Educación sexual

La educación sexual ha cambiado sus contextos a través del tiempo, sin embargo, hay que profundizar debido a lo delicado y la profundidad del tema.


Educación sexual


Hablar de educación sexual se ha convertido en un tema de interés global. Es cierto, la educación abarca todos los aspectos de la vida humana, en todos hemos de mejorar, y la educación ha de tener propuestas para esos variadísimos asuntos. Por tratarse de algo tan trascendente y delicado, vemos la urgente necesidad de afrontarlo con la debida profundidad.

Durante mucho tiempo la educación sexual se ha evadido y solamente se trataba cuando las personas estaban próximas a contraer matrimonio. Se tenían algunas conversaciones con el padre o la madre, o se aconsejaba un libro. La Iglesia Católica, consciente de la importancia de la formación en este campo, aconseja los cursos matrimoniales, pero desgraciadamente tampoco se imparten con la debida preparación y altura.

Ante este vacío, nos hemos ido al extremo de abordar el tema trivializándolo. Hablar sin ton ni son de sexo, excluir a los padres –prioritarios responsables de este terreno– y reducir la educación sexual a mera técnica. De modo que ahora hemos logrado que hasta el más inculto o inmaduro sea un experto en sexualidad aplicada.

Obviamente las consecuencias son funestas y nos ahogan, porque la sexualidad es inseparable de la procreación. Pero como la procreación exige un nivel muy alto de responsabilidad, cuando aparece una nueva vida sin esperarla ni desearla, la respuesta inmediata e imprudente es eliminar ese “resultado” inconveniente con el aborto. Y punto final.

Pero no, la vida humana es maravillosa y este terreno no se trata así. Es necesario ser recurrentes en la verdad de que la familia es el entorno natural de la vida humana. Sin caer en equívocos o falsificaciones: la familia es el efecto natural de la unión estable de un hombre y una mujer, abiertos a la propagación y al cuidado de la vida mutua y de los que engendren. Por eso, como consecuencia de los derechos de las personas, esta familia también tiene derechos.

Para responder al cuidado del alto nivel de cada ser humano y de la auténtica familia hace falta una educación sexual de calidad. Por lo tanto, se ha de considerar la razón de la sexualidad como un presente y como promotora del futuro.

La sexualidad como un presente:

La educación de la sexualidad en el presente es educar en el amor: descubrir la capacidad que cada persona tiene para amar y las manifestaciones adecuadas de acuerdo al presente, a quien se es hoy.

Pero como el amor no solamente se refiere a sí mismo, sino también hacia la otra persona, que es lo propio de la sexualidad, hay que entender el hoy de la otra persona, descubrir la capacidad relacional del amor y cómo se le ha de manifestar para propiciar el bien, asunto muy diferente a desencadenar el placer desenfrenado.

Para llevar una relación equilibrada en este terreno se necesita la práctica de las virtudes. La templanza para saber conducir las pasiones y no desatarlas imprudentemente de modo que adquieran tal fuerza que dominen a la persona y momentáneamente atrofien la capacidad de razonar.

Conocer la sexualidad en sus dos vertientes complementarias: varón y mujer, los tiempos en que a él o ella se les despierta la pasión, la vehemencia para expresarla, y sobre todo el respeto mutuo: no verse como instrumentos de deleite sino como un tú a quien se quiere y se respeta. Por eso, otra virtud es la prudencia.

También hay que considerar la prudencia y el amor consigo mismo. Consiste en amar la propia realidad de ser mujer y la propia realidad de ser hombre, y en esa diferencia respetarse mutuamente y encontrarse al disfrutar de las sorpresas de la complementariedad.

La prudencia hace ver el estado actual que tienen él y ella, para entender hasta dónde puede llegar la intimidad. No se puede adelantar la entrega total mientras ambos no estén en condiciones de hacerse cargo uno del otro. Es ser conscientes de la responsabilidad de cubrir las necesidades básicas de casa, vestido y sustento. En estas circunstancias el auténtico amor espera a poder sostenerse dignamente.

La templanza y la prudencia requieren de la castidad, virtud que cultiva el amor adecuado a las circunstancias de cada uno. Con esta virtud se tiene la conciencia clara de ayudar al otro a cumplir con sus obligaciones y compromisos adquiridos y espera a una relación de entrega mutua total cuando esa unión no destruya otros aspectos de la vida personal y de la del otro.

Estos antecedentes deben llevarnos a entender que es errónea la propuesta de enseñar desde la infancia “el derecho a disfrutar de la sexualidad”. Con ello se enseña a aparearse, se despierta una necesidad y se atrofia el ejercicio de las virtudes de la templanza, la prudencia y la castidad. A temprana edad se crea el hábito del sexo, y cuando un poco más adelante se llega a la madurez biológica para engendrar, las consecuencias son devastadoras: los embarazos adolescentes.

Lo ideal es ayudarse mutuamente a alcanzar la madurez personal y la madurez relacional para afrontar de manera objetiva las necesidades de cada uno, las de los dos y las de la sociedad en la que se desenvuelven. Así los dos cultivan el amor mutuo y también han desarrollado un sentido práctico para afrontar los inevitables problemas: falta de salud, pérdida de empleo o tomas de decisiones importantes.

La sexualidad como promotora del futuro.

Si en la educación de la sexualidad en el presente hay muchas variables, en la sexualidad como promotora del futuro hay muchas más. Aquí se ha de contar con el factor sorpresa, porque, aunque se prevean cuestiones, saldrán algunas sin haberlas previsto, y bastantes de las previstas no saldrán. Para afrontar el futuro se necesita confianza mutua, buen humor y capacidad de innovación.

Lógicamente en una relación fiel hay apertura a los hijos como fruto del amor mutuo. Los cuidados se multiplican, ahora se cuida a la prole, pero sin olvidar el cuidado entre los progenitores, se trata de ayudarse a vivir las consecuencias de una maternidad activa y de una paternidad también activa.

En el amor conyugal es natural el placer, pero este no ha de reducirse a la mera corporeidad sino a la persona en su totalidad. Por eso, el amor conyugal es entrega de uno mismo, con la finalidad de la búsqueda del bien de la otra persona. El placer mira a la posesión; el amor, a la entrega de uno mismo. El amor reconoce al otro en su totalidad, es alguien con cuerpo, pero también con un maravilloso mundo interior.

Por eso, la pornografía o la violencia sexual son depravaciones porque sólo buscan el placer, cosifican a la persona, la ven como objeto. Estos vicios solamente se superan con una educación sexual que muestre el auténtico amor e impulse a practicarlo.

Las virtudes que cultivan el amor entre los cónyuges y hacia los hijos son la fidelidad, para construir un hogar estable; la justicia para respetar la libertad de los otros miembros de la familia; la amabilidad para vencer el cansancio o el mal humor y hacer pasar ratos agradables a los demás; la fortaleza para aceptar los defectos propios y ajenos, y poner medios para desterrarlos.

Así se aportan a la sociedad personas constructivas y solidarias.

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