Un gobernante que ordena perseguir opositores con toda la fuerza del Estado y justifica esas acciones, es indigno del mandato supremo que obtuvo en las urnas.
Fiel a su estrategia de confrontación y alejado de las mínimas prácticas democráticas que llaman al derecho a disentir, al respeto y a la aceptación de resultados, el presidente de México decidió endurecer la narrativa de linchamiento y violencia contra el bloque opositor que no votó a favor de su Reforma Eléctrica. Bajo su código terrorista, los ha llamado “traidores a la Patria”. A pesar de que conocía de antemano el sentido de la votación, desató una artera persecución justificada en un nacionalismo que no existe, pero que bien utiliza en su discurso ideológico.
Hablar de traición, según el diccionario, es referirse “al acto o conducta de deslealtad o falta de compromiso que existe entre dos o más involucrados”. Luego entonces, un traidor es quien no cumple su palabra y quien pretende ignorar sus principios. Y en López Obrador encontramos muchos actos de traición a “sus principios” de no mentir y no robar, empezando porque desconoce el básico elemental que el gobernante juró guardar y hacer guardar la Constitución Política de México, y contrario a ello ha violado constantemente el orden constitucional, con interpretaciones a modo, en las que reconoce que a él no le pueden salir con el cuento de que la ley es la ley, Prioridad es su justicia selectiva y la conformación de equipos bajo su principio de ‘lealtad ciega’.
Traiciones han sido muchas desde que inició su administración: eliminó las estancias infantiles, aunque prometió continuar con ellas para ayudar a las madres trabajadoras; aseguró que tendría una fiscalía independiente sin fiscales carnales, y no lo cumplió; dijo que respetaría la división de poderes, y hoy vivimos en una absoluta falta de legalidad y Estado de derecho; dejó sin medicamentos y tratamientos a pacientes de cáncer, muchos de los cuales desafortunadamente perdieron la batalla; desapareció el Seguro Popular, prometiendo un sistema de salud inigualable y dejó sin atención médica a millones de mexicanos; creó una Guardia Nacional que ha hecho de todo menos combatir a la delincuencia y garantizarnos paz y seguridad… nos han dejado expuestos a las formas violentas de los delincuentes (que incluyen balazos), quienes, desde 2018 reciben abrazos, saludos y hasta reconocimientos por “portarse bien” con el gobierno, que para cualquier persona significa el privilegio de la impunidad.
Ante la evidencia de actos de corrupción y extorsiones que han alcanzado su vida política y familiar, prefiere hablar de “aportaciones” que justifican los ilícitos; si la última instancia electoral confirmó los delitos de su secretaria de Educación, ¡qué importa!, el que manda despacha en Palacio Nacional y ahí se purifican los atracos, porque fueron para la útil causa del movimiento electoral. Aunque se demuestre la corrupción en su equipo, no hay de qué preocuparse, porque en otros tiempos “el PRI robaba más” y no hay punto de comparación, pero eso sí, que no se dude de la venganza y todo el peso de la ley amloísta. Tiemblen, porque al que traiciona al mesías de Macuspana, le cambiará el color de su destino, por eso, sin recato ni pudor, utiliza las instituciones del Estado mexicano para investigar, obtener y difundir información y datos sensibles de sus “enemigos políticos”. Todo en él es válido.
Si hemos tenido un presidente traidor ese es López Obrador, secundado por su gabinete y aliados políticos que son indolentes y cómplices. Listos y dispuestos a arrinconar su prestigio y su pasado, con tal de no quedar fuera de la regeneración traicionera y corrupta. Por ello es que ya a nadie sorprende la cotidiana traición a sus palabras y a sus hechos, pues a base de mentiras ha logrado acomodar su narrativa a conveniencia; sus actos han demostrado quien es quien la traición.
No es cosa menor el linchamiento a los legisladores, pero también a las mujeres, a los padres de familia de los niños con cáncer, a los periodistas, a los estudiantes, a los defensores de los derechos humanos, en resumidas cuentas, a todo aquel que se aparte de su visión. No es posible que, en esta campaña terrorista, el espacio público sea el nuevo campo de exterminio.
Desde la sociedad civil, los partidos políticos y todos los que queremos al país, debemos exigir un presidente que gobierne para todos. Urge desenmascarar la simulación y el supuesto amor a México. Un gobernante que ordena perseguir opositores con toda la fuerza del Estado y justifica esas acciones, es indigno del mandato supremo que obtuvo en las urnas. Él lo sabe, aunque se niegue a aceptarlo.
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