En la familia fundada en el principio de indisolubilidad, ambos se esfuerzan por mejorar la convivencia, por cuidarse mutuamente y resolver discordias.
Ante los asuntos excepcionales, es muy importante entender que se trata de circunstancias también excepcionales, y lo excepcional no es lo ordinario. Este es un criterio para tomar en cuenta cuando surgen circunstancias problemáticas en el matrimonio. El divorcio es un recurso extraordinario ante problemas conyugales verdaderamente graves y esas circunstancias problemáticas no siempre son graves.
Cuando se habla del divorcio como un recurso accesible y al alcance de cualquier problema, sin ninguna discriminación, el matrimonio también pierde consistencia. Por eso este asunto requiere explicarse con rectitud para que los contrayentes no lo contemplen como algo que resuelve todo tipo de problemas. Porque el divorcio en sí trae sus propios problemas.
Veremos algunos de los posibles deterioros que ocasiona el divorcio:
El más lógico no se muestra claramente sino que está como agazapado en la mente de quienes van a contraer matrimonio. Para quienes están verdaderamente enamorados consiste en saber que si se presentan problemas graves la solución está en el divorcio. De entrada rechazan los problemas graves porque ambos se quieren y piensan: eso no nos sucederá, todo lo superará el amor.
En estas personas se debilita la idea de arrostrar siempre todos los problemas, y aunque no se den cuenta, como no han definido lo que es grave, cualquier problema de enfermedad crónica, de falta de recursos económicos, o de cambio de lugar de trabajo a un sito menos civilizado puede considerarse grave. Con el paso del tiempo y la acumulación de cansancio cualquier molestia que se afrontaría bajo la consideración del matrimonio indisoluble, se vuelve grave y solamente solucionable con el divorcio.
Para personas superficiales que optan por el matrimonio como una experiencia pasajera, el divorcio les cae como anillo al dedo, porque disfrutarán de una compañía agradable mientras no haya puntos de vista que les suponga confrontarse o deterioro para sus proyectos personales. Cuando los haya, ambos ya estaban de acuerdo en que esa relación estorba y la disolverán “de modo civilizado”. Nunca captaron que en el matrimonio los proyectos personales siempre serán de dos.
Esta segunda postura deja ver claramente que la idea del divorcio es intrínsecamente antagónica al matrimonio porque empaña la realidad esencial de que el matrimonio afecta la totalidad de la vida de ambos contrayentes. No hay ningún otro contrato entre humanos que sea tan envolvente e incluyente.
En estas dos actitudes se difumina la importancia de una buena elección recíproca, se esquiva el diálogo sobre temas coyunturales y no se reflexiona sobre las respuestas que pueden desencadenar enfrentamientos. Así contraen nupcias con una serie de incógnitas que más o menos pronto explotarán. De alguna manera, los contrayentes tienen campos de desconfianza mutua. Además, esto propicia o matrimonios precipitados o matrimonios a prueba.
En estos casos, los hijos ven tan precarias las relaciones entre sus padres, ven tantos motivos de sufrimiento e inseguridad, que sin darse cuenta, dentro de ellos se va forjando una idea muy negativa del matrimonio, y en la adultez desecharán la idea de formar el suyo.
Además de los motivos que aparecen en los dos cónyuges, pueden presentarse circunstancias solamente en uno de los dos, de manera que quien propone el divorcio sorprende al otro que no veía problemas serios. Esto puede darse en quien, por motivos laborales extra familiares, encuentra a alguien sumamente afín, y alimenta la idea de que con esa persona encontrará un desarrollo más pleno. Y, tal vez eso sea cierto, pero profundamente injusto con quien contrajo matrimonio. Si no existiera el divorcio ni siquiera admitiría la idea. Existiendo esa posibilidad, verá factible su desarrollo profesional al margen del compromiso antes establecido.
En la familia fundada en el principio de indisolubilidad, ambos se esfuerzan por mejorar la convivencia, por cuidarse mutuamente y resolver discordias. También los hijos que quieren a ambos unidos, ayudan a resolver disgustos. Los hijos aprenden a cuidar la unión y a sortear los indispensables roces, con la evidencia de que sí se pueden mejorar las relaciones con la buena voluntad y el esfuerzo de todos.
La indisolubilidad provoca una actitud de lucha contra lo que desune, capacita para pedir perdón o perdonar, para sobreponerse al egoísmo y poner los medios para hacer felices a los demás. Se fomenta la ayuda mutua, el apoyo, la paciencia, la comprensión. El divorcio abre la puerta al abandono, a poner distancia y finalmente a la soledad. Por lo tanto, con el divorcio se fomentan la traición y las soluciones más indignas e injustas. Con la indisolubilidad se fomentan las virtudes, con el divorcio los vicios.
El divorcio provoca una sociedad decadente, afecta la psique de los divorciados y les hace experimentar sentimientos de rechazo, de inseguridad y de abandono. Para todas las dificultades conyugales, el divorcio sugiere la solución menos digna, menos noble.
La indisolubilidad busca el triunfo del deber cumplido, el divorcio el modo de evadir el deber, por eso, la sociedad que lo facilita llega a caer en una moralidad debilitada, con costumbres y legislación muy debilitada.
El divorcio, desdibuja la figura de padre y de la madre, y el sentido de pertenencia a una familia, por razones obvias, si alguno de los excónyuges, o los dos, conforman una nueva unión. La educación familiar se complica y, en la mayoría de los casos se pierde.
No hacen falta argumentos para darse cuenta que la proliferación de las rupturas familiares tiene a una niñez y juventud con muy escasos asideros y bastantes resentimientos. Una sociedad así predice muchos atropellos y gran pobreza de recursos para corregirlos.
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