Francisco en Colombia

El primer día del Papa en Colombia

Su Santidad aterrizó en Bogotá y después del recibimiento en el aeropuerto y el saludo al Presidente y a su esposa, en la Nunciatura donde se alojó, recibió a dos instituciones: El IDIPRON, entidad pública de Bogotá que atiende a niños, niñas, adolescentes y jóvenes en situación de vulnerabilidad social, habitantes de la calle o en riesgo de estarlo. Y a las Familias de la Misericordia (Famis), de laicos y sacerdotes, que practican obras de Misericordia, en las periferias.



Al día siguiente, en Bogotá, el mensaje propuesto fue  “La familia artesana de la paz y defensora de la vida”, tema que desde el día anterior enfatiza la infancia y las familias de la periferia.

A las palabras de bienvenida del Presidente Santos, en la Plaza de Armas, el Papa agradece la calurosa acogida y concluye con el deseo de cerrar un ciclo de dolor: “Es mucho el tiempo pasado en el odio y la venganza… no queremos que cualquier tipo de violencia restrinja o anule ni una vida más. Y quise venir hasta aquí para decirles que no están solos,… este viaje quiere ser un aliciente para ustedes, un aporte que en algo allane el camino hacia la reconciliación y la paz.”

Después de una reunión con Juan Manuel Santos en el Palacio Presidencial, Su Santidad va a la Catedral donde permaneció unos minutos orando en silencio, ante la imagen de la Virgen de Chiquinquirá.

Después, desde el balcón del Palacio Cardenalicio, estableció un extraordinario contacto con 22.000 jóvenes colombianos. “Hoy entro a esta casa que es Colombia diciéndoles, ¡La paz con ustedes! (Los jóvenes responden: “¡Y con tu espíritu!”). Así era la expresión de saludo de todo judío y también de Jesús… Vengo también para aprender de ustedes, de su fe, de su fortaleza ante la adversidad. porque ustedes saben que el obispo y el cura tienen que aprender de su pueblo…

El Señor está cerca de ustedes, en el corazón de cada hijo e hija de este País. Él no es selectivo, no excluye a nadie sino que abraza a todos; y todos, escuchen esto, todos somos importantes y necesarios para Él (Gritos y aplausos).

Durante estos días quisiera compartir con ustedes la verdad más importante: que Dios los ama con amor de Padre y los anima a seguir buscando y deseando la paz, aquella paz que es auténtica y duradera. Dios nos ama con amor de Padre. ¿Lo repetimos juntos?, (vocean todos): ¡Dios nos ama con amor de Padre!

…No se la dejen robar, cuiden esa alegría que todo lo unifica en el saberse amados por el Señor. Porque… ¿cómo habíamos dicho al principio? Todos: ¡Dios nos ama con amor de Padre! (…) ¡Vuelen alto y sueñen grande! (gritos de emoción)…

Que sus ilusiones y proyectos oxigenen Colombia y la llenen de utopías saludables. (Gritos y silbidos de alegría) Jóvenes, ¡sueñen! ¡muévanse! ¡arriésguense! miren la vida con una sonrisa nueva… Los jóvenes son la esperanza de Colombia y de la Iglesia; (gritos de los jóvenes) en su caminar y en sus pasos adivinamos los de Jesús, el Mensajero de la Paz, de Aquél que nos trae noticias buenas.

Me dirijo ahora a todos, niños, jóvenes, adultos y ancianos, que quieren ser portador de esperanza: que las dificultades no los opriman, que la violencia no los derrumbe, que el mal no los venza… ¡Salgan al encuentro de Jesús! Los invito al compromiso, no al cumplimiento, al compromiso. (…) (Gritos de alegría). 

Más tarde se reúne con  Obispos. Les recuerda que está para anunciar a Cristo y para cumplir en su nombre un itinerario de paz y reconciliación. Y desea continuidad con las palabras de Pablo VI y san Juan Pablo II, en ese país. “Dar el primer paso” es el lema de mi visita, y “Dios es el Señor del primer paso. Francisco indicó también que no sirven “las alianzas con una parte u otra”, sino la libertad de hablar con unos y otros. 

Insistió  en “una Iglesia en misión”, atentos a la familia y la vida – desde su concepción-, los jóvenes, las vocaciones, los laicos, la formación. Sin olvidar llagas como el alcoholismo y la fragilidad del vínculo matrimonial, a los jóvenes que caen en la droga y la tentación subversiva. No olvidar la Amazonia y del respeto a la vida y la naturaleza que sus habitantes.

Al CELAM, conformado en ese momento por obispos de las 22 Conferencias episcopales de América Latina y tres del Caribe, les agradeció estar aquí y el esfuerzo para transformar esta Conferencia Episcopal continental en una casa al servicio de la comunión y de la misión de la Iglesia en América Latina. Les iniste en que la Iglesia es la comunidad de los discípulos de Jesús; la Iglesia es Misterio (cf. Lumen Gentium, 5) y Pueblo (cf. ibíd., 9), o mejor aún: en ella se realiza el Misterio a través del Pueblo de Dios. Y no es  una burocracia que se autobeneficia, ni tampoco se puede reducir a una organización dirigida, con modernos criterios empresariales, por una casta clerical.

El misterio de la Iglesia es realizarse como sacramento de esta divina cercanía y como lugar permanente de este encuentro. De ahí la necesidad de la cercanía del obispo a Dios, porque en Él se halla la fuente de la libertad y de la fuerza del corazón del pastor, así como de la cercanía al Pueblo Santo que le ha sido confiado. En esta cercanía el alma del apóstol aprende a hacer tangible la pasión de Dios por sus hijos. Aparecida es un tesoro cuyo descubrimiento todavía está incompleto. Orar y cultivar el trato con Él es, por tanto, la actividad más improrrogable de nuestra misión pastoral. A sus discípulos, entusiastas de la misión cumplida, Jesús les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar deshabitado» (Mc 6,31).

En este profundo y largo mensaje, el Santo Padre señala: Si queremos una nueva y vivaz etapa de la fe en este continente, no la obtendremos sin las mujeres. Por favor, no pueden ser reducidas a siervas de nuestro recalcitrante clericalismo; ellas son, en cambio, protagonistas en la Iglesia latinoamericana; en su salir con Jesús; en su perseverar, aun en el sufrimiento de su Pueblo; en su aferrarse a la esperanza que vence a la muerte; en su alegre modo de anunciar al mundo que Cristo está vivo, y ha resucitado. La esperanza en América Latina pasa a través del corazón, la mente y los brazos de los laicos.

En la homilía de la Santa Misa, parte del Evangelio del día, cuando Jesús predica junto al mar de Galilea y concreta el tema de la familia artesana de la paz y defensora de la vida. En la segunda parte, Francisco dice:

«Echar las redes entraña responsabilidad. En Bogotá y en Colombia peregrina una inmensa comunidad, que está llamada a convertirse en una red vigorosa que congregue a todos en la unidad, trabajando en la defensa y en el cuidado de la vida humana, particularmente cuando es más frágil y vulnerable: en el seno materno, en la infancia, en la vejez, en las condiciones de discapacidad y en las situaciones de marginación social. También multitudes que viven en Bogotá y en Colombia pueden llegar a ser verdaderas comunidades vivas, justas y fraternas si escuchan y acogen la Palabra de Dios.

En estas multitudes evangelizadas surgirán muchos hombres y mujeres convertidos en discípulos que, con un corazón verdaderamente libre, sigan a Jesús; hombres y mujeres capaces de amar la vida en todas sus etapas, de respetarla, de promoverla. Hace falta llamarnos unos a otros, hacernos señas, como los pescadores, volver a considerarnos hermanos, compañeros de camino, socios de esta empresa común que es la patria. Bogotá y Colombia son, al mismo tiempo, orilla, lago, mar abierto, ciudad por donde Jesús ha transitado y transita, para ofrecer su presencia y su palabra fecunda, para sacar de las tinieblas y llevarnos a la luz y la vida. Llamar a otros, a todos, para que nadie quede al arbitrio de las tempestades; subir a la barca a todas las familias, santuario de vida; hacer lugar al bien común por encima de los intereses mezquinos o particulares, cargar a los más frágiles promoviendo sus derechos.

Pedro experimenta su pequeñez, lo inmenso de la Palabra y el accionar de Jesús; Pedro sabe de sus fragilidades, de sus idas y venidas, como lo sabemos nosotros, como lo sabe la historia de violencia y división de vuestro pueblo que no siempre nos ha encontrado compartiendo barca, tempestad, infortunios. Pero al igual que a Simón, Jesús nos invita a ir mar adentro, nos impulsa al riesgo compartido, a dejar nuestros egoísmos y a seguirlo. A perder miedos que no vienen de Dios, que nos inmovilizan y retardan la urgencia de ser constructores de la paz, promotores de la vida».

Para terminar este primer día, en la Nunciatura a los fieles de diversas instituciones que le saludaron con bailes y cantos, les da las y gracias y pide a una niña que relea una frase sobre la vulnerabilidad y explicó:

“Queremos un mundo en la que la vulnerabilidad sea reconocida como la esencia de lo humano” porque “todos somos vulnerables: dentro o en los sentimientos, o de otras maneras que se ven”. Y explico: “Todos necesitamos que la vulnerabilidad sea respetada, acariciada, curada en la medida de lo posible y que dé fruto para los demás”.

¿Quién es la única persona que no es vulnerable?, preguntó, a lo que respondieron: “Dios”. “Todos necesitamos ser sostenidos por Dios, por eso no se puede descartar a nadie”, indicó el sucesor de Pedro. Después de rezar un Ave María, les impartió la bendición. “Y no se olviden de rezar por mí porque yo soy muy vulnerable”.

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