A lo largo de la vida pasamos por muchas crisis, algunas más graves que otras, siempre necesarias para hacer avances, aunque a veces nos anonadan y no sabemos cómo aprovecharlas. Muchas veces no somos conscientes de la gravedad de esas crisis porque las hemos superado con la ayuda cercana y natural de los miembros de la familia o de las amistades.
Las crisis no solamente dependen de las circunstancias personales, también tienen un porcentaje muy alto en el influjo del entorno. Cuando el entorno está muy deteriorado envía señales negativas y agrava la precariedad de las personas.
Por lo tanto, aunque las crisis sean personales y cada uno ha de resolverlas, la natural relación es siempre un recurso aprovechable. El problema se complica si el ambiente está cargado de enfoques pesimistas o mal resueltos, de modo que ofrezcan soluciones que induzcan a la evasión del esfuerzo por mejorar o a hábitos francamente inmorales.
Las creencias ayudan de una manera muy alta porque agrandan las relaciones. El creyente se abre a la relación de un Ser superior. Así de importante es la relación porque es una necesidad profundamente humana. Toda individualidad humana tiene el doble fin a la propia perfección y a cooperar con el desarrollo de los semejantes.
El sentimiento de estar acompañado da seguridad. Si revisamos las creencias de los pueblos primitivos, encontramos distintos modos de resolver la necesidad de tener compañía. Unos lo vivían integrando su Dios y otros dioses a la actividad diaria. Varios pueblos dieron vida a los astros y les atribuían presagios. También a nuestro planeta achacaron refugio extraordinario.
En este muestrario de actitudes siempre se encuentra resuelta la necesidad de estará vinculados y aunque las soluciones fueran supersticiosas e irreales, psicológicamente las personas se encontraban con alguien o algo más potente a quien acudir y en quien confiar. No había soledad. Ahora las personas tienden a la desvinculación, al aislamiento, a la indiferencia. Actitud anacrónica con la naturaleza humana.
La postura del ser humano es erecta, con dos ojos al frente para ver hacia adelante y captar las dimensiones, el color y el espacio, para ver lo que contiene la Tierra y para encontrarse con los semejantes, para estar con ellos, para tener compañía y diálogo de acuerdo a nuestro nivel y a nuestras expectativas. También dos oídos a los lados que nos abren a las tonalidades, al sonido, al espacio.
Actualmente, por distintas circunstancias complejas de la vida contemporánea y para sobrellevarlas, hemos caído en el encerramiento, en la independencia, en la indiferencia, incluso a veces hasta llegar al desprecio de los demás. Tal vez los problemas de la relación humana nos hayan desbordado y en los avances tecnológicos encontramos soluciones para aspectos básicos.
Los pensamientos y las propias ideas cada vez desplazan más al diálogo, a la solicitud de un consejo, al aprendizaje por medio de modelos de vida. La disposición de aprender de lo hecho por los demás resulta muy lejana e incluso, se desprecia. El realismo de aprender de lo que nos rodea ahora se ignora. Por eso, hemos desplazado a los maestros.
Se ignora la trascendencia y sólo se admite la inmanencia. Cada uno está satisfecho con sus pensamientos y sus teorías. Estamos en el nivel más radical de la propuesta cartesiana. El pienso luego existo del ámbito intelectivo, se ha desplazado al ámbito volitivo, y ahora es: pienso lo que quiero y existo como quiero. Todo esto es ideología, pero la volitiva es más radical.
El diccionario nos dice que la ideología a finales del siglo XVIII y principios del XIX, tuvo por objeto el estudio de las ideas. En las ciencias sociales, una ideología es un conjunto normativo de emociones, ideas y creencias colectivas que son compatibles entre sí y están especialmente referidas a la conducta social humana.
Poco a poco la ideología se hace más radical y en la actualidad se opone totalmente al realismo. El realismo nos enseña que no hay nada en nuestra mente que no provenga de un conocimiento de lo que nos rodea. Captamos las cosas con nuestros sentidos y de allí esos datos pasan a la inteligencia y los conservamos como conceptos.
El concepto es como un “retrato” inmaterial de la realidad y así vamos acumulando conocimientos. Aquí se admite el paso de lo trascendente a lo inmanente. Y siempre se acepta que no hay nada en la mente que no haya pasado por los sentidos, y nada en los sentidos que no provenga de lo que nos rodea. Pero lo trascendente permanece y siempre podemos ver si estamos en la verdad comparando lo que captamos con lo que realmente está fuera de nosotros.
Muchas veces puede suceder que nos entusiasmamos tanto con nuestras ideas que olvidamos la realidad. Pero el diálogo con los compañeros, con las amistades nos puede volver a la verdad y a ubicarnos para retomar el camino correcto. Desgraciadamente con el aislamiento nos privamos de esta ayuda. Por eso, ahora hay quienes ignoran hasta su identidad y no aceptan consejos.
No olvidemos que somos seres sociables, nos necesitamos unos y otros para avanzar, necesitamos oír a los demás y reconocer su ayuda. También ellos necesitan de la nuestra. Cada quien tiene sus propias cualidades y ha de ponerlas al servicio de los demás.
Por eso, la inmanencia, el encerramiento, el aislamiento, el desprecio de y a los demás nos impide conocernos mejor pues me privo de sus consejos y a ellos de los míos. Refugiarnos en la ideología no es lo mejor. Por eso hay tanta agresividad y ofensas porque estamos insatisfechos. Necesitamos rectificar y adoptar lo más humano: la ayuda mutua. Y qué mejor empezar por la más próxima, por la que me brindan en mi familia.
Por eso nos explicamos tanta crisis antropológica: no sé quién soy, en el fondo nos escondemos en la propia limitación y soñamos con salir de nosotros por la negación y desear ser como el más opuesto…
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