El diálogo parte de hechos reales. Con estos datos se podrán discriminar los acontecimientos, los inadecuados que causan heridas lógicamente deben desaparecer.
La prolongada cercanía entre los miembros de familia, debido al necesario confinamiento, nos ha mostrado con mucha claridad aspectos de nuestro modo de ser de los cuales no teníamos ni idea. Esos descubrimientos resultan innegables y piden rehacernos para reforzar lo bueno y combatir lo malo.
Este cambio de vida tan inesperado y tan incierto nos ha recluido en el hogar, y lo que aparentaba ser menos duradero se ha prolongado. Aunque empezamos a salir las restricciones siguen vigentes. Todavía no es posible considerarnos seguros.
Hemos aprendido que ante los cambios drásticos podemos hacer y decir muchas cosas sin control. Todo ello es evidente y requiere fortaleza para evitar esas reacciones. También aprendimos que hay muchos aspectos del hogar y de los miembros de nuestra familia que son entrañables y ahora los valoramos más. De hecho todo parece indicar que en adelante estaremos más tiempo en la casa. Conviviremos más estrechamente y buena parte del trabajo profesional lo realizaremos allí.
Por lo tanto, necesitamos corregir algunas actitudes. Puede ayudar escribir nuestras experiencias y hablar de ellas, así se concreta y amplia nuestro panorama. Luego, es importante pedir consejo a los testigos de nuestros buenos y malos momentos, como una manifestación del dolor por haberles ocasionado un disgusto. Esto es un modo de mostrarles el cariño y el deseo de mejorar para forjar la convivencia agradable que es digna de conservar y de disfrutar. Para llevar a cabo el propósito de mejorar, hemos de pedir consejo, escucharlo con apertura, reconocer los errores, pedir perdón y poner en práctica lo que nos dicen.
Este modo de proceder abre el corazón de los interlocutores y hace posible iniciar un diálogo constructivo, con visión de futuro. Además, damos pautas para una comunicación positiva, que transforma para bien. El diálogo parte de hechos reales. Con estos datos se podrán discriminar los acontecimientos, los inadecuados que causan heridas lógicamente deben desaparecer.
Los hechos constructivos producen bienestar y si se fomentan indirectamente desterrará los inadecuados, aunque a estos también habrá que combatirlos. Así, es más eficaz la lucha pues se enfoca a la adquisición de la virtud y al destierro del vicio.
El consejo entre los miembros de la familia incorpora a todos: padres e hijos. También a los hijos muy pequeños. Cada uno cuenta con cualidades para darlo. Es un error pensar que sólo el padre y la madre pueden hacerlo. Él y ella sí tienen la máxima responsabilidad por ser los fundadores de esa familia y cuentan con más experiencia. Por eso, han de conducir a su familia y dar buen ejemplo con oportunidad y sapiencia.
Sin embargo, los adolescentes tienen una especial sensibilidad para darse cuenta de lo que está mal hecho, de las injusticias, del incumplimiento de los deberes. Es bueno impulsarlos a decir lo que piensan, directamente al interesado. Con frecuencia, por las características de las personas en esta etapa, el modo de decir puede ser brusco y a veces poco comprensivo. Ya se corregirá el modo, pero conviene descubrir sus razones, que la mayoría de las veces son certeras.
De los padres se espera mucha prudencia y humildad para acertar en la manera de escuchar y responder. Si los hijos tienen razón en lo que dicen, tomarlos en cuenta resultará muy edificante para ellos y les impulsará, más adelante, a tener la fortaleza de corregir a otros. Pero también, en el momento oportuno, habrá que enseñar a los hijos que su modo de decir careció de respeto. Y, así aprenderán a manifestar lo que está mal evitando los malos modos. Es mucho más incisivo expresa educadamente lo que está mal.
Los niños tienen el instinto natural para detectar lo que está bien y lo que está mal. Todas las personas nacemos así, es una cualidad innata que nos inclina al bien. Con el paso de los años esa inclinación, aunque nunca desaparece, sí se obscurece por las faltas que vamos cometiendo a lo largo de la vida. Por este motivo, aunque los pequeños no aconsejan, si manifiestan lo que está bien o lo que está mal. Conviene escucharlos.
Poner en práctica la escucha y práctica de los consejos entre los miembros de la familia, puede ser un propósito para acrecentar el cariño y la admiración entre los miembros de la familia. De manera espontánea todos crecen en la capacidad de observar, de hacer algo por lo demás y de promover el bien.
Los lazos familiares son más fuertes cuando entre todos se ayudan por ser mejores. El auténtico cariño crece cuando se apoya en el bien.
La persona que se esfuerza por ser mejor, merece respeto. Por lo tanto, la cohesión de los miembros de la familia también crece cuando se trata de personas respetables.
Todo ello es modelo de un círculo virtuoso y trascendente, porque el consejo canaliza un juicio. El buen consejo promueve buenos actos y más adelante habrá transformación de las circunstancias sociales, porque un ciudadano que sabe distinguir las conductas buenas de las malas y que sabe expresarlo, está mejor formado para combatir el mal en la sociedad y fomentar el bien.
Aunque solamente hemos visto el consejo en la familia nuclear, también se debe tener en cuenta el consejo de la familia extensa, especialmente buscar la de quienes dan muestras de profundidad y de buen criterio. Los buenos amigos también tienen muchos que aportar.
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