Cada familia ha de ser un campo de entrenamiento y un grupo de familias un auténtico batallón para forjar la paz y la salud de cada uno, de todos y de la sociedad.
Es más frecuente que desde el ámbito social se afirme que la familia es la base de la sociedad, y no tanto que desde la familia se hable de su realidad de ser forjadora de la sociedad. Tal vez en esta reciprocidad, la debilidad está en el escaso énfasis para recordarle a cada familia su deber de crecer en fortaleza para hacer una sociedad envidiable.
Por eso, cada familia ha de advertir dónde están sus fortalezas y dónde sus debilidades para tomar medidas eficaces y asumir su papel en el entorno, como debe ser. O tener el valor de reconocer que la influencia es nociva por las actividades que realizan o porque alguno de sus miembros es un elemento transgresor en la sociedad. Pero no basta con reconocer, es necesario cambiar para aportar positivamente.
Contamos con la promoción de cuidarnos para cuidar a los demás, gracias a la pandemia. Esto da la esperanza de comunidades más solidarias en la salud porque todos compartimos la misma experiencia. Este ejemplo lo hemos de proyectar a otras áreas. Es de desear que tal iniciativa surja de las familias para mejorar a la comunidad.
Quienes desde su niñez o su juventud han vivido la pandemia, tienen más profunda la huella de esta experiencia y, por eso, pueden ser más eficaces en sus intervenciones. Conviene tenerlos en cuenta en el diseño de proyectos educativos, para lograr una difusión más generalizada y recíproca. La facilidad proviene de que todas las comunidades resultamos más afines por la común vivencia del fenómeno.
Estamos en un buen momento para inaugurar nuevas maneras de inserción al entorno: mejorar en la capacidad de adaptación, más apertura a la confianza mutua, adopción de la comunicación a distancia para abrirse a nuevos horizontes, secundar el impulso de nuevos talentos e incluir nuevos medios y recursos para apoyar la creatividad.
La tarea es muy extensa, por eso, es necesario la unión de familias sensibles al tema de la recuperación del ambiente social. Una familia sola puede poco, en estos momentos. El proyecto, para que sea duradero y eficaz requiere de familias valientes que recuperen las calles, ya no es tan oportuno que generen ámbitos cerrados para algunas pocas familias, es necesario el combate al ambiente tan malo y tan difundido.
Esto no prevalecerá, porque el bien tiene la última palabra, pero mientras tanto urge neutralizarlo y derrumbarlo. Muchas personas buenas, pero aisladas, sufren sin tener recursos para el combate. Estamos ante la urgente tarea solidaria de las pocas familias bien orientadas. Es necesario que éstas incorporen a otras, abriéndolas a la esperanza y al proyecto común.
Es urgente recuperar espacios en la sociedad para que se vuelvan educativos, que eviten todo tipo de corrupción y de agresividad irrespetuosa contra la vida humana, no podemos acostumbrarnos. Es oportuno recordar que el mal existe en el fondo de cada persona y necesitamos ambientes que nos impidan conductas inconvenientes. Esto nos llevará a entender que ni aunque logremos instaurar el buen ambiente nos podemos dormir, siempre habrá que combatir los nuevos brotes del mal, pero el combate ha de ser inmediato para que no crezca, para que se corrija a tiempo.
Somos testigos de nuestro descuido. Por ejemplo, hace tiempo cuando una persona vivía de recursos mal habidos, o cooperaba con instituciones que operaban al margen de la ley, lo ocultaban con esmero. Ahora las empresas transgresoras son una escuela para los hijos, con dolor vemos a gente joven involucrada en los negocios turbios de sus progenitores.
El trasfondo muestra una gran pérdida del sentido del bien, de los principios morales y religiosos. La palabra de honor no se practica. Ahora vivimos en un mundo de mentira donde se da el nombre de valores a los que no lo son, como la mentira, el engaño, la sagacidad, el poder económico aunque sea mal habido, el robo, el asesinato, la pornografía,…
Hemos llegado demasiado lejos, para el combate se necesita heroísmo esperanzado. Permanecer en la lucha hasta alcanzar, y si no vemos el final otros lo verán, esta seguridad será una realidad.
Las acciones han de ser grandes y pequeñas. Éstas últimas están a nuestro alcance. Por ejemplo: la sonrisa a una persona inoportuna, un acto servicial aunque estemos cansados, mostrar afecto a quien vemos aislado, aconsejar a quien está a punto de hacer una tontería. Estos detalles y otros que aparezcan en nuestro camino son nuestros puestos en el campo de batalla.
Cada familia ha de ser un campo de entrenamiento y un grupo de familias un auténtico batallón para forjar la paz y la salud de cada uno, de todos y de la sociedad. El entrenamiento constante está en las relaciones conyugales que con su esfuerzo forman a las nuevas generaciones. Vamos de lo cotidiano y concreto a lo amplio y universal.
De estas familias saldrán ciudadanos comprometidos con la verdad y el bien. Serán médicos honestos, abogados honestos, políticos honestos, comerciantes honestos, policías honestos, etcétera, etcétera, etcétera. No es un sueño, es una realidad posible, siempre que todos estemos dispuestos a impedir las tentaciones, o a corregir cuando inicia cualquier desviación.
Pero toda esa fortaleza proviene del buen ejemplo observado en el padre y en la madre de una familia normal. También tienen su papel los hermanos, los abuelos y los demás miembros de la familia extensa. Por supuesto los miembros de las familias amigas. Así, con obras, se combate la crisis espiritual que padecemos.
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