Vamos a reflexionar sobre algo tan cotidiano y natural en nuestra vida como es la esperanza. Es muy lógico intensificarlo desde el día 24 de este mes de diciembre, pues los beneficios espectaculares de esta virtud se deberán al mejor proveedor, a quien acudiremos.
La esperanza es un estado de ánimo abierto hacia algo por conseguir en el futuro, acompañado de incertidumbre, pero posible y favorable. Es consecuencia de una actitud profundamente vital, aunque no exenta de la influencia de las peculiaridades psicológicas de cada quién y de las posibilidades de las criaturas en nuestro entorno.
Para un ser vivo y activo como somos los humanos, la esperanza es una condición indispensable para desarrollarnos, relacionarnos, transformar e influir positivamente. Cada una de estas características tiene sus propios efectos y vale la pena mencionarlos.
El desarrollo es real si conocemos nuestras tendencias y combatimos aquellas que nos frenan o nos deterioran, e impulsamos todo lo capaz de hacernos crecer en lo físico, lo intelectual, lo apetitivo y lo trascendente. En este terreno hemos de combatir el pesimismo típicamente paralizante.
Las relaciones abiertas al entorno facilitan la capacidad de dar y recibir, de aprovechar los recursos naturales y darles un sentido más elevado y, sobre todo, de fortalecer la tendencia relacional con nuestros semejantes beneficiándolos y beneficiándonos con aportaciones plurales: de ida y vuelta. El combate ha de ser contra la timidez o el individualismo.
La transformación consiste en extraer la riqueza escondida pero real. Para aplicar los conocimientos con la finalidad de mejorar los recursos o para inventar otros a partir de los nuevos descubrimientos. Es más eficaz apoyarnos en otras personas pues al sumar ideas y experiencia se puede llegar más lejos y en menos tiempo. La superficialidad o la precipitación son dos tendencias que dificultan descubrir las posibilidades encerradas en las cosas y en los demás.
La mejor influencia es de quienes tienen apertura y deseos de aprovechar experiencia y conocimientos para mejorar el entorno. Trabajar en equipo con personas activas incapaces de refugiarse en el anonimato multiplica las ideas e inyecta más energías y nuevas propuestas para incursionar en otras soluciones. Las reuniones para evaluar los resultados del trabajo notoriamente se enriquecen.
En la práctica la esperanza no desaparece mientras la vida sea sana pues al terminar un asunto siempre nos encontramos otros en espera de nuestra atención. El presente es un continuo forjar el futuro. Sin embargo, hay posturas religiosas y filosóficas que, al minimizar la experiencia cotidiana y práctica, plantean soluciones sorprendentes pero muy lejanas a la realidad.
La apatía ante el futuro estanca a la sociedad y manifiesta un desconocimiento del flujo del tiempo: el presente es un hoy-ahora aprovechable, pero el futuro es un continuo imposible de detener. Si en el presente actuamos el futuro recibe los resultados de nuestra labor. Si no actuamos el futuro no se eleva, en el mejor de los casos permanece igual, aunque lo común es que se deteriore.
Es natural cierto temor ante la apertura al futuro, lo desconocido siempre será intimidante y por esa razón hemos de aceptarlo con valor, pero es malsano paralizarse. El temor al futuro hace daño y si es por pesimismo o por el recuerdo de fracasos será necesario descubrir y combatir las causas.
Alimentar la vida con proyectos personales, familiares y sociales motiva a la acción. Una práctica aconsejable es fomentar los deseos, la paciencia y la constancia. Los deseos han de buscar dar solución a carencias reales. La paciencia debe responder a la aceptación de que los resultados llegan a su debido tiempo, y la constancia es indispensable para lograr el propósito. Los tres elementos son indispensables para combatir el temor a la frustración.
La elección de los recursos y de los colabores ha de ser proporcional a las metas. Estas cuestiones se ven claras en la planeación, pero muchas veces ante la premura de la ejecución fallamos y lógicamente también fallarán los resultados esperados. Recomenzar será una obligación y esto necesariamente retrasará la obtención de los datos verídicos.
Como vemos, la esperanza es una condición indispensable para conseguir cualquier objetivo, es una virtud vital, sin ella nos enterramos en vida. Aunque todavía es necesario tener en cuenta en quién ponemos nuestra esperanza. Esto equivale a asegurar que lo solicitado es posible de alcanzar.
Estamos ante un año jubilar y sabemos que esto ocurre cada veinticinco años en la Iglesia católica. Por supuesto se trata de recibir muchas gracias espirituales y obviamente nuestra esperanza está puesta en Dios, nuestro máximo y generoso Proveedor. Por eso está garantizada la mejor ayuda y la certeza de conseguir las más valiosas promesas.
El Papa Francisco ha señalado la importancia de esperar y nos ha señalado esa virtud como una compañera necesaria para recorrer el año 2025 con la certeza de alcanzar los dones y las gracias necesarias para fortalecer la vida cristiana y para mejorar nuestro entorno.
Para iniciar bien este año y para vivir con constancia los propósitos, es imprescindible confiar en Dios. Él nos pone metas muy altas, pero también desea acompañarnos y ayudarnos. Por todo esto podemos estar seguros de alcanzar y superar lo que nos parezca arduo, y también de disfrutar los logros. Es legítimo pensar que esta oportunidad dejará una huella profunda capaz de mantener los resultados para el resto de nuestra vida.
Además, el modo de conducirnos también sufrirá un cambio, seremos más optimistas y agradecidos, asimismo el nivel alcanzado y la confianza depositada en Dios son una ganancia y una plataforma para todo lo que venga.
Te puede interesar: Bien común y autoridad
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com
Facebook: Yo Influyo