El presidente López Obrador tiene cuatro años y 10 meses en el cargo y es el mismo tiempo que llevamos, cada mañana, escuchando sus justificaciones para lavar sus culpas y evadir su responsabilidad. Bueno, hasta sus confesiones nos ha compartido.
Resulta patético verlo tan tranquilo al decir que se confiesa “…todos los días con su tribunal, que es su conciencia”. Y lo hace público para lograr su autoabsolución.
En un acto simulado en las mañaneras pretende que el pueblo bueno le crea al recitarnos un “yo confieso ante ustedes, que he pecado…”, para exculpar sus decisiones, cuando:
– Liberó a Ovidio Guzmán, delincuente buscado por agencias antinarcóticos del mundo y hasta tiempo se dio para ofrecer sus respetos a su abuela. El gobierno que encabeza está para defender los derechos de los criminales.
– Defiende que su “estrategia de abrazos no balazos” no funciona, pero está dando resultados, poco a poco, porque cree que se están atacando las causas. Aunque en el camino haya costado y costará muchas vidas, se empeña en repetir que “hoy ya no es lo de antes”.
– Afirma que con mucho dolor acepta -por eso les manda un abrazo-, que en esta administración lleva contabilizados más personas asesinadas que en el gobierno de Calderón, porque las cifras se presentan de forma distinta.
– Omitió decisiones importantes en salud pública para enfrentar la pandemia de COVID 19, aunque consideró que la tragedia “nos vino como anillo al dedo, para afianzar el propósito de la transformación”, a pesar del número oficial de fallecidos y exceso de muertes.
– Sus hermanos recibieron aportaciones para el movimiento y considera que hay algunos que erróneamente las confunden con extorsiones. No se cansa de repetir el “no, no somos iguales”.
– Acepta que hay corrupción, pero “el PRI robaba más”.
– Se niega a aceptar que sus omisiones han afectado a los más pobres y vulnerables.
– Ha tachado a las mujeres que defienden sus derechos de subversivas, porque representan un peligro latente, producto del pensamiento conservador.
¿De qué sirven las confesiones diarias, un mea culpa de un pecador, ante el tribunal de la conciencia?
De nada, porque ninguna respuesta favorable ha obtenido esos más de 30 millones de ilusionados que votaron por un presidente para que atendiera sus necesidades. De nada sirve un cuenta cuentos que simula confesar pecados cuando lo que hace es distorsionar la realidad.
¿Cómo se puede tener la conciencia tranquila si el país está fuera de control? Por más que desde el púlpito matutino se sostenga que se está trabajando para resolver los problemas existentes, lo cierto es que el mandatario reniega, se enoja, evade y responde siempre con una justificación que apela a su popularidad.
Estas confesiones inauditas en cualquier tribunal del mundo tendrían denuncias presentadas, carpetas de investigación abiertas y un largo etcétera. Sin embargo, en nuestro país, sus voceros afirman que el presidente “convierte derrotas en victorias”. ¿En serio? ¿Se trata de lavar la cara del inquilino del Palacio cuando se comprometen paz, prosperidad y unidad nacional?
No es posible tener un gobierno auto complaciente que apuesta al olvido y pretende imponer una narrativa que minimiza hechos de suma gravedad. Estamos en un gobierno altanero y retador ante cualquiera que señale los graves equívocos. Una muestra la dio el general secretario después del ataque cibernético y robo de información de la Sedena, quien informó a los legisladores que si quieren su comparecencia, ésta tendrá que ser en sus terrenos, en sus oficinas, porque no piensa acudir a rendir cuentas al Poder Legislativo.
Pero hace unos días aparecieron otras confesiones que sin lugar a dudas incomodaron al señalado López Obrador. Se publicó “El rey del cash”, libro que aporta testimonios de primera mano sobre la forma en la que, el otrora tres veces candidato, obtuvo recursos económicos para su movimiento político electoral. Pactos de silencio, desvíos de recursos públicos, traiciones y evidente impunidad en nombre de la honestidad valiente del hombre de Macuspana. Compleja red de complicidades políticas se entretejía a punta de “primero los sobres”, mientras en campaña se afirmaba que “primero los pobres”. Valiente honestidad para México.
Los testimonios de irregularidades que comprometen el dinero público no es nuevo, pues ya se tenía idea de lo que sucedía desde las ligas de Bejarano, las bolsas de Imaz, los sobres de Cadena, los diezmos de Delfina, las aportaciones que dieron a Pío y Martín.
Ante los hechos, no queda más que promover la participación ciudadana para exigir una plena y total rendición de cuentas al presidente y su gabinete. No es posible que estando a dos años de que esta administración concluya, sigamos escuchando los mismos argumentos de campaña y estemos en peores condiciones que en diciembre de 2018. Es posible que entre todos trabajemos para cambiar el destino de nuestro país. México lo necesita y lo merece.
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