Las obras tienen la cualidad de singularizar a los destinatarios y esto les hace sentirse bien, saberse atendidos les descubre su valía.
Obras son amores y no buenas razones, es uno de los múltiples dichos de nuestra lengua que encierran una gran sabiduría. Y, es verdad, cuando alguien abre su corazón, de momento emociona, pero cuando hay servicios palpables de atención, ayuda o colaboración, se afirma ese sentimiento. De hecho, es un sentimiento elevado a una dimensión más profunda y completa.
El amor alcanza la dimensión de la virtud, del hábito de entrega generosa al otro. Los hechos lo comprueban. Con las obras hay una muestra del interior de cada persona y del esfuerzo por realizar algo a su favor. Indudablemente se le regala el propio tiempo y, muchas veces la compañía.
Desde luego, esa disponibilidad ha de haberse discernido porque no debe impedir las obligaciones familiares y laborales o los compromisos de cierta envergadura. La jerarquía de las obligaciones ha de analizarse con criterio, también con apertura de mente y de corazón. Entran en estas decisiones los imprevistos,
Actuar con obras se facilita cuando lo que hay que hacer nos gusta, o apreciamos tanto a la persona por quien lo hacemos que minimizamos los inconvenientes. Pero hay otras actividades que no nos gustan, o nos encontramos cansados o enfermos y se dificulta realizarlas, aunque apreciemos mucho al destinatario. Más difíciles son las hechas en beneficio de personas poco afines.
La entrega a los demás con nuestras acciones en primera instancia, benefician a quien las realiza. Son actividades transeúntes cuya huella queda dentro pues da soltura, pero como están al servicio de otro, desarrollan la alteridad y por consiguiente crean lazos desinteresados y generosos.
Sin embargo, es necesario dar, pero no hacer a los demás personas dependientes, conformistas o manipuladoras. Por eso, hay un tema imprescindible que es saber escuchar para entender las circunstancias de las otras personas. Aunque merezcan ayuda y se les dé, es importante hacerlos autosuficientes y más adelante, lograr personas que pasen al grupo de las que también se dan a otros con sus obras.
No sólo se escuchan las voces, también las acciones hablan. Son amables cuando las actividades se realizan con alegría y esfuerzo, cuando se ocultan las dificultades, cuando se entregan como un servicio que no se cobrará. Las personas que reciben esos servicios quedan conmovidas y comprometidas a corresponder tan pronto puedan hacerlo. Esto forja un tejido social duradero por la apertura a la colaboración.
La donación generosa interpela a otros que también pueden darse y así se fomentan servicios recíprocos en la vida cotidiana, sin reservarse a hacerlo en circunstancias excepcionales o de especial gravedad. Por eso, han de ir por delante y dar ejemplo los padres de familia, los educadores, los pastores, los comunicadores, los que tienen algún cargo de gobierno.
Las obras tienen la cualidad de singularizar a los destinatarios y esto les hace sentirse bien, saberse atendidos les descubre su valía. Percibir el amor de quienes les dan parte de su tiempo y de su esfuerzo necesariamente eleva la autoestima y esto garantiza una renovación social.
Generalmente este tipo de ayuda mueve al asombro, luego al agradecimiento que es una forma elemental de corresponder al amor recibido. Se siembra en el alma la gratitud y esto necesariamente une. Todo ello inicia la paz social que tanto anhelamos.
Demostremos con obras nuestro afán de mejorar mejorando nuestra ayuda a los más desprotegidos. Y así se podrá palpar que obras son amores y no buenas razones. ¡Manos a la obra!
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