Mientras el sistema educativo nacional no ofrezca a la sociedad y en particular a los usuarios, una educación de calidad sólo será un instrumento de populismo y marginación.
Por: Sergio Guzmán Álvarez
Delegado de Formación de la Alianza de Maestros del Valle de Toluca
Con profunda tristeza escuchamos la realidad de la educación en México: existen más de 32 millones de personas con rezago educativo, que representan el 41% de la población mayor de 15 años, encabezando la lista los Estados de Chiapas y Oaxaca; cerca de 4 millones 749 mil personas no saben leer ni escribir, y acceder a la educación superior aún es un reto, pues sólo el 17% de las personas de entre 25 y 64 años logran tener estudios universitarios. Lo que obliga a pensar que esta situación esta íntimamente ligado con la pobreza y la politización de la educación en los Estados.
Además, de acuerdo con las pruebas ENLACE y PLANEA, realizadas por los gobiernos anteriores a la denominada Cuarta Transformación, y que median el esfuerzo que llevaban a cabo las escuelas en la enseñanza de las Matemáticas y la Comunicación (Comprensión Lectora), siempre manifestaron grandes rezagos, al grado de autodenominarnos como “un país de reprobados”. Ante ello, ¿en dónde han quedado los esfuerzos de padres de familia, maestros y autoridades educativas? La situación nos preocupa porque la educación es vista como el hilo conductor para mejorar la calidad de vida de los mexicanos.
Pero hagamos una breve retrospectiva. Con el fin de dar fiel cumplimiento al Artículo 3° Constitucional de fortalecer la educación pública, elevar su calidad y ampliar su cobertura, en el año 1992 fue suscrito el Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica, el cual formuló una estrategia con tres líneas fundamentales: la reorganización del sistema educativo, la reformulación de los contenidos y materiales educativos y la revaloración de la función magisterial. Desde entonces se establecieron 200 días de labores con 800 horas anuales, lo cual todavía resulta insuficiente frente a la competencia con países desarrollados.
En el Plan Nacional de Desarrollo 2001-2006 se estableció que “para construir el país que se requiere es indispensable que cada uno de los mexicanos cuente con el nivel educativo que les permita estar en la dinámica de competitividad acorde con los retos que nos exige el siglo XXI”. Retos que establecían el proporcionar educación de buena calidad a la población demandante y cubrir las expectativas de la sociedad del conocimiento. En el Plan Nacional de Desarrollo 2007-20012 se definió como objetivo: “Elevar la calidad de la educación para que los estudiantes mejoren su nivel de logro educativo, cuenten con medios para tener acceso a un mayor bienestar y contribuyan al desarrollo nacional”. En el Plan de Desarrollo 2013-2018 se estableció que “…un México con Educación de Calidad propone implementar políticas de Estado que garanticen el derecho a la educación de calidad para todos, fortalezcan la articulación entre niveles educativos y los vinculen con el quehacer científico, el desarrollo tecnológico y el sector productivo, con el fin de generar un capital humano de calidad que detone la innovación nacional”. Incluyendo el gobierno actual, encabezado por Andrés Manuel López Obrador, en el Plan Nacional de Desarrollo se establece el Objetivo 2.2 que señala: “Garantizar el derecho a la educación laica, gratuita, incluyente, pertinente y de calidad en todos los tipos, niveles y modalidades del Sistema Educativo Nacional y para todas las personas”.
En todos los casos la retórica en materia de calidad educativa es una constante en los gobiernos, en donde queda claro que los cambios no se generan por decreto, sino que requieren la participación de todos los sectores de la sociedad y de una gran capacidad intelectual y de estrategia del Estado, para operar políticas públicas que contribuyan en abatir los grandes rezagos educativos que vivimos. En la actualidad es necesario instrumentar cambios que nos permitan concebir de otra manera el hecho educativo: sus contenidos, metodología y propósitos.
En este tema, la UNESCO nos indica que lograr una mejor educación no implica sólo disponer de mayor presupuesto, sino de la interrelación eficiente y sumativa de una serie de factores, entre los que destacan la relación entre alumnos y éstos con sus maestros. Por lo tanto, si bien es cierto que es necesario incrementar el Producto Interno Bruto (PIB) en educación, es falso que ello sea la solución, se requiere intervenir de manera profunda en otros procesos e indicadores.
Ante estos planteamientos, hacemos un alto para definir lo que significa, entre muchos conceptos y teorías, la educación de calidad: entendiéndose como la congruencia entre los objetivos, los procesos y los resultados del sistema educativo, conforme a las dimensiones de eficacia, eficiencia, pertinencia y equidad. Ello implica un serio esfuerzo por conocer la realidad educativa y establecer acciones de mejora desde la macro y micro planeación, definiendo con objetividad y sin tintes ideológicos, las prioridades, los objetivos, las acciones, los estándares de medición y sus indicadores. Así que mientras el sistema educativo nacional no ofrezca a la sociedad y en particular a los usuarios, una educación de calidad sólo será un instrumento de populismo y marginación.
Por eso, pese a la frustración de muchos maestros en resistencia y de políticos con una visión partidista, la calidad de la educación debe ser la guía orientadora de cualquier transformación tanto en el aula como en el plantel escolar y en la reorientación del sistema educativo nacional. En este contexto, las escuelas (ello implica la intervención de directivos, docentes y personal de apoyo operativo) deberán plantearse el desafío por impartir una educación de calidad, y sostener que las innovaciones y mejoras básicamente tenderán al bien y desarrollo del alumno, en cualquier nivel o modalidad educativa.
Debemos considerar que “asistir a la escuela sólo a lograr cansancio físico, no significa transformación mental, emocional y cultural de la sociedad, ante todo, asistir a la escuela implica aprender para ser más y transformar”. Frente a una generación de alumnos distintos, se requiere una educación distinta, es urgente impulsar la conformación de un pensamiento para el México del presente milenio, pero la conformación de este nuevo pensamiento no es responsabilidad única y exclusiva del gobierno, sino que debe ser compromiso de todos los actores del escenario educativo del país.
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