En el gobierno de los pueblos se puede privilegiar la verdad o la mentira, una u otra porque son excluyentes. Sin embargo, aunque se da la disyuntiva, siempre termina en el triunfo de una de las dos partes. Triunfa la verdad porque la mentira es la parte débil, muchas veces es necesario equivocarse porque es una muestra de la búsqueda de razones y respuestas.
Toda persona es investigadora, desea saber el origen, la constitución y la razón de todo, tanto de las cosas como de los modos de proceder. Mientras llega a descubrir la respuesta real hace hipótesis y somete a la experimentación su objeto de estudio y ve los resultados. Algunos comprueban sus ideas y otros las descartan, así se llega al conocimiento verdadero.
No siempre le es posible a una persona tener los recursos para probar sus teorías y entonces recurre a otras personas que por su capacidad o sus estudios pueden alcanzar las respuestas deseadas con más certeza, aunque en algunos casos señalen la imposibilidad de los postulados iniciales.
En todo caso, se requiere humildad de quien plantea la propuesta, pues ha de aceptar los datos definitivos, aunque contradigan sus expectativas. Es más satisfactorio demostrar que la intuición inicial sacó a la luz una posibilidad encubierta y darle cauce, pero también es un avance demostrar un planteamiento imposible, porque impide a otros incurrir en algo inviable.
La verdad es la base del auténtico conocimiento. La persona sola o formando parte de un grupo es capaz de llegar a la verdad. Esta es una de las más bellas manifestaciones de la dignidad humana. Negar esta realidad con planteamientos escépticos es muestra de pérdida de confianza o desconocimiento de los alcances humanos. Una persona así detiene el progreso.
Desgraciadamente hay defectos que impiden la práctica de la verdad, incluso en personas muy inteligentes. Son variadas las causas, a veces por ser muy inteligentes o por ser más experimentadas desoyen a los demás, otras veces porque se precipitan o incursionan en terrenos desconocidos, también puede ser porque desean imponerse o a veces inducir a otros al error.
Sin embargo, acceder a la verdad siempre es posible y la persona solamente encuentra paz interior cuando la alcanza. Esto se debe a que el auténtico ejercicio de la libertad solamente es posible con el apoyo de la verdad. No siempre es fácil alcanzar la verdad y más difícil es salir del error, pero toda persona puede encontrar el camino adecuado, ya sea sola o acompañada.
Cada persona tiene la responsabilidad moral de buscar la verdad y vivir de acuerdo a ella, pero mucho mayor es la obligación de quien tienen algún tipo de autoridad sobre los demás porque con sus palabras y su ejemplo influirá. Es el caso del padre y la madre en la familia, de los maestros, de los directivos o de los gobernantes. Esta es la razón de la relación liderazgo y verdad.
También hay culturas y civilizaciones más ricas que otras respecto al conocimiento y aplicación de la verdad. Por ejemplo, podríamos pensar que el apogeo de las construcciones egipcias de la antigüedad se debió a que aplicaron mejor los adelantos tecnológicos de la época y así destacó esa civilización. Lo mismo sucedió con la cultura griega que influyó en la ciencia de los pensadores y forjó la filosofía.
También las creencias tienen un papel fundamental en el acceso a la verdad, es el caso de cómo el cristianismo influyó en el desarrollo de los pueblos de occidente y así surgieron los países europeos con su destacado desarrollo e influencia incluso en los continentes de América y África. No olvidar, por ejemplo, que los hospitales y los orfelinatos nacieron a la luz del cristianismo.
La verdad objetiva corresponde a lo que es, a la realidad, y la verdad subjetiva es la adecuación del intelecto a la realidad. Pero si nos vamos al origen de las cosas el cristianismo nos presenta al Creador –El que Es, Trino en esencia- y a la Segunda Persona Divina, como modelo de la creación, dimensión que enriquece a nuestra razón con la fe.
De ahí la reflexión del Papa Francisco: ¿Qué es la verdad?” (Jn. 18,37-38). Pilato no llega a entender que “la” Verdad estaba frente a él, no era capaz de ver en Jesús el rostro de la verdad, que es el rostro de Dios. Jesús es la Verdad, la cual, en la plenitud de los tiempos, “se hizo carne” (Jn. 1,1-14), que vino a nosotros para que la conociéramos.
Benedicto XVI muchas veces afirmó: la verdad no se aferra como una cosa, la verdad se encuentra. No es una posesión, es el encuentro con una Persona.
Hoy y siempre la cultura cristiana nos puede ayudar a vivir la verdad en la vida cotidiana y en la vida de relación. Personalmente la verdad se apoya en la práctica de la sinceridad, de la humildad y de la serenidad para evitar confusiones debidas a la precipitación. Ocasionalmente puede faltar rectitud de intención y culpar a otros de los errores personales.
En la sociedad la veracidad es imprescindible para cultivar la justicia, aunque hay el peligro de culpar a otras personas de acciones que no han cometido debido al deseo de excluirlas porque sus opiniones son muy diferentes y obstaculizan las propias propuestas. En otras ocasiones se achacan acciones para desprestigiar.
La mentira de quien ostenta un cargo puede hacer mucho daño porque al presentar una narrativa errónea necesariamente desencadena confusión y engaño, propiciando fracturas muchas veces irreparables en la vida familiar y laboral o culpando a inocentes que recibirán el castigo correspondiente a los verdaderos trasgresores. O lo peor: premiando a quien no lo merece o propiciando el mal ejemplo.
Ante esta realidad, la cultura cristiana también nos ofrece un enfoque para afrontar las debilidades humanas, nos recuerda que nuestra última morada no está en la Tierra. Y el modo de afrontar los problemas de aquí y poner medios para acercar la justicia a todos nos asegura el lugar que Dios nos tiene dispuesto en la eternidad.
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