La recepción de la prole. Es uno de los dos asuntos importantísimos que determinan la formación del matrimonio. Obviamente es un tema que deben haber dialogado en el noviazgo. Ahora en el matrimonio viene lo real, puede llegar el bebé antes de lo esperado o puede no llegar. En cualquier caso, ambos han de aceptar muy unidos lo que venga y olvidarse de cómo lo habían planeado. Nunca recriminarse si sucede lo no deseado.
Lo adecuado en esas circunstancias es cuidar el vínculo matrimonial. Así, con la unidad fortalecida podrán responder del mismo modo a los sucesos del futuro. Aunque los hijos supongan una riqueza para la pareja, el amor de los cónyuges no está supeditado a tener descendencia o a que sea de tal o cual número de hijos. Compartir los estados de ánimo y encontrar comprensión y soluciones fortalece el amor.
La llegada de un hijo suele ser un momento de extrema felicidad para un matrimonio y, sin embargo, también es un momento de tremenda crisis. Lo general es que las parejas suelen adaptarse a los cambios que supone la paternidad y la maternidad con enorme alegría, pues para ellos importan más los aspectos positivos y afrontar esa experiencia.
Pero no cabe duda de que supone un cambio radical en la vida de un matrimonio acostumbrado a ser dueño de su tiempo, a tenerse el uno al otro sin interrupciones, a tomar decisiones con bastante libertad. La responsabilidad de sacar adelante esa nueva vida tan inerme les modifica todos sus planes. Aunque el desarrollo del bebé compensa todos los sacrificios y todos los cambios.
Con los niños varían ritmos, horas de sueño, planes, tiempo disponible, gastos, prioridades. Puede que al matrimonio le cueste adaptarse, que tarden en comprender cuáles son sus nuevos roles, rero lo natural es afrontar los cambios. El padre y la madre han de integrarse a esa dinámica, si alguno se excluye puede sentirse víctima y egoístamente ponerse celoso de esa pequeña criatura, al verla como un intruso que se interpone y distrae al cónyuge.
Y ante este escenario, el matrimonio no debe descuidar su intimidad ha de dedicar tiempo a seguirla cultivando. Compartir sus experiencias e ir diseñando el modo de educar según los datos que perciben en los hijos. Así podrán evitar fricciones sobre el modo de conducir a cada hijo. La comunicación oportuna es básica para mantener la armonía y que los hijos disfruten de la unidad conyugal.
Los problemas económicos. En la planeación del matrimonio es un tema indispensable. Aunque lo hayan estudiado, pueden aparecer imprevistos que generen serios cambios y ataquen gravemente a la familia. Desempleo y enfermedades son los más comunes. La unidad conyugal es indispensable y acudir a la familia extensa es lo más accesible, pero ambos de acuerdo.
Hacer partícipes a los hijos, según su edad, puede ser muy formativo, para que entiendan y asuman los ajustes.
Generalmente los problemas económicos pueden desencadenar otros problemas más o menos graves. Como una enfermedad prolongada o incurable; el comportamiento inmaduro o el abandono de alguno de los miembros de la familia -peor si es alguno de los progenitores-.
Tarde o temprano estas situaciones pasan y si los cónyuges se mantuvieron unidos, saldrán fortalecidos en su relación.
La infidelidad. Puede darse en alguno de los cónyuges o en ambos, agravado por el deseo de huir de los problemas. Sucede ante la aparición de alguna persona que atrae al cónyuge y cede ante la atracción. Esto ocasionará un serio problema.
La unión conyugal y el amor mutuo que se profesan nunca contrarresta la posibilidad de sentir atracción hacia otra persona. Sin embargo, esta realidad se resuelve maduramente cuando se admite tal hecho, pero lo supedita a su proyecto de ser fiel. Sin embargo, ese propósito puede debilitarse si el otro cónyuge descuida el trato íntimo y la cercanía, o ante recriminaciones injustas.
Además, desgraciadamente en la sociedad se ven las infidelidades con mucha naturalidad e incluso se fomentan. Frente a esas evidencias los cónyuges han de reaccionar con madurez, confiar en las promesas mutuas y fortalecer el camino que han emprendido juntos. Por supuesto combatir los celos.
Si se diera una situación así, conviene analizar la dinámica conyugal y poner remedio a los descuidos. Cada uno ha de poner de su parte lo que le corresponde. Estos esfuerzos son otros modos de fortalecer la unión y la confianza mutua. En algunas ocasiones hará falta la ayuda de un experto.
Compaginar la vida laboral y la familiar. En el noviazgo se saca tiempo para estar juntos y, puede suceder que por el hecho de vivir bajo el mismo techo se descuide la convivencia en casa o los ratos de esparcimiento. Esto se agrava ante la costumbre de estar permanentemente atento al celular y se debilita la vida familiar.
La vida familiar requiere de tiempo para estar él y ella solos, ambos con los hijos y cada una de los cónyuges con cada uno de los hijos. Solamente de ese modo se conocen a fondo y pueden facilitar la confianza, el cariño y el sentido de pertenencia. Los padres deben conocer el influjo que causan en sus hijos los contenidos de los recursos cibernéticos. Esta es una tarea urgente y siempre novedosa. Los padres no deben descuidarse, las consecuencias del abandono pueden ser muy graves.
Todos esos descubrimientos son tema de conversación para los progenitores, pero nunca han de dejar de interesarse el uno por el otro. Por eso, deben fomentar salidas ellos dos solos. La vida de pareja requiere cultivo, seguir desarrollándose juntos. Conocer sus problemas y sus anhelos. Ser muy amigos, aconsejarse, divertirse.
Los esposos deben ser valientes y también acompañarse en el proceso del duelo que acompaña toda solución de cualquier problema. Es la manera de resolver juntos las crisis y afrontar la vida tal como se les presenta.
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