La educación busca el desarrollo perfectivo de toda persona. Requiere impartir conocimientos veraces e impulsar a adoptar una vida moral, es la que busca el bien personal y el de los demás. Los esfuerzos por alcanzar esas metas fundamentalmente están en la familia y fortalecidos en la escuela. Además, es imprescindible un entorno sano, limpio.
Hay un fenómeno absolutamente destructor de los efectos de la educación, se trata de la pornografía. La pornografía hace referencia al material que representa actos sexuales o actos eróticos para excitar al receptor. El medio más común es el visual, pero lo hay también auditivo. Está en cine, literatura, internet. Este último es el más cercano. Con lo cual se pervierte todo ambiente.
La pornografía es adictiva y provoca los efectos de cualquier droga. Dada la cantidad de recursos es fácil encontrarla y puede entrar a cualquier ambiente: familiar, laboral, recreativo. Y como es una industria cuando se detecta alguien interesado, le ofrecen todo tipo de recursos para engancharle. El sector más inerme es el infantil y el juvenil, agravado el acceso por la facilidad en internet. Esto quiere decir que la pornografía ya está en el hogar.
Son lógicos los esfuerzos para contrarrestar los efectos de la pornografía desde las instituciones educativas. Recientemente la UPAEP organizó algo al respecto para ofrecer a los jóvenes recursos y poder blindarse contra esos productos e informarles de las consecuencias adictivas a las que se exponen si caen en esa trampa.
Sin embargo, es preciso recordar a los padres la primordial obligación de educar a su prole. Ellos los han traído al mundo y eso mismo los hace primeros y primordiales educadores. Este derecho-deber nadie lo arrebata, hay auxiliares, pero la educación familiar difícilmente puede suplirse. La familia es el medio más adecuado para introducir a los hijos en la sociedad y enseñarles a sortear las influencias nocivas.
Además de la responsabilidad de los padres, hace falta revalorar la belleza de la sexualidad y las dos maneras de concretarla: en lo masculino y en lo femenino. El hombre y la mujer tienen sus propias características y además cada uno aporta lo propio para unirse y poder procrear. Es un diseño hermoso, atractivo y trascendente. La perversión de lo óptimo es pésima.
Desgraciadamente la pornografía incita al mal uso de la capacidad unitiva y generativa de la especie humana. De raíz se viola lo más natural de las bases del amor entre un hombre y una mujer, por una curiosidad mal sana, una explicación perversa y fuera de tiempo, además de promover su práctica inadecuadamente y en las circunstancias totalmente indebidas.
La pornografía es equiparable a la glotonería, compararlos ayuda a ver lo desagradable y repugnante del mal uso del poder generativo y del poder nutritivo. Este vicio de la gula animaliza a la persona, come por placer y de momento es desagradable a la vista. Las consecuencias causan deformidad en el cuerpo y desorden vital en la salud.
La pornografía también hiere intrínsecamente a la persona, de modo que pervierte su capacidad de amar. La pornografía lastima a la persona, de modo que pervierte su capacidad de amar. No piensa en el respeto y el honor que merece la otra persona, solamente busca el placer y una vez satisfecho hay empalago y se incursiona en nuevas experiencias. La vida sexual se vuelve un tobogán sin freno. En esto consiste la adicción, y a veces se combina con otras adicciones.
Si la pornografía es perniciosa en la adultez, lo es mucho más cuando se desarrollan esos hábitos desde la niñez, porque la huella es más profunda y más arraigada, combatirla es mucho más difícil, aunque no imposible. Pero sí provoca muchas penurias no sólo para el o la adicta, sino también a quienes les rodean, especialmente a los más cercanos.
La corrupción de lo óptimo es pésima, y es necesario insistir. Porque el sexo es un diseño divino. El primer hombre estaba solo y se dio cuenta de ello cuando Dios le dio a una compañera. En ese momento disfrutó de una compañía a su altura y de una capacidad de comunicación íntima, biológica para procrear, espiritual para enriquecer y potenciar mutuamente la intimidad.
Es tremendo el mal que se produce al ver la sexualidad con ojos de vicio. En la niñez esa corrupción produce heridas de muerte. Muchos padres desconocen este tema y con frecuencia, por comodidad, lo rechazan en sus hijos. Es necesario abrir los ojos y prevenir o corregir si se han descuidado.
Sin embargo, hay todavía una circunstancia más crítica. Es cuando alguno de los progenitores o ambos tienen esa adicción. Tarde o temprano los hijos los descubren y guardan el secreto, pero con frecuencia siguen ese ejemplo. Los hijos tienen una cercanía especial con los progenitores y tanto el buen ejemplo como el malo es imborrable. Por esta razón el mal ejemplo de los padres es contrario a la justicia natural.
El cerebro de los niños no está preparado para ubicar las imágenes pornográficas y causa una percepción errónea de la sexualidad, con el peligro de adquirir comportamientos inadecuados o dañinos. Todo ello puede provocar un deseo sexual distorsionado que a su vez lleva a insatisfacción, complejos y disfunciones. Incluso puede llegar a alterar las estructuras cerebrales por la adicción.
Además, la persona adictiva tiene baja autoestima, se cree incapaz de superarse y por esta razón puede caer en conductas peores como la violencia o ser proclive a otras adicciones como el abuso del alcohol o las drogas. Es necesario estar atentos y llegar a tiempo. La sociedad contemporánea en este tema es permisiva y ha dejado crecer ambientes muy deteriorados.
Si los padres descuidan los cuidados, están exponiendo la felicidad de sus hijos.
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