El refranero popular dice: “de músico, poeta y loco todos tenemos un poco”. Y, es verdad, basta con que analicemos nuestros sueños, lo que quisiéramos hacer cuando tengamos tiempo o lo que nos hubiera gustado ser si tuviéramos otras aptitudes. Casi todos esos aspectos, si no es que todos, tienen que ver con el arte, con la belleza. Eso nos revela nuestra tendencia a la perfección, a lo noble, a lo bueno, a lo desinteresado.
La belleza encierra una armonía que resplandece y la captamos, cada quien de acuerdo a su sensibilidad. Gozamos. Pero para no quedarnos en “un sueño imposible”, podemos cultivar ciertos hábitos a nuestro alcance. Podemos desarrollar belleza en nuestros sentimientos, en nuestros pensamientos, en nuestras acciones, y proyectarla en lo que nos rodea.
Así de simple, pero nada fácil, aunque los resultados en este campo son tan alentadores que olvidamos la dificultad. Vale la pena experimentarlo. Hemos de incursionar en el misterio de la potencialidad humana. Nos dicen que ponemos en práctica un bajo porcentaje de nuestra capacidad intelectual, que no se diga lo mismo de nuestra capacidad para lo bello.
Vale la pena realizar la definición de belleza de San Agustín: “el esplendor del orden”. Nuestra creación artística, consiste en alcanzar el orden en nuestro interior y en el exterior. Hay una influencia mutua entre estos dos ámbitos. El orden interior se expresa en nuestras acciones, el orden que nos rodea también nos deja huella. Por eso, quien vive en el caos, en la falta de armonía, tendrá dificultad para expresarse con lógica.
Aprovechar las tendencias naturales
Nos gusta mejorar nuestra presencia, por eso, el campo de la cosmetología es muy extenso y se renueva periódicamente el arte de la presentación personal y de los accesorios que enfatizan rasgos de la personalidad. Está el insondable aspecto de la moda, los atuendos se actualizan y subyugan. Se adaptan al clima y a los estilos de vida: facilitan el movimiento según el tipo de trabajo que se realiza y resultan cómodos.
El alojamiento es otro capítulo, incluye arquitectura y decoración, con el vasto aspecto de los materiales, sus combinaciones, la inclusión de la naturaleza tal cual y las recreaciones gracias a la inventiva humana. Los instrumentos necesarios para facilitar las actividades no sólo buscan lo útil, se les embellece con diseños y colores agradables.
La nutrición también se convierte en el arte de la gastronomía, pues no es solamente cuidar lo nutricional sino todo el refinamiento agradable a los sentidos: sabor, aroma, colores, presentación. Bien sabemos que se trata del arte del buen comer.
Todo ello muestra que las personas no se conforman con aditamentos sólo para resolver sus necesidades materiales, sino que anhelan algo más sutil que alienta una realidad más profunda e invisible, pero siempre presente: la espiritualidad.
Todos esos aspectos demandan actitudes personales con repercusión personal y social. Con esto se quiere decir que cuidar estos aspectos es el modo de responder al modo de vivir la autoestima, es respetarse y es una manera peculiar de mostrar la dignidad humana. La repercusión social de nuestro modo de conducirnos tiene relación con la responsabilidad porque es ejemplo para los demás y también es una muestra de respeto. Hemos de agradar a los demás con el cuidado de esos detalles.
Ejercitar las tendencias adquiridas
El ejercicio de las actividades mencionadas hace expertas a las personas, fortalecen la creatividad y adquieren una gran soltura. Sin embargo esa belleza que producen externamente puede empañarse si internamente desvirtúan los objetivos, entonces no se cultiva la belleza interior. Es necesaria la armonía en lo externo y en lo interno para lograr la repercusión en lo corpóreo y en lo espiritual. El resultado es gozar con tranquilidad de conciencia.
Toda actividad humana para que sea auténticamente bella ha de ennoblecer los sentimientos, los pensamientos, los deseos, de quienes propician y de quienes perciben.
Resulta falsamente bella la persona muy bien maquillada, muy bien vestida, con una armónica selección de accesorios, pero que busca opacar a los demás e incluso despertar pasiones desordenadas.
Lo mismo se puede decir de los espacios, si propician el hedonismo, la molicie, la pereza, resultan bellos sólo en apariencia.
Cuando el sistema alimenticio fomenta la gula, por muy bien elaborados los platillos y con una presentación muy atractiva, tampoco son muestra de un verdadero arte.
Sabemos que el fundamento más sólido de la dignidad humana está en ser imagen de Dios. Esta realidad tan noble también exige una conducta intachable, o al menos tender a ella.
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