Hablar de decisiones es circunscribirse a la dimensión ética del ser humano porque una decisión es el resultado de varios pasos conscientes elegidos por la persona, como los de buscar algo superior. Las consecuencias de las acciones siempre son temas éticos al relacionarse con propósitos de mejora tanto en el modo de proceder como en los resultados.
Los instrumentos elegidos por la persona ayudan a conseguir con más eficacia el fin deseado, pero ellos en sí mismos no son éticos. Nunca una pistola se califica de perversa por haber dado muerte a un inocente, ni tampoco se dirá de ella ser salvadora por haber provocado la huida de malhechores al verla en las manos de un guarda.
Toda innovación tecnológica, en todas las épocas provoca en unos admiración en otros prevención, y en medio de estos polos multitud de suposiciones y propuestas. Independientemente y por encima de ese mundo de opiniones lo que verdaderamente ha de tomarse en cuenta es la postura humana ante la aplicación de los adelantos. Y la respuesta adecuada debe apoyarse en un juicio moral y una decisión ética.
La tentación de dar respuestas más veloces y obtener resultados inmediatos para ganar el primer puesto, es funesta pues las personas ceden a la máquina el papel que les corresponde: calificar las acciones, calificar los procesos y calificar los resultados para poder tomar una decisión y hacerse responsables de las consecuencias de tal elección.
El juicio moral consiste en estudiar concienzudamente todos los elementos y el trabajo que van a realizar desde el punto de vista de lo conveniente que es realizar ese trabajo de transformación para conseguir mejores resultados. La moral indica si realmente hay más bondad en la realización y el grado de mejora que se prevé. Este es el trabajo intelectual requerido.
La decisión ética corresponde a las consecuencias ocasionadas en el entorno al aplicar el producto elaborado. Para ello, es necesario ver si habrá mejoras, si las personas están preparadas para adoptar ese cambio, si verdaderamente las sustituciones que vendrán son proporcionadas a los beneficios, si los efectos tangenciales son pasajeros y se solucionarán con la innovación. Esto compromete a la voluntad para lograr un bien mayor.
Siempre que aparece una nueva tecnología hay multitud de interrogantes, generalmente enmarcadas entre dos posturas extremas: los conservadores a ultranza y los innovadores extremos. Los primeros temen al cambio y lo rechazan, los segundos adoptan el cambio de inmediato. Los primeros paralizan el progreso, los segundos impulsan sin conservar los adelantos alcanzados y muchas veces despreciándolos.
Es difícil ser prudente pero es necesario intentarlo pues esa virtud descubre el justo medio en las decisiones, y no es mediocridad sino capacidad de ver lo bueno y lo malo en las actividades de acuerdo a las circunstancias del presente.
Hay muchas preguntas por responder. La conferencia internacional en el Pontificio Instituto Patrístico Augustinianum intenta responder a algunas y puede orientarnos: “¿Para qué sirve la IA? ¿Es posible desarrollar y utilizar éticamente la IA? ¿Es posible realizar el progreso tecnológico y científico como camino hacia la paz? ¿Es posible combinar el desarrollo de la Inteligencia Artificial generativa con el respeto a los derechos de las personas, la inclusión de los más frágiles y el cuidado del planeta, convirtiéndola en un instrumento de integración entre mundos cada vez más interconectados y de lucha contra las crecientes desigualdades?”. El modo de responder cuenta con la luz de la Doctrina Social de la Iglesia.
Pero aún detrás de estas preguntas hay otras más profundas como la de quién es el ser humano y si será desplazado por la IA. ¿Cómo seguir plenamente humanos y orientar el cambio a una cultura inclusiva y ética?
De inmediato hay respuestas básicas pues como fruto de la espiritualidad la sabiduría es exclusivamente humana y las máquinas no pueden ni imitarla.
El Papa nos advierte de estar en una época rica en tecnología y pobre en humanidad. De inmediato ofrece recursos como la Carta para la Jornada Mundial para la paz, de este año, y últimamente su intervención en la reunión en Roma del G7 el 14 de junio. En esa reunión claramente hace ver la importancia de no tomar las decisiones señaladas por la IA, mucho menos a nivel de gobierno por la inmensa responsabilidad de repercusión mundial.
Cada uno ha de aplicar este consejo a los momentos cruciales en que debamos elegir. El instrumento puede dar respuestas con los datos dados por los programadores. Y por eso sólo se basan en relaciones técnicas o económicas, pero no captan el nuevo entorno al cual se van a aplicar. Simplemente es una herramienta por sí misma no capta lo desconocido.
Es necesario revalorar en los humanos la espiritualidad, la libertad, la creatividad, la capacidad de ponernos en el lugar del otro, aunque sea muy distinto. Por eso, la persona puede singularizar al objeto o al sujeto, observar las circunstancias y prever fines, e imaginar los diversos resultados. Precisamente la valoración del objeto, fin y circunstancias forja el nivel de moralidad, y entonces elegir. Esto último no lo puede resolver un instrumento.
La IA es una herramienta que no tiene fines ni juicios ni libertad, ni puede prever el futuro, puede imitar o reproducir algunas funciones de la inteligencia humana, pero sin autonomía ni libertad. Enlaza vertiginosamente los datos con que cuenta, pero no incluye lo que no le dan.
Podríamos suponer que la IA sí llegara a tener todos los datos posibles, de todos modos, el ser humano no puede ni debe adoptar sin valorar la respuesta de la IA, porque el ser humano, por su inteligencia espiritual sabe que tiene que adelantarse a consecuencias inhumanas que no debe provocar. O ha de medir sus recursos para reparar.
El Papa Francisco lo dice claramente: Es preciso que brote una nueva humanidad de profunda espiritualidad, de una libertad y una vida interior nuevas.
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