestro planeta, hay una especie que manifiesta la superioridad sobre las demás criaturas, son los poseedores de vida humana: las personas. Ellas tienen la capacidad de organizar a los otros seres vivientes o no, y aprovechan sus cualidades, pero también los cuidan e investigan el modo de encontrar mejorar su estado.
Aunque lo más importante de quienes tienen vida humana es lo que hacen consigo y las relaciones que establecen con los semejantes. Aunque cuentan con un instinto natural que les ayuda, esta capacidad es superada por su modo de conocer y su modo de actuar porque son libres. La libertad les hace ser dueños de su propia vida y convivir con los de su especie para superarse. Establecen relaciones con todos, pero admirablemente lo pueden hacer también con Dios.
Esta reflexión sobre la vida humana nos tiene que mover a defender lo que es grandioso, lo que reciben otros seres humanos, tengan la edad o las peculiaridades que tengan. Lo primero es respetarles porque poseen el don más grande que se puede recibir y hay que ayudarles a conservarlo. Nadie tiene derecho a quitar la vida humana. Sólo Dios cuando llama a cada uno.
Desgraciadamente, en la actualidad somos testigos de un fenómeno generalizado en muchos países: de opinar, con bastante superficialidad, sobre la vida humana en el inicio o en las etapas de edad avanzada o de precaria salud. En estos periodos, cuando surgen inconvenientes, se está tratando de resolver los problemas eliminando la vida con el apoyo legal.
Cuando se sacuden los problemas y las soluciones van en la línea de eliminar, soslayar o destruir, en el fondo existe desencanto, desconfianza del ser humano respecto al mismo ser humano, se pierde el sentido de la realidad y se diseñan escapes absurdos. Los peores son aquellos en los que se destruye la vida humana. Gran pérdida en donde todos salen dañados.
Entonces es necesario recuperar la objetividad, redescubrir la herencia de nuestros antecesores y recuperar la responsabilidad ante las futuras generaciones. No podemos claudicar, contamos con ejemplos cotidianos en donde cada persona se beneficia y beneficia a los demás al trabajar con nobleza. Y no sólo influye en su entorno, también en el futuro: hace historia.
Toda vida humana deja una huella que no es producto del instinto sino del efecto de pensar, estudiar, actuar, transformar, mejorar y sobre todo amar a los demás para compartir logros y beneficios. A la vez, hay conciencia de que se puede hacer lo contrario: perjudicar, atacar, agraviar y, para eliminar estas posibilidades se puede pedir ayuda a quienes son fuertes en la virtud. Este es el claro-obscuro de la vida humana.
La vida humana es teórica y práctica. Consiste en aprender, ejecutar y colaborar. La ayuda mutua no es meramente teórica ni solitaria, sino también práctica y comunitaria. Especialmente con los más frágiles o los más vulnerables. Estos grupos los conforman naturalmente los niños y los ancianos, y además los enfermos o minusválidos. Estos servicios engrandecen el sentido de la vida humana.
El ser humano por naturaleza es comunicador, participa sus logros, comparte sus esperanzas y descubre que solo puede avanzar, pero con los demás llega muy lejos. Todos interactuamos con los seres, aprendemos y dejamos huella. Tenemos interioridad y exterioridad, somos muy diferentes a las demás criaturas.
No somos un eslabón más de la cadena de criaturas o del producto de la evolución, buscamos significados. Hay algo muy superior, la espiritualidad que promete trascendencia y permanencia. Esto es, un más allá que satisfaga lo que no nos satisface en el aquí y ahora. Está bien fomentar relaciones con los animales, pero de ningún modo sustituyen a la de otros seres humanos.
Además, por la espiritualidad podemos establecer relación con el Ser Supremo, de hecho, Él nos diseñó como somos y nos deja un camino abierto. Aceptar esta oportunidad concreta el eslabón más alto al que puede acceder la persona humana. Como siempre, si la acepta. Por todo lo anterior, pero sobre todo por esto último, la vida humana es invaluable.
Nuestra respuesta sensata es cuidarla, respetarla, admirarla, agradecerla.
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