El 2 de octubre de 1928, Dios hizo ver a Josemaría Escrivá de Balaguer el encargo que desde toda la eternidad tenía previsto para él, y así desapareció de su alma, la incertidumbre de intuir un querer sin saber qué era y menos cómo realizarlo: llevar a cabo el Opus Dei en todas las encrucijadas de la Tierra.
La semilla cayó en el alma de Josemaría quien con docilidad y con el celo apostólico que ya desarrollaba con los varones, especialmente con jóvenes universitarios, fue dando forma al encargo de Dios. Lógicamente, para un sacerdote joven lo accesible era trabajar con ellos, por eso, hasta el 14 de febrero de 1930 Dios aclaró que ese trabajo comprendía a todas las personas, también a las mujeres.
Aunque en España, en 1931, el ambiente era francamente antirreligioso, con las mujeres que ya acudían a confesarse y con las que se acercaban por algún otro motivo, empezó a plantearse el modo de congregarlas e intensificar la formación. Incluso animaba a los muchachos que le seguían a acercar a sus hermanas.
Los pobres y los enfermos recibían visitas frecuentes de Josemaría Escrivá y les impulsaba a rezar por sus intenciones. Muchas veces le acompañaban los universitarios para enseñarles a prestar algunos servicios y aliviar de alguna manera sus necesidades. Por eso, algunas mujeres conocieron la Obra en el Hospital Nacional de Enfermedades Infecciosas. Allí dos enfermas pidieron la admisión en el Opus Dei: María Ignacia García Escobar y Antonia Sierra, ambas murieron pocos años después.
Para la dirección espiritual y las confesiones, de las personas a las que Dios llamaba a esta nueva familia dentro de la Iglesia, el Fundador pidió ayuda a varios sacerdotes amigos, para realizar ese encargo, algunos fueron Lino Vea- Murguía y José María Somoano. Sin embargo, con el transcurso del tiempo, san Josemaría vio la necesidad de ocuparse integralmente de las necesidades materiales y espirituales de los presbíteros.
Pensó dejar el Opus Dei en manos de sus hijos, para dedicarse a los sacerdotes, porque no veía la manera de que ellos tuvieran lugar dentro de la Obra. Y, en 1943, otro 14 de febrero, Dios le dio la solución jurídica para incardinarlos. Enorme fue su gozo ante esta nueva luz. Inmediatamente lo comunicó a su hijo Álvaro del Portillo que junto con José María Hernández de Garnica y Losé Luis Múzquiz hacían los estudios necesarios para recibir el Orden sacerdotal.
Así la semilla que Dios depositó en el alma de san Josemaría, con la integración de las mujeres y de los sacerdotes dejó claro que, con palabras del Fundador, se habían abierto los caminos divinos de la tierra.
Pero, como dice Santo Tomás de Aquino, Dios se sirve de la naturaleza humana, como soporte, para construir lo sobrenatural, por eso, encontramos en el marco familiar de San Josemaría, la capacidad materna y paterna de engendrar sobrenaturalmente a hijos, hijas y sacerdotes.
Su padre José Escriva y Corzán, y su madre Dolores Albás y Blanc formaron una familia cristiana. Viven la fe con naturalidad e impregna las costumbres, como el ejemplo de su padre al contribuir al desarrollo de las actividades comerciales e industriales de la ciudad de Barbastro donde transcurren sus primeros años. El papá, la mamá y los hijos iban siempre juntos a oír Misa. El padre daba a los hijos la limosna para que la depositaran.
Aprenden a sufrir cristianamente las penas familiares, como fueron la muerte de sus tres hermanitas Asunción, Lolita y Rosario. La educación que reciben respeta la libertad porque los padres les hacen ver la responsabilidad de sus actos, con una cariñosa exigencia.
Además cuentan con el ejemplo de las virtudes de Don José: fortaleza, justicia, honestidad, y de Doña Dolores: laboriosidad, piedad, espíritu de servicio. Todas ellas también forjadas en sus respectivos hogares. Por ejemplo, de su abuela paterna aprendió la siguiente oración que le ayudó a secundar los designios divinos: “Tuya soy, para Ti nací: ¿Qué quieres, Jesús, de mí?”
Para el impulso a la sección de mujeres, San Josemaría pide ayuda a su madre –ya viuda-, y a su hermana Carmen. Ellas aportan un ambiente de familia cariñoso, servicial, sobrio, muy alegre y elegante.
Esta herencia invaluable, muy bien custodiada y practicada se mantendrá a lo largo del tiempo como una característica esencial.
Cada 14 de febrero, es una fecha para dar muchas gracias a Dios por haber diseñado un estilo de vida que da tanta felicidad a muchísimas mujeres. Y muchas gracias a San Josemaría por su fidelidad para llevar a cabo lo que Dios le pidió.
Cada 14 de febrero también agradecemos a Dios haber hecho posible contar con sacerdotes dentro del Opus Dei, en unidad de vocación.
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