Aunque la causa más vigorosa sobre la tendencia al divorcio se debe a la división de dos que debían estar unidos. Esta división se puede dar sin advertirla.
Muchas veces es necesario tomar medidas drásticas para evitar males mayores. Con este antecedente, entiendo que hay casos en que el divorcio es el mal menor por el cual es aconsejable optar. Sin embargo, no deja de ocasionar mucho sufrimiento, heridas que no siempre aparecen de inmediato, inseguridades escondidas que tarde o temprano influyen en la conducta y sorprenden, porque nunca antes se habían presentado indicios que pronosticaran esos modos de reaccionar.
El divorcio es la disolución civil de los lazos libremente aceptados por ambas partes, para formar una familia. Cada caso de divorcio tiene sus antecedentes que relatan la historia de una serie de hechos cuyo final es anular los compromisos elegidos que pronosticaban muchos beneficios, obviamente no exentos de dificultades. Sin embargo, la esperanza de vencer juntos esas dificultades les unía más y por eso, se casan.
En líneas generales, el divorcio tiene vínculos con la traición y el abandono. En muchas ocasiones estos hechos son evidentes, otras veces no lo son tanto aunque siempre hay rastros.
Al contraer matrimonio no se debe excluir la posibilidad de que algún día se pensará en el divorcio. De esta manera, las personas que inician este vínculo pueden estar mejor preparados para combatir tal idea, cuando realmente aparezca y se vea como la única solución. Porque desgraciadamente, las presiones son muy fuertes a favor del divorcio.
Presiones de los parientes cercanos, que se van por la solución fácil y rápida. También presiones del ambiente que promociona el divorcio cada vez con más facilidades legales. Presiones interiores de los mismos cónyuges que se dejan llevar por el orgullo, o por la ofuscación de no ver otra solución, sin contemplar consecuencias negativas en los hijos o en ellos mismos. Por lo tanto, siempre existe la sombra del divorcio por la precariedad humana.
Aunque la causa más vigorosa sobre la tendencia al divorcio se debe a la división de dos que debían estar unidos. Esta división se puede dar sin advertirla. Puede deberse a la falta de criterio para distinguir los ámbitos de responsabilidad donde el cónyuge no debe intervenir, como sucede con la toma de decisiones que competen por los compromisos laborales. Y el modo adecuado de intervenir con los que deben compartir. Estas fallas, aunque duela, hay que reconocer que inician con un abandono del compromiso de vivir en unidad. Si este abandono se hace habitual la sensibilidad pierde finura y se abre la puerta a la traición. Esto le puede suceder a uno de los dos o a ambos.
Sea como sea el caso de cada pareja, la herida que cada uno se hace en su propia vida y en la del otro es tremenda porque traicionan la firme decisión que les decidió a emprender una vida en común. La decisión de dejar la legítima autonomía vital para volverse uno en compañía plenamente asumida con otro. Esta realidad es el más alto y profundo grado de amor humano. Por supuesto se excluyen tantas decisiones fundadas en despechos, en frivolidad, en interés, o en cualquier otro penoso motivo.
Vale la pena recordar el modo como dos personas iniciaron su relación que concluye en el matrimonio. Por supuesto siempre en cada encuentro hay algo absolutamente irrepetible y único, pero también se dan hechos semejantes que concluyen en la decisión firme y plenamente asumida de que lo mejor es unirse, decisión imposible de suplir por cualquier otra opción. Que si no se logra afecta física y espiritualmente.
Esta intimidad es tan sólida que ninguno de los tiene duda de manifestarla, y así lo hacen ante los demás. Uno y a continuación el otro expresan su amor, no se confunden: es la persona elegida. En cada minuto del día y para toda la vida serán el uno para el otro. Lo compartirán todo, se apoyarán en las buenas y en las malas, hasta la muerte.
Para asegurar esa entrega, se pide un grado de madurez en las personas que se garantiza con una cierta edad. También con una preparación teórica y práctica. La mejor ayuda es la de quienes comparten sus experiencias recogidas a través de los más años que llevan de casados y saben cómo han sorteado las dificultades. Es un modo de complementar el idilio inicial e inexperto con la experiencia de un camino recorrido. De este modo se advierte que la pasión inicial sufre modificaciones; pero el verdadero amor, si se cultiva, es mucho más grande conforme pasan los años y supera el fuego del primer impulso.
Los lazos libremente aceptados por los contrayentes no tienen comparación, son los más incisivos y profundos que cualquier ser humano pueda contraer, no tienen similitud con ningún otro compromiso que se asuma, tienen tal profundidad que casi se toca la dimensión divina. Es lo más cercano a ella, y la mujer y el hombre en unidad la anuncian por semejanza, no la logran solos sino juntos. Es un verdadero misterio. De modo que la ruptura también encubre un terremoto. Por eso, en este terreno, el abandono y la traición son gravísimos.
La precariedad puede evitarse con más vigor gracias a la tarea de los dos a lo largo del tiempo. Los católicos saben que para recorrer este camino tan especial, Dios les ofrece su ayuda y su compañía mientras vivan en la tierra. Él promete enseñarles a consolar, a comprender, a acompañar, a multiplicarse, a entregar el último suspiro. Él aplica en cada circunstancia los efectos de la bendición matrimonial. Esta seguridad debe ser también un anuncio para todos aquellos que desean ser fieles a su unión.
Por lo tanto, cualquier interpretación frívola o voluntariamente contraria a la alianza matrimonial es un hecho criminal. Atenta contra la inclinación natural y contra uno de los primeros Derechos humanos. Afecta la persona en singular, afecta a los cónyuges, afecta la prole y afecta a la sociedad. De allí se desprenden los deberes humanos de la ayuda que están obligados a prestarse los cónyuges, los hijos, la familia extensa y la sociedad civil. La responsabilidad de ésta última es imprescindible y ha de palparse en las leyes que emane para proteger la institución matrimonial.
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