¿Amo la vida?

En esta época navideña, festejamos el nacimiento de un Niño especial, ocurrido hace veintiún siglos. Es el inicio de una vida humana que ha revolucionado el tiempo y el espacio, porque, a lo largo de los años, este festejo no para y ha roto fronteras, pues se celebra en todo el mundo. Palpamos la respuesta ante la vida humana. Quiere decir que es una vida con un rango muy especial.

La vida es hermosa. Quién no ha gozado con la aparición de flores en un jardín, del paisaje al viajar y observar los bosques o los ganados, eso todos lo hemos experimentado. También al jugar con un cachorrito de la mascota de nuestro hogar. Pero mucho más hermoso es descubrir los balbuceos de un bebé que nos muestran algo más: su incipiente pensamiento con intencionalidades.

Es oportuno disfrutar de la vida actual. Cuánto durará, nadie lo sabe. Estas fechas de cierre de un año e inicio del siguiente son oportunas para hacernos planteamientos más profundos y verídicos, aprovechando la experiencia acumulada. Lógico será tratar de reproducir lo grato y minimizar lo doloroso. Aunque ambos estados nos acompañarán siempre, depende de mí cómo enfoco los sucesos.

La experiencia, por cierto, innegable, nos ha de llevar a profundizar en la capacidad personal para valorar el nacimiento y el cuidado de un ser humano hasta su muerte natural, a partir de modo de valorar la propia y de la innegable superioridad de la vida humana. Este respeto al orden establecido en la naturaleza es parte de nuestro bienestar y de nuestro bien actuar.

Actualmente, hay cónyuges que solamente optan por tener un hijo, y muchas veces ese pequeño pide un hermanito. Entonces, los progenitores le convencen de que es mejor una mascota y se la dan. La integran como si fuera un bebé y la cuidan y la tratan como a un ser humano. Obviamente, ese niño cuando crezca no encontrará diferencia entre la vida humana y la del perro. Se le grabó aquello desde pequeño y lo aprendió de quienes eran para él la máxima autoridad.

Por otro lado, no basta lograr el equilibrio personal, es necesario ayudar a los demás a conseguirlo. Esto es urgente, porque es evidente la confusión reinante en muchas personas, incluso en quienes tienen la obligación de conducir la vida de otros por tener depositada la confianza de alguna población o de un grupo. Puede ser el caso de los gobernantes o los maestros. Sin embargo, también existen múltiples datos de desorientación. Mencionaremos algunos.

Hay tristeza por las muestras de deformación de quienes proponen y aprueban la legalización del aborto o de la eutanasia. Cuando estos hechos suceden es lógico advertir los graves resultados para la humanidad y el desconcierto al comprobar los altos niveles de donde provienen los ataques. También muy doloroso es cuando algunos se abstienen, pudiendo frenar los resultados y así se viola el principio ético fundamental de no causar intencionalmente la muerte.

También duelen las guerras entre los países cuando hay voces que se levantan para dar otras soluciones a los conflictos. El diálogo para llegar a acuerdos, la apertura a otros puntos de vista, el deseo de encontrar soluciones que garanticen ganancias para las distintas posturas. En el fondo, si no hay acuerdos, es porque falta la voluntad de ganar-ganar.

Nunca un mal se resuelve sustituyéndolo por otro mal. Es el caso de la eutanasia o del suicidio asistido, que privan de la vida para resolver el padecimiento de una grave enfermedad o de una fase terminal prolongada y desgastante. Pero esta decisión no atenúa su malicia, aunque el paciente esté de acuerdo.

Además, si los gobernantes o los integrantes de los servicios de salud defienden este tipo de soluciones provocan la deformación de las conciencias y la elección de actos que causen males irreversibles. La solución aceptable está en los cuidados paliativos. Aún hay lugares donde todavía no están al acceso de todos. Se han de fomentar, pues resultan ser los mejores para combatir y aliviar el sufrimiento sin violar la moralidad.

Y la respuesta al sufrimiento, al dolor, al miedo o a la desesperación debe ser consolar, cuidar, animar y amar para fortalecer la esperanza y revalorizar la vida humana hasta su término natural. Incluso las personas con un nivel medio de religiosidad pueden llegar a descubrir el valor del sufrimiento.

Si llegan a ese descubrimiento, serán más solidarios con quienes sufren carencias o discapacidades notables. Los integran, e incluso buscan medios para compensar alguna de sus deficiencias e integrarlos a la sociedad. Puede ser el caso de los invidentes, de los sordos, para ponerlos en condiciones de valerse por sí mismos. Así se construyen comunidades inclusivas.

La objeción de conciencia es un derecho de los profesionales de la salud. Desde la familia ha de procurarse esa opción. Así será más natural la capacidad de dar testimonio de que la vida humana es siempre un don en todas sus etapas.

La personalidad insegura tampoco tiene un concepto firme del valor de la vida. Es el caso de personas que, para trabajar, divertirse, incorporarse a algún grupo o a cualquier circunstancia desconocida, necesitan de estimulantes que los enajenen. De allí, la proliferación del consumo de sustancias adictivas. Esto es muy grave, y de ser personalidades inseguras pasan a ser personalidades adictivas. En este nivel, se pierde el juicio y se exponen a cometer todo tipo de tropelías que no hubieran hecho en sus cinco sentidos.

Todos nos necesitamos, no sólo las personas con carencias físicas, también quienes sufren carencias psíquicas y es más urgente ayudarles si han caído en adicciones. En este último caso, además de la ayuda personal de un experto, es urgente tomar medidas para desarticular y combatir a quienes comercian con la droga. Estos grupos aún están más enfermos y fomentan la enfermedad de los demás porque es su modo de subsistir. Tremendo y nos afecta a todos. Si verdaderamente amamos la vida hasta en este nivel hemos de participar.

La vida es bella, pero de cada uno de nosotros depende que lo siga siendo.

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