La educación en nuestras manos

La educación auténtica es la influencia entre personas. Nunca un maestro puede ser un robot o una máquina, pueden auxiliar, pero jamás alcanzarán la categoría de maestros.



La educación es un proceso, y por eso, necesita de la existencia de educadores. Como es un hecho de envergadura, existen instituciones para profesionalizar esta realidad, pero aún sin ellas, la educación emerge de manera natural en las relaciones interpersonales. Cada uno de nosotros tenemos la habilidad de ayudar a los demás.

Este hecho es una llamada a nuestra responsabilidad de influir para mejorar a los demás, empezando por nosotros mismos. Porque nadie da lo que no tiene.

Vemos el deterioro del proyecto educativo actual. Todos nos damos cuenta, aunque algunos no estén directamente en el sistema. Tenemos idea de los beneficios y del desempeño de una persona con conocimientos, con preparación. Independiente de la movilización que hagamos para exigir a las instituciones educativas el buen desempeño de su tarea, hemos de compartir lo que sabemos.

La enseñanza se apoya en la transmisión de conocimientos y también en el ejemplo. El primer aspecto va directamente a la inteligencia, el segundo a la conducta. Todos tenemos conocimientos y hemos de compartirlos, además hemos de dar buen ejemplo y facilitar el camino en el bien. El segundo aspecto es para vivirse siempre, esta crisis educativa en el mundo y en nuestro país, es la oportunidad de asumir la obligación de dar buen ejemplo, si se nos hubiera olvidado.

Cuando no había centros educativos ni sistemas gubernamentales establecidos, de padres a hijos se transmitían los oficios y los conocimientos adquiridos con la experiencia de la vida. Probablemente la crisis que vivimos puede estar llamándonos a reconquistar esa tarea, y no podemos considerarnos inferiores a nuestros antepasados.

Todos tenemos experiencias acumuladas y vida. Las experiencias siempre dejan huella, si además reflexionamos sobre ellas y observamos cómo nos han influido, reconoceremos auténticas lecciones y además profundizaremos en nuestro propio conocimiento. Según hayan sido nuestras actitudes y nuestras respuestas podremos saber si tendemos a ser pasivos o activos, si somos sensibles o insensibles, sociables o no. Todos esos datos bien afrontados nos harán mejores y si los compartimos pueden ayudar a los demás.

De este modo la vida cotidiana nos puede lanzar a la tarea educativa. Seremos buenos maestros si seguimos aprendiendo de las lecciones diarias de la vida y si estamos dispuestos a compartir con los demás. Además, si todo eso se hace con buen humor y con la esperanza de alcanzar buenos resultados, el ambiente reinante contagiará alegría e interés por la ayuda mutua. El mundo lo necesita.

Hasta ahora hemos hablado de buen ejemplo, y es condición para conducir a otros. Esta es una de las características de la educación. Pero la otra característica es la de extraer de los demás el potencial bueno que hay dentro de cada persona. Tanto para conducir como para extraer es necesaria la “con naturalidad”. Por eso la educación auténtica es la influencia entre personas. Nunca un maestro puede ser un robot o una máquina, pueden auxiliar, pero jamás alcanzarán la categoría de maestros.

La con naturalidad es la clave para fundamentar porqué la familia es la institución educativa por excelencia. Precisamente en la familia somos más cercanos unos y otros pues allí recibimos una herencia biológica y psicológica, y un troquelado afectivo por la influencia del modo de ser de los padres, del modo de percibir los acontecimientos, de los temas de interés, etcétera.

Hay familias en las que son más evidentes esas inclinaciones heredadas. Sucede cuando todos eligen la misma profesión, por ejemplo, músicos, pintores, abogados, médicos. E incluso esas profesiones se prolongan a lo largo de varias generaciones. En otras familias no coincidirán en las mismas profesiones, pero sí en el modo de descansar o de hacer deporte, en el buen uso del lenguaje o en la facilidad para negociar.

También la familia capacita pues los hijos pueden aprender de jardinería, de pequeños o grandes arreglos de la casa, de cocina u otras habilidades cuando alguno de los progenitores realiza esas habilidades en sus ratos de descanso.

El aspecto de la moralidad está muy deteriorado. Con algunas excepciones, ahora la vida humana transcurre sin fundamentarse en principios morales bien arraigados para forjar personas honestas, justas, respetuosas, veraces, laboriosas. Es la razón de encontrar en las personas tanta insatisfacción y tan poco emprendedoras. Están molestas e insatisfechas, sin recursos interiores para salir de ese estado. Por lo tanto, sus respuestas son violentas y agresivas. Esas explosiones tampoco resolverán su mal estar y sí lo agravará.

Tales síntomas han salido de los muros del hogar y deterioran seriamente a la sociedad. Inconscientemente son un reclamo a las familias porque en el tema de la formación moral se han desentendido. Del padre y de la madre se requiere tomar muy en serio su papel. La infidelidad, la mentira, el robo, los vicios son un mal ejemplo tan grande para los hijos y los hieren tan profundamente que estos han perdido el sano orgullo de pertenecer a la especie humana.

También hacen mucho daño los medios de difusión que se dedican a la caza de hechos deshonestos y los publican para provocar la curiosidad mal sana con la que ganan mucho dinero. Y además incitan a que personas sin criterio imiten esas conductas.

La esperanza es la familia para recuperar la moralidad. El futuro está en manos de cada padre y de cada madre. Ambos necesitan cultivar en sus hijos las virtudes. Indispensables son la fortaleza para que sus hijos no se dejen llevar por las malas costumbres instaladas en la sociedad: las adicciones, el robo y la mentira. Urge practicar la laboriosidad para sostenerse honestamente y no caer en la ociosidad que da entrada a la mala vida. La generosidad para dedicar tiempo a prestar ayuda a los demás. La fidelidad para cumplir las promesas.

Ahora es importante la colaboración entre las familias, porque desgraciadamente a corto plazo pocas escuelas están en condiciones de ayudar en la educación moral, en el cultivo de virtudes.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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