Desarrollo ciudadano en la niñez

El desarrollo ciudadano en la niñez encuentra su punto de partida en la díada establecida en el seno materno. En la infancia continúa por medio de las relaciones con sus padres, con sus hermanos, con los demás miembros de la familia y con las amistades. Luego aumentará al ingresar a algún centro educativo y con la actividad dentro de la sociedad.

Las huellas de la formación en esta etapa, así como las recibidas en el seno materno son profundas y perenes. Casi todas aparecen por primera vez y se reciben sin resistencia. En ellas se apoyarán los aprendizajes posteriores. Obviamente también la responsabilidad de los padres en este terreno es prioritaria aunque cuenten con la colaboración de otras personas.

Durante la primera infancia los niños tienen especial sensibilidad en lo referente a la justicia, la esperan de los demás y se sorprenden cuando no la viven. Los adultos han de procurar darles buen ejemplo y empeñarse en evitar cualquier tipo de confusión en este tema tan crucial para el recto desempeño en la sociedad. A la vez enseñar a los pequeños a tener detalles de justicia poniéndoles circunstancias accesibles para que la practiquen. Les cuesta vivirlas pero han de aprender a vencer sus instintos egoístas.

Aunque el terreno sea virgen en casi todos los aspectos y no haya confrontaciones, existe cierta resistencia debido a la natural tendencia al egocentrismo propio de esta etapa. Los aprendizajes en la infancia son puntos de partida para los siguientes y obviamente la responsabilidad del padre y de la madre nunca pierde relevancia.

Al inicio de la niñez es necesario dar todo tipo de seguridades. El pequeño las busca, las necesita. A partir de la necesidad satisfecha será más fácil el desarrollo de todo lo demás. La personalidad segura tendrá más capacidad para donarse, y la donación es básica para las relaciones generosas propias de ciudadanos participativos.

Aproximadamente desde los tres años de edad el niño adquiere la conciencia de sí. Algunos síntomas lo demuestran, responde a su nombre y se distingue de los otros, defiende lo suyo pero aún no lo de los demás. En este aspecto es en donde se debe insistir. Tiende a utilizar todo lo que le gusta y es importante hacerle ver lo que no es suyo. Enseñarle a pedir permio y a dar las gracias cuando le hacen un favor, así como a regresar las cosas a su dueño.

Muchas veces habrá reticencia especialmente cuando algo le gusta, sin embargo, los educadores no deben ahorrar esos pequeños sufrimientos. De ese modo van practicando hábitos de justicia.

El juego tiene un papel básico en esta edad. El niño dedica todo su tiempo a esta actividad. Incluso todo lo convierte en juego: comer, irse a dormir, así es su tendencia. Por eso, cuando deba hacer algo que le disguste, conviene que los adultos se lo presenten como un juego más y podrá disminuir la resistencia. Esto puede ser un antecedente para comprender las obligaciones.

La generosidad y el cuidado de sus cosas, así como el respeto de las cosas de los demás son metas muy adecuadas para esta edad. Inducirles a practicar detalles de este tipo haciéndoles ver necesidades de quienes carecen de casi todo o enseñándoles a realizar pequeños servicios que hagan más grata la vida de los demás.

Aprender a dar regalos o a recibirlos con gratitud es una práctica muy necesaria y formativa en esta etapa.

El cuidado de las cosas es otro objetivo siempre adecuado para ir captando la necesidad del esfuerzo que supone obtener lo necesario, y una vez que se consigue, entender la necesidad de conservarlo en buen estado.

La afectividad es muy vehemente en estos años, aprovecharla es de gran ayuda para conseguir las metas propuestas.

A partir de los seis años el juego deja de ocupar todo el tiempo de los niños para ver sus actividades con mayor seriedad. La asistencia a la escuela facilita este avance porque inicia el interés por aprender. La curiosidad aumenta y dar sentido a sus aprendizajes es una constante a la búsqueda de los “para qué” cuya respuesta les da mucha satisfacción.

Las normas de conducta les gustan y les dan seguridad. Los adultos han de ser especialmente cuidadosos para darles buen ejemplo. Confundirlos en este aspecto provoca una desviación grave y más adelante puede ser motivo para transgredir todo tipo de normas.

Un modo de fortalecer la buena conducta es secundar las tareas que le ponen en la escuela. Estar pendientes de los detalles de orden, de terminar a tiempo sus deberes, de aprender y compartir los aprendizajes, de ayudar a otros y pedir ayuda. Especialmente es importante cuidar detalles de honestidad y veracidad para no apropiarse de los logros de los demás y saber prestar ayuda a quienes pueden menos.

En la escuela pueden vivir las primeras experiencias de falta de honestidad de sus compañeros o falta de justicia de los profesores. Es necesario el acompañamiento para que sepan que hay errores o mala voluntad, pero esas realidades no han de causar desánimo ni venganza sino afán de corregir y de ayudar a cambiar.

Estas experiencias han de aprovecharse para sembrar en ellos la costumbre de ser veraces y la capacidad de defenderse, además de la fortaleza para evitar las malas compañías.

Un modo de introducirse en ambientes distintos a los suyos puede conseguirse si se comprometen a prestar apoyo en instituciones benéficas. Se les pueden facilitar estos servicios si los realizan con amigos. Todo esto fortalece el carácter especialmente cuando den prioridad a estas tareas y no las sustituyan por planes más atractivos.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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