Dentro de nuestras vidas formamos parte de una familia y dentro de esta tenemos un papel por ejercer.
La familia es una institución natural que arropa la dimensión social de las personas. La familia propicia el sentido de pertenencia y el sentido de colaboración. Dicho de otro modo: hay funciones que se deben cubrir, y para ello, se necesita distribuirlas porque cada uno tiene sus capacidades. Ejercitándolas se realiza y se evita el agravio terrible de la exclusión. De modo espontáneo se cubren todas las funciones para satisfacer lo propio de la vida y lograr el auténtico desarrollo individual y social.
De manera natural se fueron repartiendo las funciones dentro de la familia. No fue por decreto lo que se le encargó a la madre o al padre. La lógica natural inclinó a hacer lo que competía a cada quién. Las circunstancias de la maternidad y la paternidad hicieron que la mujer permaneciera más tiempo en la casa, y el hombre saliera a conseguir lo necesario para el sustento. También la fuerza física tuvo un papel primordial, era más probable el éxito de la defensa del hombre ante las bestias que la de la mujer.
Al engendrar un hijo, la mujer sufre cambios en su cuerpo que lógicamente la obligan a modificar su conducta, precisamente para alcanzar el buen desarrollo de la criatura, y por el bien de ella. La mujer es cíclica y ello repercute en evidentes cambios en su vigor, en su estado de ánimo, en su resistencia. El hombre es más lineal, salvo que sufra alguna enfermedad, sus condiciones físicas y psíquicas son más estables. De ese modo las exigencias del hogar se adecuaron al estilo femenino, y las demandas extra familiares, más sistemáticas, fueron resueltas de mejor modo por los varones.
Nuestra mentalidad y el desarrollo de la ciencia y la tecnología, actualmente nos dificultan la comprensión de las soluciones primitivas, nos es difícil entender cómo surgió entonces la distribución de tareas para la colaboración mutua intrafamiliar. La mala óptica interpreta esa distribución como consecuencia del “machismo” porque se considera al varón cuasi monstruo que sojuzga a la mujer y la esclaviza. Aunque tampoco se excluye el hecho de que algunos hombres sí esclavizan,. Pero también, hay mujeres que se aprovechan de su condición y fingen debilidad para obtener servicios que ellas no están dispuestas a realizar.
Ahora, con los avances de la tecnología, muchos de los trabajos que se realizaban únicamente con el esfuerzo humano se suplen con instrumentos, ese ahorro de energías facilita dedicarse a otras tareas fuera de la casa. Ello ha revolucionado la dinámica laboral de la mujer que ya puede asumir otras responsabilidades profesionales. Con lo cual, el rostro de la sociedad también ha cambiado.
La aceptación de la mujer como profesionista fuera del hogar requirió un cambio arduo, hubo que presionar, modificar costumbres. Fue una lucha legítima para hacer ver la igualdad de derechos. Desgraciadamente en ese camino hubo extrapolaciones que aún persisten, como lo es el feminismo radical que sueña con vengar agravios. Mientras tanto incitan al desprecio y al rechazo del varón.
Con la actitud de independencia de parte de la mujer, muchos de los aspectos comunes del hogar se han dividido, por ejemplo la economía o el compartir necesidades legítimas como el modo de descansar. Así se abre un resquicio al individualismo que dejará huella en la prole.
La mujer en la familia actual se encuentra más gratificada con su trabajo fuera de la casa, recibe un sueldo que le hace satisfacer sus necesidades sin depender del marido. Muchas veces su nivel de desempeño luce más que el de él y eso ocasiona cierto espíritu de competencia mal sana. Peor es si el varón queda desempleado.
Generalmente se retrasa la procreación, y cuando se deciden a procrear la mujer no es tan joven como para tener las energías adecuadas, por lo mismo y por los cuidados al recién nacido, se renuncia a tener más hijos. Todo ello obscurece el gozo de la maternidad y de la paternidad. Ni se disfruta ni se aconseja a otras familias. En realidad la figura de la madre se retrasa y se empobrece.
Con la mala aplicación de la igualdad de las mujeres y los hombres, la mujer muchas veces se divierte con “sus amistades” que ya no son las de él, tiene confidentes que muchas veces son ajenos al esposo, por tanto, ante cualquier desavenencia no se facilita la unidad, el perdón, la comprensión, la paciencia, sino la separación o el divorcio.
Los hijos por la ausencia de los padres retrasan su educación, ya no se impulsan los hábitos de los primeros años. Con el fácil acceso a los contenidos que ofrecen los medios de comunicación, se van perdiendo las tradiciones familiares, y el conocimiento entre padres e hijos es muy superficial. Los hijos buscan otros modelos. Esto provoca lesiones hondas e insatisfacción.
Por eso, es necesario un retorno al hogar, reconocer su riqueza, allí se forjan las personas en el ambiente más propicio a su dignidad. Los sacrificios que se dan dentro de la familia siempre producen una satisfacción infinitamente superior a otras.
La mujer tiene que experimentar el gozo de construir su hogar, descubrir que los sacrificios por los demás producen una paz interior incomparable. Su papel es central y debe defenderlo. Con la preparación recibida ha de conseguir la coordinación con otros trabajos y, si fuera el caso, dar el mejor esfuerzo para atender a los miembros de su familia.
La solución básica de los problemas de la sociedad se resuelve en la familia. Por eso, si vemos que algunas se tambalean hemos de ver el modo de colaborar. La meta es siempre en favor de la familia, allí se propicia la infancia feliz. Realmente el hogar es el lugar al que todos quieren retornar. Cuidemos este tesoro y quitemos las telarañas que han introducido los falsos planteamientos.
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