Amistad: entre poder y precariedad

Tenemos una experiencia común: nos damos cuenta de la aptitud para realizar muchas actividades y también, la dificultad para otras. Eso da pie a prestar ayuda en el primer caso y a pedirla en el segundo caso. 

Otra experiencia frecuente es que en esa ayuda mutua preferimos la de unas personas y las de otras no nos agradan del mismo modo. Son afinidades que nos unen y no en todas las personas las encontramos, aunque también las podemos cultivar. En este último caso eso es posible cuando las personas han alcanzado un considerable grado de madurez, aspecto nada frecuente en la niñez o en la adolescencia. 

Un elemento fundamental para el desarrollo de toda persona es el cariño. Es palpable cómo se desarrolla un recién nacido cuando está rodeado de afecto, o ver languidecer a un bebé que se abandona y no le rodea la calidez del contacto con alguien que le sonríe, le acaricia, le acompaña y satisface sus necesidades.

Confirmar esa realidad al relacionamos con un bebé nos muestra la importancia de experimentar el amor. Como adultos nos predican que estamos hechos para amar porque procedemos del amor de nuestros padres y ese amor es reflejo del amor que Dios tiene para cada una de sus criaturas.

Es bellísimo el recuerdo de la siguiente afirmación de Benedicto XVI ante toda vida humana: somos un producto del pensamiento de Dios. Y eso nos asegura la importancia de cada persona para Él.

Es de tener en cuenta la cultura que nos rodea. Allí hay muchas variables y cada cultura provoca reacciones en las personas consigo y con los demás. Hay otras influencias como el temperamento heredado, el modo de ser de los miembros de nuestra familia, o las muestras de cariño a las que estamos acostumbrados que también influyen en el modo personal de relacionarnos con la naturaleza y con los demás.

En el trasfondo de estas observaciones está presente el amor. Elemento importantísimo para el desarrollo del ser humano. Amor que se da y amor que se recibe. Y hay muchos tipos de amor, el amor es relacional y allí está implícita nuestra sociabilidad. Por lo tanto, la dimensión social de la persona exige un trato excelente. Y lo hemos de recuperar porque nos hemos acostumbrado a la degradación de las costumbres.  

Podemos aprovechar el día de la amistad para hacer un planteamiento de fondo, mejorar todas nuestras relaciones y evitar la visión reductiva del consumismo: sólo para los enamorados. Incluso el enamoramiento es una etapa fugaz, caduca, tiene su importancia sólo para dar paso a un amor fuerte y duradero entre un hombre y una mujer.

Hay muchos tipos de amor entre los humanos: el más importante y perdurable es el conyugal, luego están todos los demás: a los hijos, a los padres, entre hermanos, entre amigos, a la patria, a los conciudadanos, a las personas en general, a las autoridades, etc. Circula un artículo cuyo título -aproximado- nos recuerda tener los mejores deseos para todos: los católicos rezan por lo agredidos y también por los agresores.

La amistad es un tipo de amor muy singular pues es independiente del vínculo natural que se tenga. Consiste en un afecto personal que surge de modos tan diversos como diversas son las personas y sus circunstancias. Ese afecto sincero y desinteresado aparece de manera natural, nace y se fortalece con el trato.

Aristóteles, gran pensador de la antigüedad, habló de tres tipos de bases de la amistad: la utilidad, el placer y el modo de ser. En cada uno se valora lo que buscamos en el otro: el tipo de servicios que nos pueden dar, el placer de su compañía o su modo de ser.

La cultura cristiana elevó la amistad a la relación con otro yo, con alguien con quien compartimos intereses e intercambiamos apoyo. Hay un cultivo mutuo del que surge el compañerismo, el aprecio, el afecto, la confianza, el desinterés, la lealtad. Se desarrollan intereses comunes y la capacidad de aceptar diferencias o de superar dificultades.

Puede haber corruptelas y se han de descubrir para contrarrestarlas. Como el apego desordenado que desencadena los celos, las rivalidades, el antagonismo y hasta la enemistad. En estos resultados se descubre nuestra precariedad de solamente buscar el bien propio y no el común. Sin embargo, pueden superarse los defectos y prevalecer el poder de la reciprocidad.

Otra precariedad es la de considerarse amigos a quienes comparten negocios turbios, placeres ilícitos o se inducen a todo tipo de vicios. Esto es muy grave porque además del deterioro de las personas, propicia la confusión en otros que acabarán deformando el concepto de la amistad y de la dignidad de la relación entre las personas.

Una verdadera amistad induce al bien, a la superación, a la salud de las costumbres, a la difusión de los beneficios. Disfrutan de los buenos momentos y acompañan en los malos. Previenen el aislamiento o la soledad, animan en la enfermedad, comparten variadas actividades y sobre todo aconsejan con más tino. 

La gama de amistades es muy amplia: amistades desde la infancia, amigos íntimos, amigos con quienes se comparte alguna actividad o pertenecen al mismo grupo social, amistades esporádicas con quienes hay afinidad, pero por sus ocupaciones no hay posibilidad de cercanía.

El día de la amistad podría ser un acicate para mejorar los tipos de amor que tenemos de manera natural: con los padres, con los hijos, con los hermanos, sobre todo entre cónyuges. Muy distinto sería pensar en el amor al esposo o a la esposa si además incorpora los beneficios de la amistad.

Lo mismo del progenitor con su prole o de la prole con sus progenitores si además hay amistad. Y no se trata de sustituir la paternidad o la maternidad con la amistad, sino mantener el hecho de ser padre o madre aunado a los beneficios de la amistad. Es muy probable que mejore la confianza y la cercanía en las relaciones padres a hijos e hijos a padres. Sin dejar de ser lo que son. 

se toma muy en serio la dignidad de la persona humana y la defensa de las libertades fundamentales”, añadió, advirtiendo no obstante que “las ideologías Independientemente del temperamento que hayamos heredado o de la cultura que nos rodea siempre 

en las que confiamos plenamente con quien compartimos nuestros sentimientos y pensamientos más íntimos y nos brindan apoyo incondicional, también con las que compartimos vulnerabilidad, seguridad, confianza, sentimientos de aceptación y en ocasiones hasta son

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