Asumir la realidad desde la familia

 Conozco lo bueno y lo malo de mi persona, pero no lo afronto porque pesa demasiado lo malo o porque no se me ocurre cómo cambiar.


Protagonismo en la familia


Ante cualquier circunstancia que nos sacude, por más superficiales que seamos, nos hacemos planteamientos profundos, pensamos en ellos y aunque también seamos totalmente apáticos, algo hacemos para mejorar. Este es el peor de los escenarios, pero a partir del que cada uno tenga, no podemos decir que no nos alcanzó la sacudida, por lo tanto urge afrontar el futuro.

Lo básico es reconocerme, revisar mi familia y revisar mi trabajo. No hay nada superfluo en esta trilogía, pero sí complejo. Antes de la aceptación, es normal la negación y la resignación. No nos podemos quedar en estos pasos del proceso, hemos de llegar a la aceptación para reconocer lo bueno y lo malo de mi persona, de mi familia y de mi trabajo Y diseñar un futuro con este punto de partida, pero para mejorar.

La negación y la resignación siempre se dan, son parte del proceso natural. Antes del tercer paso que es el que nos ocupa, hemos de estar seguros que ya no quedan rastros de negación o de resignación. En la negación decimos: esto a mí no me va a pasar porque tengo salud, o vivo en un entorno sin peligros, o por lo que sea. La negación nos hace descuidados, es barrera para la aceptación. Por el contrario, la negación se ha superado cuando decimos, hasta ahora me he salvado; pero si me descuido me puede llegar.

La resignación es engañosa porque da la impresión de aceptación del mal que me va a llegar, pero realmente es un mal encubierto porque se adopta una actitud pasiva pues no busca el modo de afrontar el problema y mucho menos de combatirlo, si llega. La resignación se supera planeando distintos modos de resolver el problema según los modos como nos pueda alcanzar. Después de liberarnos del peso de la negación y la resignación, estamos en condiciones de afrontar.

Conozco lo bueno y lo malo de mi persona, pero no lo afronto porque pesa demasiado lo malo o porque no se me ocurre cómo cambiar. La ayuda para salir con bien de este paso está en manos de una persona amiga que me conozca bien. Preguntarle qué ve en mí y cómo se le ocurre que puedo cambiar, pero la disposición sincera es la de oír y aceptar mis defectos en labios de otro, sin justificación ni enojo, porque lo normal es que duela.

Un ejemplo de la ayuda de alguien cercano lo tenemos en la santa pastorcita Jacinta cuando para salvar a su madre de la posibilidad de ir al infiero le advierte, con gran profundidad para su edad: “Madre, huye de las riquezas y los lujos” y “Ser pura de cuerpo es guardar la castidad; y ser pura de alma es no cometer pecados, no mirar lo que no se debe ver, no robar, no mentir nunca, decir siempre la verdad aunque nos cueste”.

Con los datos que reciba, revisar mi estado de ánimo y decidir si empiezo por combatir el defecto dominante o, si estoy deprimido, acrecentar la virtud que se me facilita. Aunque tomando en cuenta los momentos de tensión que he desencadenado en el tiempo de confinamiento, y es imprescindible desterrar para evitar conflictos irreparables, o para resolver sin tardanza los que ya he ocasionado.

La revisión de la familia puede tener un esquema semejante: qué tenemos de bueno y qué de defectuoso, a la luz de la comunicación, actividad clave. Quién, cómo y cuándo intervenimos con mensajes o actuaciones benéficas o tóxicas.

Empezar por mí, porque una vez que muestro mi empeño por cambiar para bien, gano en autoridad para impulsar a los demás. No importa la gravedad de los problemas que estemos sufriendo, tenemos capacidad para resolverlos porque nosotros mismos los iniciamos. Eso sí, aceptar que los hemos dejado crecer y las dificultades para combatirlos son proporcionales. Especialmente difícil es el combate a la violencia y a sus causas: alcoholismo, drogadicción, infidelidad, irresponsabilidad.

Convencernos que lo mejor para todos es actuar y dar cada uno su aportación, en la casa. En los medios de difusión se propone la intervención del Estado, y puede ser cuando ya no hay otro remedio, pero en este caso el violento va a la cárcel, el otro cónyuge a trabajar por los dos, los hijos a centros especiales para ellos. De la familia no queda nada: ¿Eso es lo que queremos? ¿Ya no hay otro modo de mejorar? Si se decide afrontarlo en casa, es necesario ser muy transparentes, llenarse de fortaleza, y acudir al consejo de un experto.

Si algo va a cambiar es el protagonismo de la familia. Muchos de los trabajos en las oficinas van a desaparecer. Por lo tanto, hay que aprender a estar más tiempo en el hogar, a dedicar algún tiempo para conservar y mejorar los espacios, a respetar el modo de ser de los demás, a mostrar los mejores aspectos de nuestro carácter, y a sobreponernos al mal humor para no descargarlo en los miembros de la familia. A resolver los problemas sin agravarlos por nuestros desplantes. No es buena receta abusar de la hiel, es mejor la miel.

Y, repetírnoslo muchas veces, la comunicación a tiempo dentro de la familia es clave, antes de que el problema crezca y nos aplaste. Romper las barreras de los que se aíslen, a todos corresponde opinar e intervenir, o escuchar y colaborar. En las conversaciones saldrá el respeto a los espacios, a los tiempos de intimidad o de descaso, a tener zonas y tiempo de silencio para profundizar en el trabajo o en el estudio. A compartir entretenimiento aunque de momento nos apetezca otro modo de descansar. Siempre compartir lo bueno.

Finalmente, no menos importante es afrontar la nueva manera de trabajar, distribuir zonas para tener el equipo necesario. El respeto es imprescindible, respetar lo que es ajeno, conservar en buen estado lo propio, conservar en buen estado lo que es de todos, advertir de la importancia de algún asunto para evitar interferencias. Y si alguien queda desempleado, mientras consigue otro trabajo, puede prestar los servicios dentro del hogar. Son interminables e importantes, pero es muy importante desprenderse de la pésima imagen que les hemos dado, para no despreciar a quienes los realicen.

Respeto a la intimidad y comunicación adecuada pueden ser la fórmula que garantice la buena marcha del futuro de nuestras actividades. Y, mantener la salud física y espiritual para beneficio de los demás.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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