Evidencias de lo poco que nos valoramos se muestra en lo poco que nos cuidamos, por eso, ni una nueva vida importa ni tampoco una vida que ha dejado huella, de allí las consignas facilitadoras del aborto y la eutanasia.
Llevamos varios años, desde el final del siglo pasado, hablando de que estamos en un cambio de época. Es verdad, nos damos cuenta de sucesos históricos, descubrimientos que han revolucionado muchos fundamentos del modo de vida. Y, la pandemia actual lo ha acelerado todo, en toda la faz de la Tierra. Sin embargo, lo más importante es la actitud humana frente a sí mismo, eso es inaudito.
Para darse un cambio hace falta declinar. Si no se toca fondo, no hace falta cambiar. Los seres humanos con sus enfoques empujan a un futuro para salir de lo actual. Todo lo presente nos grita la urgencia de salir y corregir. La gota que derrama el vaso es la crisis antropológica. Una crisis donde no se sabe “quién soy”.
Evidencias de lo poco que nos valoramos se muestra en lo poco que nos cuidamos, por eso, ni una nueva vida importa ni tampoco una vida que ha dejado huella, de allí las consignas facilitadoras del aborto y la eutanasia. Pero no todo es pérdida, la economía se privilegia… Y, entre el aborto y la eutanasia, quienes no saben “quién soy” y “ya sé quién quiero ser” está el pingüe negocio del cambio “trans”, fabulosa industria.
Muchos hechos convergen para llegar al tiempo crítico nuestro. Hay pensadores que propagan sus ideas, sin embargo, en el siglo XIX encontramos tres personas sumamente influyentes, pues resquebrajaron la estructura científica desarrollada durante siglos y cambiaron percepciones y modos de vivir. Son Darwin, Marx y Nietzsche.
Darwin publica en 1859 el origen de las especies. Sostiene que los diferentes tipos de plantas, animales y otros seres vivos provienen de otros organismos diferentes que existieron antes y fueron cambiando. La selección natural es la causa de la aparición del hombre. Nadie duda de la evolución, pero no se sabe cómo se produce, cuáles son sus causas, y cómo se efectúa. Algunos utilizan estos planteamientos para fundamentar el ateísmo naturalista opuesto a la creación. Darwin cambia la visión de la ciencia y del hombre.
En 1871, Darwin publica El origen del hombre. En este libro afirma que la selección natural es la causa de la aparición del hombre, de modo semejante a la aparición de los demás vivientes. Añade que los humanos no ocupan un lugar especial en la naturaleza y que las facultades espirituales proceden de la materia por evolución.
La evolución como verdad única automáticamente elimina a la naturaleza de cada especie, porque todo es cambio. Esta idea digerida sin ningún contrapeso puede explicarnos tantas posturas de personas que en la actualidad se conciben o como del sexo opuesto o como de otras especies de animales.
Inicialmente Marx coincide con las teorías que Darwin expone en el origen de las especies, después las rechaza y elabora su propia teoría. Pone en el centro de su filosofía la importancia de lo material, la clave será la relación que el hombre tenga con el mundo, por medio del trabajo. Es materialista se caracteriza por el desarrollo de la historia y de la sociedad en función de la realidad económica. Esto deja una huella profunda porque prácticamente en la actualidad el planteamiento económico está en el trasfondo de muchas decisiones.
El hombre es un ser histórico que se construye a sí mismo satisfaciendo sus necesidades en el medio que le rodea. Esta interrelación inicial con el ambiente se convierte en una actividad humana modificadora del mismo, mediante el trabajo, por lo cual Marx afirma que más que las necesidades biológicas y vitales, al hombre lo impulsan a actuar, la satisfacción de su fuerza productiva, y así se convierte en motor de la historia.
El hombre se produce a si mismo por el trabajo y a la vez es un producto del trabajo. En el proceso histórico el hombre se crea a sí mismo. El hombre construye su libertad y realización desde el trabajo. Pero el trabajo está condicionado por las formas de producción imperantes y por los medios disponibles.
Queda incipiente la idea de que la dignidad de la persona no procede de ella misma sino de su producción laboral. La consecuencia de esta idea es lo inservible que puede ser una persona que ya no trabaja. Esto abre la puerta a la legitimidad de la eutanasia.
Marx detesta la religión. Por eso, también se explica que en gobiernos de corte marxista haya una auténtica persecución contra las ideas religiosas y contra los edificios u obras de arte que la recuerden.
Nietzsche lleva al nivel más radical las ideas de los dos pensadores citados. Sostenía que todo acto o proyecto humano está motivado por la “voluntad de poder”. La voluntad de poder no es tan sólo el poder sobre otros, sino el poder sobre uno mismo, algo que es necesario para la creatividad. Esa capacidad se manifiesta en la autonomía del superhombre, en su creatividad, empuje y logro. Esta idea es el abono perfecto del individualismo ahora imperante.
Nietzsche ve la moral cristiana como antinatural pues atrofia los instintos. Propone una moral que se basa en la búsqueda del poder, y una vez alcanzado hay progreso y es posible el crecimiento espiritual y material. Esto sólo lo alcanzan los más fuertes, los que consiguen sus propósitos.
Habla de la muerte de Dios porque afirma que quien verdaderamente es un dios, es el hombre que logra los planteamientos de su voluntad. Esto también explica la emancipación de cualquier tipo de obligación o compromiso.
Todos estos planteamientos son plataformas de las crisis biológicas, psicológicas, sociales y religiosas de las personas contemporáneas. La desvinculación es una consecuencia que está mutilando a las personas.
Las instituciones están en crisis: el matrimonio, la familia, la maternidad y la paternidad. Por eso, peligra la vida desde la concepción hasta la muerte. El sexo alejado de las reglas de respeto y la fidelidad. La ayuda mutua entre naciones es una utopía.
Todo ello es insostenible. Lo que sigue es un resurgimiento.
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