La Iglesia Católica fundada por Jesucristo tiene el encargo de darnos a conocer sus enseñanzas y difundirlas a todas las personas de todos los tiempos. Los apóstoles y sus sucesores han puesto todo lo que les corresponde para vivir esa encomienda, pero también desean darnos a conocer a la Persona de Jesucristo. Y uno de los medios para llevarlo a cabo es la organización del año litúrgico para repasar sus hechos y dichos.
El inicio de ese año varía un poco cada vez porque antes de 25 de diciembre -fecha en que se fijó el día del Nacimiento de Jesús- ha de haber cuatro domingos, para poder contemplar en ese lapso sucesos previos ocurridos antes de tal acontecimiento. Por ejemplo, de qué familia procede Jesús, y también repasar en el Antiguo Testamento las profecías sobre ese suceso.
Se llama Adviento al tiempo de espera antes del Nacimiento y tiempo de Navidad al posterior que finaliza cuando Jesús se da a conocer en su Bautismo.
Adviento viene del latín “adventus”, palabra usada por los romanos para expresar la primera visita o el acontecimiento de la presentación oficial de un alto dignatario ante el pueblo. Adventus se tradujo al griego como “parusía”.
Este tiempo litúrgico es una invitación a abrir el corazón a la luz de Cristo y renovar la esperanza en su venida. La esperanza y la preparación son la oportunidad de serenar nuestra actividad ordinaria, frenar el ritmo acelerado y profundizar en el verdadero sentido de nuestros proyectos.
También en las primeras semanas de este tiempo, la Iglesia invita a reflexionar sobre el regreso glorioso de Jesús, quien vendrá a reinar sobre todo pues dará inicio a la eternidad. La liturgia aprovecha el recuerdo de la primera venida de Jesús en la humildad, para hablarnos de la segunda, en la majestad de la gloria. Así lo exponen las oraciones litúrgicas de estos días.
El Adviento es, cada año, una nueva oportunidad para reencontrar al Redentor y ordenar la propia vida. A darse tiempo para hacer oración o leer pasajes de las Escrituras.
La espera de algo grande produce alegría, y la alegría se comparte, de allí nace la costumbre de dar regalos, pero esto ha de planearse para no caer en actividades frenéticas, sino de dar sentido al por qué y para que de lo que hacemos y abrir el corazón a la luz de Cristo. No perdamos esta oportunidad de reflexionar y prepararse para recibir al Niño Dios con un corazón renovado.
Además de alegría, la espera da oportunidad para hacer arreglos y recibir a quien llega con los detalles debidos de quien tiene alcurnia, por eso cuando se espera a un personaje importante, se intensifican las limpiezas, se reparan desperfectos, se sustituye lo deteriorado por algo nuevo. De modo semejante, la recepción del Niño Jesús exige una revisión de nuestras disposiciones interiores para hacer las reparaciones necesarias. Y esta es la razón de prepararse con un examen personal y poner los medios para rehacerse. Por eso este tiempo es la oportunidad de mortificarse y hacer penitencia. Y, sobre todo de confesarse.
En el Adviento además de la actitud de espera, se tienen dos grandes presencias, la primera es la de la Santísima Virgen. Sin Ella no se habría dado la Encarnación, la realidad de Jesús como verdadero Hombre. La otra presencia es la de San José que al conocer el Misterio de la Encarnación asume el papel de padre del Niño Dios y esposo de Santa María. Gracias a ellos tenemos el ejemplo y modelo de la Sagrada Familia.
Para mantenernos en la atención de estos santos misterios, y no descuidar las actividades cotidianas que se complican con las exigencias y compromisos de un cierre de año civil y los proyectos para inaugurar el siguiente, se cuenta con muchas costumbres y tradiciones. Unas son del propio país, otras se adoptan, pero todas aportan muchos detalles que fortalecen la atención y el interés.
La corona de Adviento que se pone en los hogares en un sitio destacado, es un símbolo de luz y esperanza. En esa corona se colocan cuatro velas, que simbolizan las cuatro semanas de preparación. Las ramas verdes o los adornos manifiestan vida y esperanza. Cada vela se enciende el domingo de cada semana, de modo que la primera semana solo hay luz de la primera, la segunda de dos, así hasta la cuarta en la que iluminan las cuatro velas. Eso simboliza la cercanía de la verdadera Luz que traerá el Niño.
Antes de encender las velas se reúnen los miembros de la familia, con sus invitados, si los hay, y se lee un breve texto de la Sagrada Escritura, alusivo a la fecha que se aproxima. Esto ayuda a recordar con más frecuencia el suceso que se conmemorará. Las velas pueden ser del mismo color generalmente rojo, otras veces son de colores diferentes: tres moradas, color que invita a la reflexión y la conversión; y una rosada que se enciende el último domingo de Adviento o “domingo Gaudete”, día para alegrarse anticipadamente, porque la Navidad está cada vez más cercana.
Este recordatorio insiste en el tiempo de espera y de preparación.
La corona de Adviento, también la colocan en un lugar destacado de las iglesias o en lugares de culto. Así los feligreses recuerdan el tiempo de preparación para la Navidad, símbolo de esperanza de que la luz y la vida triunfarán sobre las tinieblas y la muerte, pues el Hijo de Dios se ha hecho hombre por nosotros y con su muerte nos ha dado la verdadera vida.
Te puede interesar: Colegio de primaria y secundaria
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com
Facebook: Yo Influyocomentarios@yoinfluyo.com