El Papa Francisco, desde hace varios meses, propone orar por alguna intención, como un modo de concretar la misión de la Iglesia al servicio de las necesidades de la humanidad. Para el mes de agosto de 2017 nos llama a rezar “por los artistas de nuestro tiempo, para que, a través de las obras de su creatividad, nos ayuden a todos a descubrir la belleza de la creación”.
El texto que sustenta esta idea es: “En la `creación artística´ el hombre se revela más que nunca `imagen de Dios´ y lleva a cabo esta tarea ante todo plasmando la estupenda `materia´ de la propia humanidad y, después, ejerciendo un dominio creativo sobre el universo que le rodea”, son palabras de Juan Pablo II en su Carta a los artistas, de abril de 1999.
Precisamente el fundamento más sólido de la dignidad humana está en ser imagen de Dios. Eso ya está dado. Pero el ser humano activamente puede mostrar la realidad de ser imagen de Dios cuando trabaja creativamente sobre lo que Dios ha creado. Así convergen la colaboración de la actividad del ser humano y todas las riquezas que Dios ha puesto sobre la Tierra.
Sin embargo, el trabajo del artista, de entre los demás trabajos de otras personas muestra de manera especial la belleza. Por eso, veremos cuál es el campo de la belleza y cuál el del arte.
La belleza
Existen muchos autores que definen la belleza, citaremos a tres. San Agustín de Hipona explica que la belleza es el esplendor del orden. Santo Tomás de Aquino dice: es bello lo que visto agrada. Jacques Maritain afirma: la belleza es el esplendor de todas las propiedades reunidas del ser: unidad, verdad y bondad.
Si pasamos de la teoría a la experiencia encontramos que cuando descubrimos armonía y perfección nuestra respuesta es de admiración y deleite. La belleza arroba, se le contempla y paraliza, alegra, satisface, ennoblece. En la inteligencia produce deseo de conocer, en la voluntad deseo de ser mejores, en los sentidos deseo de retener esa presencia y en la sensibilidad éxtasis.
Por eso, como dice Maritain, la belleza es la exteriorización de la verdad y del bien. Juan Pablo II en la carta a los artistas, fundamenta la relación bondad y belleza, con el momento en el que Dios contempla Su creación y ve que todo es bueno.
El ser humano, en su afán de explicar la belleza, aplica las matemáticas al objeto de su admiración y descubre la proporción aurea. De esta manera las obras que salen del quehacer del artista pueden medirse objetivamente y ser más bellas en la medida que estén más cerca de esa proporción.
El arte
El arte está en la actividad humana cuya finalidad es expresar la belleza. Las bellas artes se pueden clasificar en: artes plásticas, artes acústicas y artes compuestas.
Las artes plásticas pueden ser artes mayores como la arquitectura, la escultura y la pintura, y artes menores o decorativas como la orfebrería, la cerámica, el grabado y la esmaltación.
Las artes acústicas son la música y la literatura.
Las artes compuestas: el teatro, la danza, el cine, la televisión, la producción estética con recursos electrónicos.
Para recrear la belleza en su obra, el artista requiere bondad, honestidad, adecuación, rectitud moral, aptitud técnica… Juan Pablo II también dice: la belleza sirve para entusiasmar en el trabajo y el trabajo para resurgir.
Belleza y arte
La belleza, del universo natural o del arte, llega a lo más profundo de la conciencia humana, expande el espíritu más allá de lo nuestro, abre al Infinito, puede convertirse en un camino a lo trascendente, al misterio último, a Dios. El agrado que nace en nosotros ante la belleza del universo ya es un modo de buscar y disfrutar a Dios.
Al reconocer que la belleza nos impacta en la intimidad, nos sacude, estimula nuestra sensibilidad y dilata nuestro espíritu. Descubrimos con alegría la capacidad de penetrar en el significado más profundo de la existencia. Por eso, la belleza manifiesta la dignidad humana.
Recemos por los artistas, por el gran bien que nos hacen si viven honestamente su maravillosa vocación.
Lectura recomendada:
“La belleza que salva. Comentarios a la Carta a los artistas de Juan Pablo II”. María Antonia Labrada (ed). RIALP. Madrid, 2006.
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