Nos damos cuenta de la dificultad para lograr el bien, y a la vez, el alto nivel del ser humano que está llamado a lograrlo.
Cómo ves, la frase que se ha hecho viral “elegir me hace libre” contiene múltiples falsedades. Suena bien y a muchas ha entusiasmado. Tal vez se apoyan en no sé cuántos “likes”, pero eso no transforma las equivocaciones en verdades. Siguen siendo equivocaciones y arrastran a conductas confusas.
La elección es un rastro de la libertad, la elección puede forjar la libertad, pero con específicas condiciones. Esto es una advertencia de que estamos en un terreno complejo. Se trata de un asunto delicadísimo, exclusivo del quehacer del ser humano. Abre a la capacidad de volar muy alto, o de arrastrase por el fango. Por eso, se requiere buen conocimiento del asunto y no mera verborrea.
Concretar la libertad y gozar de ella plenamente, requiere de múltiples elecciones. De elecciones con unas determinadas condiciones. Hay que cumplirlas de manera semejante a las especificaciones que se dan cuando se tiene que tomar una medicina para que produzca los efectos deseados. Por ejemplo, nos indican: en ayunas, disuelta en agua templada, tal número de grajeas, conservadas a determinada temperatura y tomarlas antes de la fecha de caducidad. Si algo falta los efectos no se producirán. Pues lo mismo sucede con las características de la elección.
Todo ser humano tiene la capacidad de llegar a un alto desarrollo personal de sus dos facultades espirituales: la inteligencia y la voluntad. A su vez estas dos facultades bien desarrolladas, según la capacidad de cada persona, pueden conducir las facultades corporales como los apetitos y la sensibilidad. Así se logra una gran armonía en las actividades que esa persona vaya a desarrollar.
Todo ello influye en el modo de conducirse y, al realizarlo del mejor modo se manifiesta la dignidad de la persona. Su conducta es ejemplar independientemente de la capacidad intelectual o de la profesión que se ejerce, incluso de la escolaridad a la que ha podido acceder. La dignidad reluce y es posible admirar a esa persona por la honestidad con la que realiza todas sus actividades, sean remuneradas o no lo sean.
Por eso, es triste ver a personas que se dejan llevar por la ley del mínimo esfuerzo, o que engañan a los demás para arrebatarles el fruto de sus actividades, o que se evaden y no afrontan sus responsabilidades dejándose atrapar por todo tipo de vicios.
Aquí se muestran dos elecciones extremas y, sin embargo, sólo libera la que asume todo aquello que mejore a la persona, aunque cueste o incluya diversos tipos de renuncias. La opción por la comodidad no libera porque la persona queda sometida a los vicios: a la pereza, o atada al alcohol o las drogas que debilitan la voluntad. Ya no elige sino busca irracionalmente la droga a la que se ha sometido.
Por tanto, para que la elección sea buena se requiere que todos los elementos que conforman el proceso sean buenos. Estos son el objeto, el fin y las circunstancias. Dicho de manera coloquial el fin del suceso en sí debe ser bueno, por ejemplo, enseñar, aliviar, divertir. Las circunstancias también deben ser buenas: que quien enseña sea maestro de ese tema, que quien cure sea médico de esa especialidad, que quien divierta haga descansar de manera sana. El objeto también debe ser bueno quien aprende necesita esos aprendizajes, quien será curado carece de ese rango de salud y quien recibe el esparcimiento realmente necesita ese descanso. Si falta algún aspecto no se puede alcanzar el bien.
Nos damos cuenta de la dificultad para lograr el bien, y a la vez, el alto nivel del ser humano que está llamado a lograrlo. Todos los momentos y las acciones han de ser buenas, si alguna falla no se alcanza el fin deseado y la libertad tampoco se desarrolla.
Algunos sucesos recientes nos muestran el sentir de los colectivos respecto a la libertad. Y digo “sentir” pues no equivale a “pensar con conocimiento”, tendencia característica de nuestro tiempo. El sentir es por contagio y se unen como manada. Pensar con conocimiento es producto de estudio personal y de la elección, también personal. En el segundo caso cada persona puede dar razón de lo que hace, en el primero, simplemente son seguidores a ciegas.
Dos son los colectivos a los que me refiero. Uno es el de los grupos de mujeres que esgrimen el argumento de ser libres de hacer lo que quieren con su cuerpo, refiriéndose al derecho que tienen de abortar. El otro es el de las protestas recientes de manifestantes en Londres, en contra de los nuevos planes de confinamiento para minimizar los rebrotes de contagio del COVID-19. Su argumento es porque con esas decisiones limitan su libertad.
Si analizamos la bondad del objeto, fin y circunstancias de cada caso podremos encontrar las razones del acierto o del error de las respectivas solicitudes.
En el primer caso el objeto es la mujer embarazada que quiere agredir un proceso natural, y toda agresión a la naturaleza, sea cual sea, no está bien. Algunas circunstancias pueden ser buenas y otras no, por ejemplo, si el embarazo impide un compromiso puede ser bueno quitar los obstáculos, etcétera, puede haber circunstancias buenas y otras que no lo sean. El fin de ninguna manera es bueno porque el feto no es prolongación del cuerpo de la mujer, se trata de alguien con otra identidad y se le quiere matar. Por lo tanto, el fin es doblemente malo: es la propuesta de un asesinato y se apoya en un argumento mentiroso. Este hecho degrada a todas las personas que intervienen, sus elecciones atrofian la libertad de cada uno de los constructores del suceso.
Los manifestantes de Londres no toman en cuenta los niveles jerárquicos de la libertad, defienden la libertad externa por sobre otros tipos de libertad más importantes. Por lo tanto, el objeto está desfasado porque la libertad exterior de transitar cuando y como les dé la gana inhibe el derecho a la salud propia y ajena. Respecto a las circunstancias, también puede haber unas buenas y otras no. Puede ser bueno conservar íntegros los ingresos, pero es malo exponerse al contagio personal o el de los demás. El fin no es bueno porque se minimizan los efectos de una pandemia que evidentemente es un mal mundial, por tanto, es malo porque excluye la solidaridad.
La elección muestra nuestra libertad. La buena elección perfecciona la libertad, la hace crecer, nos hace mejores. La mala elección distorsiona la libertad y deteriora la dignidad moral, pero nunca destruye la capacidad de rectificar y de retornar a las buenas elecciones para rectificar el rumbo. Entonces la libertad vuelve a mejorar porque siempre permanece.
La ayuda de los demás puede impulsarnos a rectificar más pronto. Nunca dejemos de tender la mano al equivocado, ni dejemos de tomar la mano que nos ayuda a reorientarnos.
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