Desgraciadamente nadie está exento de sucumbir a la tentación de conservar el poder.
El presidente Donald Trump propuso para el puesto vacante en la Suprema Corte a Amy Coney Barrett reconocida como jurista de prestigio incluso por quienes están en desacuerdo con sus decisiones. Desea que la votación se realice antes de las elecciones presidenciales.
El nombramiento de una persona que defiende la vida debería ser asumido por todos. La vida es el valor en el que se apoyan todos los demás. Desgraciadamente hemos perdido la capacidad de distinguir lo que nos une y que no es negociable. Los principios son como los cimientos de un edificio, son indispensables para garantizar la permanencia del edificio. No importa que esté en China, en Egipto, en Rusia, en Estados Unidos o en Chile.
Es legítimo que las personas se expresen, manifiesten sus propuestas, las fundamenten. Para llegar a más, también es legítimo que se agrupen. De esta manera surgen instituciones intermedias. Estos hechos se dan de manera natural, son los preámbulos de los sistemas democráticos, en donde todos tienen espacios para opinar.
Desgraciadamente nadie está exento de sucumbir a la tentación de conservar el poder. Minimizan el compromiso de servir a quienes están representando y se individualizan de tal modo que se creen los únicos capaces de todo. En estos casos ellos dictan los principios, ellos señalan los fundamentos, ellos dicen lo que está bien. Es la perversión de todo sistema político.
Con estos antecedentes, cuando todas las decisiones se politizan y dependen de la óptica de una persona o de un grupo “uniformado”, se encarcela a la verdad, al bien, a la ley, a la jerarquía. Esto, asumido por los pueblos y aplicado según sus manifestaciones culturales, está haciendo de nuestra Tierra un mundo caótico.
Un ejemplo lo tenemos en las luchas que han antecedido a los nombramientos de los últimos jueces de la Suprema Corte de los Estados Unidos: Kavanaugh y Gorsuch. Ambos defienden la vida, este principio no es exclusivo de los republicanos, también debería serlo de los demócratas, pero el uso actual es descartar todo lo del otro. Esto es demencial y a estos dimes y diretes se enfrentará Barrett.
Su nombramiento facilitará la revocación de Roe v. Wade, una de las promesas de Trump cuyo cumplimiento se le ha dificultado. De allí el empeño de lograr el nombramiento antes de las elecciones presidenciales. Si ella llega a la Suprema Corte habrá una mayoría de cinco jueces con sólidos principios, sumándose a Alito, Gorsuch, Thomas y Kavanaugh.
En la oposición están, los jueces Kagan, Sotomayor y Breyer. Éste último acaba de cumplir 82 años. Si reeligen a Trump y muere Breyer el grupo de jueces a favor de la vida aumentará. Obviamente los contrarios no desean este escenario.
El 28 de septiembre Donald Trump propuso a la magistrada Amy Coney Barrett para cubrir el puesto vacante que dejó Ruth Bader Ginsburg. Desde 2007 es juez de la Corte de Apelaciones. Jurista de prestigio, católica, provida y madre de 7 hijos. Es reconocida por su capacidad profesional y por su firme posición ética.
“Amy es más que una académica y una juez estelar. Es también una madre devota. La familia es una parte fundamental de Amy, que abrió su corazón y su hogar y adoptó a dos hijos en Haití. Su relación con su hijo con síndrome de Down es una auténtica inspiración”, afirmó Trump.
En la presentación como candidata a la Suprema Corte, Barrett dijo de la fallecida Ginsburg: “Empezó su carrera cuando las mujeres no eran bienvenidas en el mundo del derecho y rompió techos de cristal”. También afirmó que de ser electa decidirá sobre los casos “basándose en el texto de la Constitución tal y como fue escrita”.
Hay variados testimonios que dejan ver la calidad humana y profesional de la candidata.
Alexa Baltes, como alumna suya en la Facultad de Derecho de Notre Dame y como su asistente legal en la Corte de Apelaciones del Séptimo Circuito afirma: “su entusiasmo por los principios sobre las preferencias, cuando fue su profesora. Pude verla convertir la teoría en práctica como juez”. Añadió: “Ella fue meticulosa a la hora de apartarse de la toma de decisiones. No importaba lo que quisiera o lo que quisiera el público. Lo único que importaba, y lo dejó muy claro, era lo que requería la ley”. Barrett siempre desafió a sus estudiantes y secretarios a defender sus posiciones y cuestionar su suposición.
Laura Wolk también asistió a la Facultad de Derecho de la Universidad de Notre Dame de 2013 a 2016. Fue alumna de Barrett en dos clases. Es ciega, recordó cómo Barrett se aseguró de que tuviera toda la tecnología que necesitaba para poder competir en igualdad de condiciones con otros estudiantes. Tenía claro que estudiar con Barrett no era fácil, como lo atestiguaban otros antiguos alumnos y empleados, ella los desafiaba constantemente.
“[Barrett] no toleraba las ideas débiles y ni los razonamientos descuidados. Lo que quería de sus alumnos es que desarrollaran cualquier jurisprudencia, cualquier filosofía, cualquier posición que decidieran adoptar, y estuvieran listos para debatir con ella, cuando les presentara contra argumentos”.
Wolk agregó: La jueza Barrett nunca traicionó sus propias creencias en el aula. Ella nunca se impuso a sus alumnos. Ella nunca los presionó. Actuó como la profesora cuyo papel era presentar a los estudiantes una variedad de ideas de todas las posturas.
En la Facultad de Derecho de Notre Dame, Carter Snead, director del Centro para la Ética y Cultura, dijo que él y otros excolegas de Barrett están felices por su nominación, pero tristes a la vez: “Obviamente estamos encantados de que haya sido elegida por el presidente, porque literalmente no hay nadie en Estados Unidos que esté mejor preparado para estar en la Suprema Corte que la juez Barrett”. “Al mismo tiempo, sentimos algo de tristeza ante la perspectiva de perderla a ella y a su familia en Washington, DC”
Snead añadió que todos están preocupados porque las confirmaciones judiciales se han convertido en un “deporte sangriento”, reflejo del actual ejercicio de la política.
Estoy segura que esperamos lo mejor.
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