Desde la época prehispana, los habitantes de estas tierras, que mucho más tarde se reconocerán como República Mexicana, nos heredan una arraigadísima conciencia del cuidado de los progenitores por sus vástagos. En la literatura podemos encontrar textos conmovedores sobre el trato y la educación de las niñas y los niños.
El inicio del siglo XX trajo grandes cambios, cada país los tuvo, el nuestro se sacudió ante sus acontecimientos políticos, sociales, económicos, religiosos. Pero la institución familiar era un sólido asidero para las personas; en ella, cada uno estaba seguro de encontrar un apoyo entrañable, generoso.
El 27 de abril de 1917 se funda en México la Unión Nacional de Padres de Familia (UNPF) por un grupo de padres de familia que con clarividencia y responsabilidad ven la necesidad de unir fuerzas para defender los principios que sustentan a la familia. Este año de 2017 alcanzan su primer centenario dando el testimonio de familias que ayudan a otras.
Mucho más adelante, Juan Pablo II, en su Carta a las familias del Año de la Familia, en 1994, nos dice: “Conviene realmente hacer todos los esfuerzos posibles para que la familia sea reconocida como ‘sociedad primordial’ y, en cierto modo, <<soberana>>. Su <<soberanía>> es indispensable para el bien de la sociedad. Una Nación verdaderamente soberana y espiritualmente fuerte está formada siempre por familias fuertes, conscientes de su vocación y de su misión en la historia. La ‘familia está en el centro’ de todos estos problemas y cometidos: relegarla a un papel subalterno y secundario, excluyéndola del lugar que le compete en la sociedad, significa causar un grave daño al auténtico crecimiento de todo el cuerpo social” (n. 17 in fine).
La UNPF tiene un largo historial en la defensa de los Derechos Humanos y en los Derechos de la Familia. Por ejemplo: la defensa de la vida y el constante rechazo al aborto y a la eutanasia; la defensa de los padres a la educación de los hijos, y denunciando el Artículo 3º de la Constitución como una violación a este derecho; últimamente no han escatimado esfuerzos para volver al orden dado en la naturaleza y desenmascarar las imposiciones ideológicas que ofrecen ilusorios paraísos.
El lunes 24, los integrantes de esta Institución y muchos amigos y personas que comulgan con sus ideales, acudieron a la celebración de la Santa Misa en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. Allí, el Cardenal Alberto Suárez Inda leyó el Mensaje que el Papa Francisco envió al Cardenal José Francisco Robles Ortega, arzobispo de Guadalajara, presidente de la Conferencia Episcopal Mexicana.
Su Santidad saluda cordialmente a los obispos mexicanos, reunidos en la 103º asamblea plenaria, y les anima a unir esfuerzos para fomentar los valores de la familia y para lograr una sociedad más solidaria, fraterna y justa. También saluda a los miembros de la Unión Nacional de Padres de Familia con ocasión del centenario de su fundación.
El Papa aconseja apoyarse en el ejemplo de la familia de Nazaret, donde encontrarán la inspiración y el estímulo necesario para conseguir las metas que se han propuesto, donde “brille el amor de Dios”.
“Con estos sentimientos, el Santo Padre les encomienda a la protección de la Santísima Virgen de Guadalupe, les imparte de corazón la implorada bendición apostólica, que complacido extiende a todos los que se unen a esta celebración”. Así concluye el mensaje firmado por el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado de Su Santidad.
Presidió la celebración de la Santa Misa el cardenal José Francisco Robles Ortega, y concelebraron los obispos de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM).
Viene al caso recordar algunas ideas que el Papa dijo en nuestro país en febrero de 2016.
En la Catedral de México, al clero: les recordó que “la «Virgen Morenita» nos enseña que la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la “ternura de Dios”. Les aseguró que “en las miradas de ustedes el Pueblo mexicano tiene el derecho de encontrar las huellas de quienes han visto al Señor”.
En Chiapas con las familias: “Nuestro padre Dios no sabe hacer otra cosa que querernos, echarnos ganas y llevarnos adelante. No sabe hacer otra cosa. Porque su nombre es amor, su nombre es donación, su nombre es entrega, su nombre es misericordia. Eso nos lo ha manifestado con toda fuerza y claridad en Jesús, su Hijo, que se la jugó hasta el extremo para volver a hacer posible el reino de Dios. Un reino que nos invita a participar de esa nueva lógica, que pone en movimiento una dinámica capaz de abrir los cielos, capaz de abrir nuestros corazones, nuestras mentes, nuestras manos y desafiarnos con nuevos horizontes. Un reino que sabe de familia, que sabe de vida compartida. En Jesús y con Jesús ese reino es posible. Él es capaz de transformar nuestras miradas, nuestras actitudes, nuestros sentimientos muchas veces aguados en vino de fiesta superficial. Él es capaz de sanar nuestros corazones e invitarnos una y otra vez, setenta veces siete, a volver a empezar. Él es capaz de hacer siempre nuevas todas las cosas”.
Más adelante añadió: “El amor no es fácil, no es fácil no. Pero lo más lindo que un hombre y una mujer se pueden dar entre sí es el verdadero amor, para toda la vida.
Me han pedido que rezara por ustedes y quiero empezar a hacerlo ahora mismo, con ustedes. Ustedes queridos mexicanos tienen un plus, corren con ventaja. Tienen a la Madre: la Guadalupana quiso visitar estas tierras y eso nos da la certeza de tener su intercesión para que este sueño llamado familia no se pierda por la precariedad y la soledad. Ella es Madre y está siempre dispuesta a defender nuestras familias, a defender nuestro futuro; está siempre dispuesta a «echarle ganas» dándonos a su Hijo”.
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