La migración es una forma de ejercer la libertad y es legítimo dar oportunidad de ir a otros sitios donde los estudios o los trabajos les agraden más que los de su país de origen.
Si investigamos, todos tenemos entre nuestros parientes a un migrante. El fenómeno de los migrantes y de los refugiados se ha dado en todas las épocas de la historia de la humanidad. Por diversas circunstancias es legítimo decidir trasladarse a otro lugar distinto al que se habita. Naturalmente, con el aumento de la población se complica la recepción de personas en sitios poblados y por eso, se requiere más organización para evitar problemas a los naturales y a quienes llegan.
Hay diferencia entre migrantes y refugiados, aunque también coinciden en el hecho de sufrir la separación del lugar y de las personas con quienes han compartido buena parte de su vida. Los migrantes fundamentalmente se dirigen a otro sitio porque buscan mejorar, a veces ven otras oportunidades, o huir de las condiciones precarias.
Los refugiados siempre huyen de un peligro presente o por llegar. Generalmente su estado anímico está muy afectado y les supone mucho más la adaptación a sus nuevas condiciones de vida debido a la urgencia de ir a donde se les permite, pero la planeación del futuro será sobre la marcha.
La tremenda guerra en Ucrania es un ejemplo claro de provocar una inminente migración, como también sucede en Siria, en la República Democrática del Congo. O en las turbulencias de Myanmar, por citar algunos sucesos contemporáneos.
Los motivos para trasladarse influyen en el estado anímico de las personas, aunque algunos salgan con toda su familia, la angustia de verse imposibilitados de ayudarles adecuadamente agrava los problemas.
En nuestro tiempo tan complejo, con tan pocos recursos morales y donde abunda todo tipo de noticias es muy fácil proliferar el desaliento y mucho temor. Y lo peor es acostumbrarnos a recibir noticias tan graves como la muerte por asfixia, en Texas, de más de 53 migrantes provenientes de México, Honduras, Salvador y Guatemala, en un tráiler herméticamente cerrado. Hay datos de irregularidades en ese traslado.
También murieron cerca de 40 migrantes y refugiados en Melilla, territorio español enclavado en una circunscripción marroquí. Allí es habitual la llegada de personas de los países subsaharianos, huyendo de la guerra y del hambre.
Todo ello muestra el fracaso de las políticas migratorias americanas y europeas. Los intereses de los estados están más orientados a la seguridad nacional y a defenderse de los migrantes, porque en última instancia se justifican asegurando estar manejados por las mafias de traficantes de seres humanos. Así se niega a los migrantes la posibilidad de integrarse a las comunidades locales y recibir su colaboración, muchas veces muy valiosa.
Por otra parte, se genera una frustración de los migrantes motivada por el continuo atropello de sus elementales derechos humanos. En Libia hay verdaderos campos de concentración de migrantes, aunque también los hay en otros sitios. Periódicamente salen a la luz situaciones de esclavitud, torturas, explotaciones variadas, hasta crímenes de lesa humanidad, y luego todo cae en el olvido.
La tendencia de los gobiernos es a militarizar las fronteras. Así se frena el flujo de pobres, de desprotegidos. La mayoría de ellos no tienen otra salida, lo hacen sin documentos, pero los mueve una gran esperanza porque no encuentran otra opción. Desgraciadamente hay quienes los engañan o los asaltan durante el viaje.
Para dar soluciones certeras, además de los evidentes problemas detectados con estos desplazamientos, es importante reconocer la valentía que muestran los migrantes y los refugiados al emprender esos viajes. No son pasivos, tienen un diseño a corto y a largo plazo. Están dispuestos a sufrir hasta triunfar. Recientemente una viuda, de un difunto en el tráiler de Texas, relató que su marido buscaba mejorar su sueldo para cubrir el tratamiento contra el cáncer de uno de sus hijos.
Es necesario reconocer la valía humana de los migrantes. A nivel mundial podemos encontrar equipos de investigadores en donde hay personas de otras nacionalidades que aportan sus aptitudes. Por ejemplo, algunos destacan en matemáticas, otros en la paciencia para investigaciones prolongadas, etcétera.
Los países de donde salen tantos migrantes tendrían que reconocer la pérdida que les supone que esas personas con tal decisión abandonen su patria, y reconocerse culpables por no ofrecerles oportunidades. O no haber sabido limpiar los territorios de la impunidad de extorsionadores o narcotraficantes que amenazan gravemente a quienes no los secundan y por eso huyen.
En los países que se definen democráticos, el pueblo debe ser más propositivo para detener la migración con propuestas válidas para la mejora del sistema laboral y para el combate a las extorsiones y las injusticias que se derivan de ellas.
Sin embargo, la migración es una forma de ejercer la libertad y es legítimo dar oportunidad de ir a otros sitios donde los estudios o los trabajos les agraden más que los de su país de origen. Esas personas que ampliaron conocimientos y experiencias laborales, si regresan a su tierra nativa son promotores muy acertados del desarrollo.
Así como hay familias que se debilitan porque contraen matrimonio solamente entre ellos, las sociedades también se debilitan sin los enfoques de los de otras nacionalidades. Conocer otras historias, otras organizaciones y otras culturas enriquecen al conjunto de la sociedad y el futuro puede ser más prometedor.
Respecto a la acogida de refugiados, hay mucho por hacer. Sin embargo, los europeos han demostrado su calidad humana, su iniciativa y su generosidad para recibir a los refugiados ucranianos. Además de las noticias sobre taxistas españoles que fueron a recoger a los que salían de ese país y otros actos ejemplares, como alojar en el propio hogar a familias truncadas por la guerra.
Sé de buena fuente que, en muchos sitios en Polonia, se movilizaron para poner letreros en ucraniano en el sistema de transporte público y con los traductores de internet han facilitado la comunicación. Otros han dejado casas de veraneo deshabitadas al servicio de los extranjeros.
En esas circunstancias extraordinarias, se dan actos de generosidad conmovedora, pero también hay oportunistas que se aprovechan de la precariedad y la vulnerabilidad para engañar o explotar. Ésta es una tarea pendiente de los gobiernos y deben resolverla.
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