El 2020 estuvo lleno de enfermedad, dolor, muerte, crisis económica, desempleo, incertidumbre, pero también es un año para obtener un aprendizaje extraordinario.
Los últimos días del año ocupan buena parte en hacer balance para revisar cómo van los asuntos, no solamente en un negocio sino en la vida personal, porque queremos subsanar errores y apresurarnos a poner medios para no reproducirlos y para hacer lo propio del mejor modo. Hay buenos deseos y proyectos. Los buenos deseos ya están, los proyectos son para cada día del siguiente año, y aquí es donde podemos fallar porque depende de nuestra constancia.
Naturalmente lo primero que aparece es la pandemia. Pero ¡atención! Tras ello hay algo sumamente importante, el suceso nos habla de una experiencia común a nivel mundial. Eso nos expone la similitud con todos los pueblos, sufrimos lo mismo, buscamos lo mismo. Sobresale nuestra dimensión social con todos, sin restricción de raza, edad o estrato social. Se impone la fraternidad por sobre todo lo demás, concretamente la salud personal está totalmente vinculada a la de los demás.
La lección es clara: hagamos lo que hagamos, afectamos a los demás. El proyecto deseado será que hagamos el bien. Obviamente no basta el deseo, es necesario ver cómo lo hemos de hacer, día con día. Este suceso da un fuerte golpe al individualismo y nos deja muy claro la importancia de los vínculos y lo tremendo de la soledad.
Con toda espontaneidad las personas han buscado a los demás, sobre todo, en esa búsqueda han tratado de alegrar. En muchas partes del mundo, quienes sabían manejar un instrumento o tenían buena voz, congregaron a los vecinos. Fue a una determinada hora y aquello se volvió una cita muy esperada, bien correspondida.
Otro golpe a la suficiencia del individualismo lo asesta la evidencia de que necesitamos y disfrutamos de los productos del trabajo que otros realizan. Todos los recursos electrónicos han minimizado el aislamiento y han prestado un apoyo al trabajo, al estudio, al entretenimiento y también han sido el soporte para adquirir productos básicos para satisfacer las necesidades. Esta realidad es una llamada a la toma de conciencia de compartir con los demás los logros de nuestro trabajo.
Estábamos acostumbrándonos a conseguir los satisfactores de modo inmediato. Satisfactores que muchas veces nos saturaban de caprichos y no de aspectos más incisivos, más formativos, más esenciales. Ahora estamos redescubriendo el valor de la vida y la importancia de cuidarla. También redescubrimos que la salud es precaria y cuesta conservarla.
Palpamos la enfermedad y la muerte porque los casos cada vez están más cerca. Soñábamos con llegar a ser superhombres y las pérdidas que estamos experimentando nos hablan de revalorar al ser humano. No caben las evasiones, nos costará reconocer los desvaríos que estábamos soñando, pero la sacudida nos ha puesto nuevamente en un camino más real, más fructífero. Habíamos tomado derroteros que conducían a desfiladeros. Hemos de reflexionar sobre todo lo ocurrido.
Otra actitud que se ha venido por tierra es la de una autosuficiencia de tenerlo todo bajo control. La Tierra nos parecía insuficiente, pensábamos habilitar otro planeta, estábamos seguros de estar dando pasos para lograrlo. Pensábamos modificar el ADN para evitar las enfermedades, para conseguir las aptitudes propias de los triunfadores, de los inmortales.
Y, nos hemos visto mortales, lo estamos palpando, no tenemos bajo control los decesos. La muerte, la enfermedad, el dolor, el sufrimiento, son condimentos de la vida humana. Hieren pero forjan.
Todavía más penoso es comprobar que hay males mucho más dolorosos. Son los que unos seres humanos provocan a otros. Como la mentira, el robo, el asesinato, la explotación, el engaño.
Lógicamente todo lo sucedido nos parece inaudito. Lo es porque nos toca sufrirlo, pero la historia de la humanidad nos enseña que el recorrido de la vida humana sobre la Tierra ha transcurrido entrelazando épocas de bonanza con otras de desolación. Todas han propiciado retos, aprendizajes, adelantos y también retrocesos.
Podemos estar seguros de que de los males se pueden sacar bienes, pero eso depende de la actitud de cada uno, del empuje y del sentido de colaboración de todos. El primer bien lo tendremos si desterramos el individualismo, si aprendemos a convivir y a sumar las aportaciones que brindan los demás. No es lógico despreciar a alguien.
Aún queda un aspecto más delicado respecto a la integración de los demás. Es la integración de quienes causan males. Es ardua la tarea, pero vale la pena intentar la rectificación y la reinserción de esas personas. El proceso es arduo, requiere fortaleza y prudencia para no dejarse engañar. Requiere de un acompañamiento con avances y retrocesos. Pero todo eso consigue un bien mayor, porque se rescata a una persona y ésta podrá hacer unas aportaciones más ricas.
Tal vez no veamos los resultados, pero otros los disfrutarán. Esto produce una solidaridad que rebasa el corto plazo, pero producirá un bien mayor. Nosotros solamente veremos una parte de la historia.
Ante la pandemia, podemos asumir los hechos como camino para buscar el bien o aislarnos egoístamente para no complicarnos. También podemos referirnos al año 2020 como un tiempo para olvidar, lleno de enfermedad, dolor, muerte, crisis económica, desempleo, incertidumbre. Y perder la oportunidad de aprender una lección extrema de la que podemos obtener un aprendizaje también extraordinario.
Cada uno que decida. Esta decisión es una oportunidad si la asumimos.
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