Jerome Lejeune un hombre de bien no suficientemente valorado

A Jerome Leujene se le considera el padre y experto de la genética moderna, y nos deja una herencia benéfica a toda la humanidad. A los cercanos, a los de su familia de sangre les hereda el orgullo de tener un padre “de una sola pieza”, honesto y capaz de ser fiel a sus convicciones y a sus descubrimientos.


 Jerome Leucome


El 3 de abril se cumplieron 25 años de la muerte de Jerome Leujene. Amó la verdad y la buscó. Fue un investigador preocupado por descubrir causas para tratar de ayudar a la mejora de la vida humana. 

Sabemos que la verdad nos hace libres, él desde hace 25 años goza plenamente de esta realidad. Aquí en la tierra, vivió las paradojas de sus contemporáneos que trataron de aplicar sus hallazgos para fines retorcidos. Él no lo permitió y eso le acarreó hostilidades y marginación. Con el paso de los años, la perspectiva nos confirma que la verdad triunfa. 

Se le considera el padre y experto de la genética moderna, y nos deja una herencia benéfica a toda la humanidad. A los cercanos, a los de su familia de sangre les hereda el orgullo de tener un padre “de una sola pieza”, honesto y capaz de ser fiel a sus convicciones y a sus descubrimientos. Así lo plasma la biografía de su hija Clara, titulada “Doctor Lejeune: el amor a la vida”, publicada en el año de 1999.

Nació en Montrouge el 13 de junio de 1926 y murió en París el 3 de abril de 1994. Contrajo matrimonio con Birthe y tuvieron cinco hijos.

En 1952 concluye la carrera de medicina, se dedicó a la genética, fue catedrático e investigador. Llegó a ser experto internacional en radiaciones atómicas. En 1958, a la edad de 32 años, descubrió la primera anomalía cromosómica: la trisomía 21 o Síndrome de Down. Más tarde, descubrió otras patologías cromosómicas. 

En 1964 es el primer Profesor de Genética Fundamental en la Facultad de Medicina de la Universidad de París. Al año siguiente es nombrado jefe del servicio de la misma especialidad en el hospital Necker-Enfants Malades, allí trabajó hasta su muerte. Contribuyó a la mejora de la vida de las personas con Síndrome de Down y planteó una nueva atención médica para ellas.

Hasta entonces, el Síndrome de Down se consideraba una enfermedad vergonzosa atribuida a la sífilis y se pensaba incluso que podía ser contagiosa. Los enfermos eran escondidos por sus padres y la gente los rechazaba. En Lejeune despertaron ternura y los vio como “niños más niños que los demás”. La medicina es algo sumamente sencillo que se parece muchísimo al Catecismo, decía Lejeune, “así como hay que odiar al pecado, pero amar al pecador; hay que odiar a la enfermedad, pero amar al enfermo”.

En noviembre de 1962 recibió el premio Kennedy. La Sociedad Norteamericana de Genética le concede el “William Allen Memorial Award”, en 1969. En 1974 fue nombrado miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias. En 1981 ingresó a la Academia de Ciencias Morales y Políticas; en 1983 a la Academia Nacional de Medicina.

Recibió numerosos premios científicos como el Doctorado Honoris Causa en la Universidad de Navarra. Fue miembro de numerosas academias como la de Ciencias de Suecia, la norteamericana de Humanidades y Ciencias de Boston, y la Real Sociedad de Medicina de Londres. En 1994, le dieron el nombramiento de primer Presidente vitalicio de la Academia Pontificia para la Vida, de la que fue gran impulsor.

Fue también consejero científico y uno de los promotores de la asociación «Laissez-les vivre», una de las primeras organizaciones provida de Francia. Fue presidente de «Secours aux futures mères», organización dedicada a ayudar a embarazadas que se encuentran en situaciones difíciles.

Lejeune recibió alabanzas por su trabajo e investigaciones durante la década de los años 60, del siglo XX. Pero en la siguiente década, cuando se inician los debates sobre el aborto, y él comienza su defensa provida y presenta con vigor la verdad científica que se quería silenciar, sufre la agresión injusta de los adversarios. Tanto, que se le negó el premio nóbel. Sus palabras no daban lugar a la duda y señalaban el crimen: “Digan que ese pequeño hombrecito les molesta y prefieren matarlo, pero digan la verdad. Es un hombrecito, ni una amalgama de células, ni un pequeño chimpancé, ni un ser humano en potencia”.

Manifestó la innegable verdad de la ciencia. Por eso experimentó afrentas y humillaciones, el abandono de los amigos, el rechazo de los colegas y los apuros económicos. Nada lo detuvo, por el contrario, templó su carácter y remató muchos de sus discursos con un firme: “No los abandonaremos jamás”.

A su muerte dijo el Papa Juan Pablo II: “El profesor Lejeune se convirtió en uno de los defensores más ardientes de la vida, especialmente de la vida de los niños por nacer (…) asumió plenamente la responsabilidad particular del sabio, dispuesto a convertirse en un signo de contradicción, sin tener en cuenta las presiones externas ejercidas por la sociedad permisiva ni el ostracismo al que lo habían condenado”.

El 28 de junio de 2007, se inició la causa de beatificación y canonización del profesor Lejeune. El proceso diocesano se concluyó el 11 de abril de 2012 en la catedral de Notre Dame de París. 

La Asamblea General de la Academia Pontificia para la Vida, recibió de pie y con una ovación la noticia de la propuesta de apertura del proceso de beatificación de su primer presidente de labios del Cardenal Fiorenzo Angelini, presidente emérito del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud.

 

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