Amor en familia

Perdonar no es producido por un acto de insensibilidad sino por la disposición de anonadarse, de vencer el resentimiento, de olvidarse de los propios gustos.



El romanticismo es un estado del alma que facilita la superación de las dificultades propias de cualquier actividad o de las misteriosas relaciones humanas. Es bueno un toque de romanticismo -como lo es la sal en la comida-, pero no con exceso porque, entonces, se distorsionan los modos de entender la realidad.

Los propósitos del día de la amistad pueden llevarnos a soñar con relaciones idílicas donde desaparecen todas las dificultades. Y, con un poco de sentido común y buena memoria nos daremos cuenta de que ese ensueño siempre ha desajustado el trato perfectivo, incluso tales influencias sufren el desajuste de la irrealidad.

Ahora el asunto es ver cómo mejorar nuestras relaciones en familia. En ella es estrecha la convivencia donde somos como somos. Y aunque valoremos las cualidades de cada uno, pueden llegar a pesar mucho más los defectos pues lastiman por la cercana intimidad. Por eso, la afirmación central de este artículo es: el amor probado en la familia se muestra en la prontitud para perdonar.

Alguien planteará: ese enfoque es poco positivo, es mejor pensar bien, pensar en lo bueno y sólo en lo bueno. Sin embargo, lo más bueno es saber perdonar, aunque esto haga referencia a heridas, a malos entendidos, a temores, a los distanciamientos. Lo positivo está en incorporar el perdón como un enfoque redentor de nuestras relaciones cotidianas.

Redentor porque nos saca del cerco del dolor ocasionado por una impertinencia más o menos grande o por la dificultad de superar el orgullo mal herido. Realmente quien perdona crece en magnanimidad que significa ánimo grande. Grandeza demostrada por personas emprendedoras ante obstáculos imponentes.

El perdón necesita de una preparación de nuestra mente, nuestros sentimientos, nuestro corazón. Consiste en estar dispuestos a llevar con paciencia las respuestas de los demás a comentarios, actitudes o a olvidos que son dolorosos por lo desacertadas. Caldean los ánimos y provocan discusiones interminables. O también recibir con serenidad acusaciones infundadas.

En la actualidad, gracias a la facilidad para obtener variados recursos, los miembros de una familia pueden estudiar, trabajar e incluso los hijos fundar su propia familia en lugares distintos al de sus progenitores. Entonces, es necesario prestar mayor atención a la comunicación frecuente para mantener muy vivo el sentido de pertenencia.

Considerar las diferentes sensibilidades de los miembros de la familia es un factor a tener en cuenta, para no pedir a todos los mismos modos de mantenerse en contacto. La prudencia y la comprensión son dos virtudes imprescindibles para sostener las buenas relaciones y evitar reproches que poco a poco van enfriando el trato.

El padre y la madre han de ir por delante en la solidez del cariño a sus hijos y a los demás miembros de la familia. Aunque ellos sean los fundadores y vayan por delante en el cariño a los demás, han de recordar algo real y más doloroso porque proviene de los más íntimos: “Nadie es profeta en su tierra”. Esta frase hiere de modo especial cuando los hijos están en la adolescencia y tienen reacciones muy ingratas.

Esto es otra oportunidad de mostrar el amor incondicional por los hijos, y manifiestan su bondad al perdonarles. Estas respuestas son posibles gracias a la fortaleza y al empeño de los adultos para domar su modo de ser con fortaleza y de adquirir respuestas serenas y amables incluso ante reacciones evidentemente inapropiadas.

La corrección no desaparecerá, pero llegará en el momento más oportuno, cuando sea factible la serenidad para aceptar las equivocaciones y el ánimo esté bien dispuesto a la rectificación. Esperar esos momentos también es un acto se fortaleza pues se dominan los impulsos y se aprovecha la mejor oportunidad.

Por lo tanto, perdonar es el acto de mayor amor, pues se apoya en el autodominio y en la fortaleza, como ya lo vimos. Perdonar no es producido por un acto de insensibilidad sino por la disposición de anonadarse, de vencer el resentimiento, de olvidarse de los propios gustos.

El perdón engrandece el alma y trae la verdadera paz porque quien es perdonado reconoce el inmerecido trato que ha recibido y desea corresponder con sincero afán de rectificar pues han tocado sus fibras más íntimas.

Para que los hijos valoren el perdón han de aprender del ejemplo de sus padres, cómo cuando alguno se equivoca pide al otro perdón, y con qué prontitud el agraviado perdona.

Aunque el perdón forja almas grandes está a la mitad del camino, el perdón es un medio para reconocer lo mal hecho y comprender la fragilidad de toda persona. Pero no basta con reconocer y comprender, lo que sigue es levantarse y no reincidir y el amor completo es luchar por hacer mejor a las personas.

Acompañar en la lucha por cambiar es más fácil entre los miembros de la familia. Acompañar es respetar los tiempos de la lucha por mejorar, es animar a quien desfallece, es inyectar confianza a quien se siente incapaz de mejorar. Es una forma de anonadamiento hasta ver a la otra persona más firme en el bien que no había adquirido.

La trascendencia de este esfuerzo lo goza la sociedad. De la familia salen personas honestas, que son incapaces de defraudar, de robar, de asesinar, … Los ciudadanos que cometen tantos desmanes han sufrido un vacío en las relaciones familiares o peor es si sus parientes les han inducido. Este es el fracaso más terrible que hemos de solucionar sin más demoras.

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