Cuando en la familia se ayudan unos y otros hay lecciones prácticas de solidaridad, de desarrollo, sentido de pertenencia y progresa el bien común familiar.
La paz es un estado del alma y también un equilibrio armónico de las relaciones activas de los miembros de una sociedad. Es una realidad que todos experimentamos en determinados momentos, más o menos duraderos. Lo que es innegable es el hecho de vivir un especial bienestar, unido al deseo de no perderlo.
También todos conocemos una fuerza belicosa interior. Cuando aparece es el antecedente para lanzarnos a la actividad, por eso es muy necesaria. El problema consiste en que no siempre la conducimos, nos desborda. A veces aparece y se impone, entonces nuestras respuestas, por no haberlas reflexionado, resultan inoportunas e inadecuadas. Inoportunas porque no era el momento, inadecuadas porque, aunque fuera el momento de reaccionar, lo hicimos con un vigor excesivo o raquítico: lo magnificamos o lo asfixiamos.
Como somos relacionales, el estado de ánimo no sólo permanece dentro, sino que se vierte hacia afuera. Si tenemos paz se contagiará, si estamos desasosegados también lo contagiaremos. Eso nos hace ver que el rostro de una sociedad depende de las personas que la conforman. Y la sociedad más accesible para hacernos ver esta repercusión es la familia. Por la cercanía y el cariño, los miembros de la familia distinguen con finura los alcances que tenemos, nos alientan para los buenos, nos acotan para los malos.
Sin embargo, la familia no es algo etéreo con poderes mágicos, la familia es una sociedad fuerte si las relaciones de quienes la conforman son de cohesión y ayuda mutua, de deseo de cooperar al bienestar y al bien ser, no es sólo confort, es superación personal.
La coexistencia es peligrosa, simula paz; pero sólo hay inercia y acostumbramiento, y provoca una convivencia sin altibajos, hay neutralidad. Relación muy peligrosa pues cuando aparecen imprevistos graves no se reacciona con afán de proteger a los demás, sino con egoísmo, la persona se evade, huye y culpa a los demás. Si estas actitudes se prolongan, la vida es insufrible porque seguirán las reacciones violentas y un poco después la separación de las personas. Esto no es una predicción trasnochada, ha sucedido con el enclaustramiento debido a la pandemia. Las estadísticas hablan de un 50 por ciento de familias que buscan el divorcio.
Los pueblos conformados por ciudadanos que provienen de familias deshechas, con un cúmulo de malos ejemplos, obviamente necesitan rehacer a sus miembros, sanar heridas para lograr que los corazones cambien, se encaminen a la esperanza y al perdón, luchen contra la reproducción de esas conductas. Todo tiene arreglo, pero es necesario aceptar la ayuda. Después, como todos, podrán secundar las propuestas de las conferencias mundiales para forjar la paz. Esas personas, aunque heridas, tienen la ventaja de que entienden el sufrimiento, por este motivo, lo deseable es que eviten que otros sufran lo mismo. Estas personas podrán dar argumentos mucho más convincentes y podrán ser más eficaces con sus consejos. Es más fuerte quien se sobrepone que quien no ha pasado por esas experiencias.
Las personas tendemos a imitar, en los niños es necesario hacerlo para aprender a desenvolverse en aquello que es elemental. Imitar es un acto repetitivo que no requiere reflexión. Imitar la conducta resultante de la fuerza belicosa descontrolada es frecuente, pero se puede evitar si reflexivamente se advierten las dolorosas consecuencias. Esto es lo que se espera de persona que han sufrido y no quieren hacer sufrir. Los miembros de las familias deshechas deben ayudarse entre sí para romper la cadena de males.
Recientemente el papa Francisco explicó: la verdadera paz sólo puede ser una paz desarmada, fruto de la justicia, del desarrollo, de la solidaridad, de la atención a nuestra casa común y de la promoción del bien común. La mención de estas características merece tomarse en cuenta, y hacer un programa familiar para vivirlas, eso repercutirá en buenas aportaciones a la sociedad.
Dos ideas vienen bien para profundizar en este asunto. Hay un adagio en latín que parece unir lo contradictorio: Pax in bello, paz en la guerra. Y el comentario de Toni Zweifel a un amigo preocupado por circunstancias de la vida civil: si nos planteamos resolver los problemas sociales estaremos amargados toda la vida, lo que nos toca es ayudar a cada persona a ser mejor. La ayuda a cada persona es accesible en la pequeña sociedad que es la familia. También en la familia cada uno puede convertirse en un guerrero, con las batallas interiores contra los defectos. Ésta es la guerra que logra la paz.
Todos los miembros de una familia se dan cuenta cuando alguien “está de malas” y busca pleito. Quienes tienen más sentido común han de ayudar dándole tiempo para serenarse. Desgraciadamente, a veces, en lugar de tranquilizar se les incita y empeoran los resultados. Ayudar a mejorar produce ambiente de paz e inclina al otro a lograr la paz. Estas circunstancias influyen para bien, las conciencias logran la paz y personas así son positivas en la sociedad. Cuando no hay paz en la conciencia las personas hacen daño.
Cuando en la familia se ayudan unos y otros hay lecciones prácticas de solidaridad, de desarrollo, sentido de pertenencia y progresa el bien común familiar. Esto es una plataforma para las condiciones de la verdadera paz social que propone el papa. La inclinación de quedarse con lo de los hermanos o lo de los compañeros de la escuela, o mentir para evitar el castigo que merecen son pequeñas malas conductas que todos han de atajar en la familia, es imperioso formar la conciencia para quitar esos vicios cuando son pequeños.
Si no se cuida la moralidad de los miembros de la familia, no nos extrañemos de tener ciudadanos que defraudan cuando trabajan en instituciones que distribuyen donativos; mienten con tal de poseer lo ajeno; hacen sus fortunas a costa del comercio de estupefacientes; castigan a compañeros que denuncian esas actividades. O son personas que dejan hacer el mal porque no se atreven a denunciar injusticias por el miedo a las represalias.
¿Conocemos hechos semejantes? Pues no permitamos que crezcan más.
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