Eficacia de la ONU

La Organización de las Naciones Unidas surge como una respuesta para impedir en el futuro los tremendos desastres causados por la segunda Guerra Mundial. Pocos años antes sufrieron la Primera Guerra Mundial y a pesar de haber vivido situaciones extremas, en un lapso de tiempo relativamente corto los países vuelven a desatar su cólera contra los demás. Era evidente la necesidad de un recurso supranacional y así se aprobó esta Institución. Ganadores y perdedores tenían cabida para ventilar sus disputas y entre todos, con buena voluntad, llegar a acuerdos con el fin de asegurar la paz.

Hasta ahora se ha frenado una Tercera Guerra Mundial localizada en un lugar concreto, pero frenar las diferencias y llegar a acuerdos, no se ha logrado. El papa Francisco en su observación de los comportamientos multinacionales ha calificado la situación actual de la Tierra como una Tercera Guerra a retazos: aquí y allá hay pugnas tan violentas que causan estragos irreparables. Y las Naciones Unidas carecen de poder coercitivo.

Allí están los ejemplos de Croacia y Rusia. Poco después de Palestina e Israel con anexión posterior de otros países, y desde luego muchas contiendas anteriores entre países del Continente Africano. E incluso violaciones notoriamente graves dentro de un mismo país, como por ejemplo la elección fraudulenta en Venezuela. Y las llamadas de atención no han logrado remover para rectificar y encauzar el orden. 

Como sabemos, el reducido territorio del Vaticano, desde hace 60 años es “observador permanente” en la ONU. La razón de ser del Vaticano es fundamentalmente espiritual con el fin de conducir a toda la humanidad a su destino final: retornar a la verdadera patria: el Cielo, donde a cada ser humano le espera un sitio. Mientras llega ese momento también, con sus recursos, atiende las necesidades terrenas para solventarlas del mejor modo. Por eso, observa, advierte, aconseja y propone. También realiza muchas obras de caridad abiertas a todos.

El 15 de octubre de este año se hizo pública la propuesta del Vaticano de elaborar un tratado global para resolver en la ONU crímenes de lesa humanidad, éstos son especialmente graves por ser cometido de forma generalizada y sistemática como todos aquellos ilícitos de derecho internacional, por ejemplo: los crímenes de guerra, el genocidio, la agresión, la trata de personas, el narcotráfico, la esclavitud, la tortura, el asesinato voluntario, el exterminio o imposición intencional de condiciones de vida que tienden a destruir parte o toda una población, la deportación o el traslado forzoso de población, la privación grave de la libertad. Todos ellos planeados como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil 

Los crímenes de lesa humanidad a menudo se han cometido como parte de políticas de Estado, pero también pueden ser perpetrados por grupos armados no estatales o fuerzas paramilitares.

El arzobispo Gabriele Caccia, observador permanente de la Santa Sede ante la ONU, advirtió que, al definir tales crímenes, deben considerar las normas existentes en el derecho consuetudinario que consiste es el conjunto de costumbres, prácticas y creencias aceptadas como normas obligatorias de la conducta en una comunidad. 

Para fortalecer el reconocimiento por el derecho internacional, de los crímenes contra la humanidad como crímenes internacionales, el prelado expresó la necesidad de la creación de un “instrumento universal” destinado a facilitar la cooperación internacional para la prevención y sanción de aquellos actos que no respetan la dignidad humana. Pero para garantizar la eficacia de este instrumento es imprescindible la clara y concreta definición de esos crímenes, pues sin esto la efectividad del nuevo instrumento estaría en riesgo.

Como ejemplo de disfuncionalidad, el representante de la Santa Sede manifestó que observa con grave preocupación el hecho de omitir la definición de género formulada en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, porque así no se da un buen punto de partida. La definición clara de género debe partir de la realidad biológica de los dos sexos. Sin este aspecto se impide el procesamiento de delitos contra las mujeres, como son la violación, la esclavitud sexual y la prostitución forzada.

El arzobispo Caccia también advirtió que los esfuerzos para prevenir y castigar los crímenes contra la humanidad deben respetar la soberanía de otros Estados y la inmunidad procesal de los funcionarios extranjeros.

“Por lo tanto, cualquier nueva convención debería guiarse por precedentes establecidos y basarse en la obligación de los Estados partes de procesar los delitos dentro de sus propias fronteras, y de cooperar en la extradición de los perpetradores y la asistencia a las víctimas”.

“Los Estados -añadió- que han abolido la pena de muerte deberían tener el derecho de no extraditar a los delincuentes potencialmente sujetos a ella”. Además, las personas “no deberían ser expulsadas a lugares donde corran el riesgo de ser víctimas de crímenes contra la humanidad o de tortura”. 

El nuevo instrumento, concluyó el prelado, debe reconocer la dignidad de las víctimas, consagrando en la ley su derecho a recibir compensación y asistencia por los daños sufridos y facilitar su reintegración en la sociedad, además de fomentar la colaboración internacional para garantizar dicho apoyo, especialmente en lugares donde los recursos pueden ser limitados”.

Es de desear que los Estados adopten la iniciativa, pues por su creatividad puede llevar al auténtico ejercicio de la justicia por encima de las variadísimas peculiaridades de cada país. 

La buena voluntad no basta, ya lo comprobamos, es necesario que todos los países acepten una directriz internacional para asegurar la paz. Sin embargo, también hay un problema de fondo para la Institución Mundial y algo ya sucede: la comunidad internacional necesita más fuerza en su labor de mediación. Conviene afrontar las causas con verdadera honestidad, apoyar a cada país de acuerdo a sus necesidades y no privilegiar a quienes aportan más económicamente. Esto último exige una rectitud a toda prueba. 

El orden mundial no depende de los más ricos o los más fuertes, sino de los principios éticos universales. Estos principios por ejemplo anulan la posibilidad de obtener recursos con la venta de armas o de la droga.

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