De todos es conocido que el presidente Andrés Manuel López Obrador adelantó, por lo menos 3 años, la sucesión presidencial. Al viejo estilo de su partido de origen “destapó”, como él mismo las ha llamado, a sus “corcholatas” para sucederlo en el encargo. Nadie se ofendió o indignó por el sobrenombre que les impuso, inclusive algunos hasta con orgullo se sienten alabados por ser parte de sus opciones, aunque sea ofensiva y denigrante la forma en la que los describe.
Alrededor de este hecho, la ley se ha violado constantemente. Los mexicanos hemos visto la repetición de las viejas prácticas que tanto dijo rechazar, como es el uso del aparato del Estado y de los recursos públicos para que sus favoritos hagan campaña fuera de las reglas. Ganó gubernaturas para su partido, y ahora lo confirmamos, con la ayuda económica y violenta del crimen organizado, y de la misma manera, las y los gobernadores de Morena han “aportado voluntariamente” los recursos públicos de sus entidades para lograr el propósito y la tarea que les asignó López Obrador.
Periodistas, columnistas, políticos e incluso ciudadanos de la oposición -porque sus afines sólo esperan instrucciones- se han encargado de repetir que sus 3 favoritos son aspirantes con “mucha fuerza”, que encabezan las encuestas y que no hay nadie opositor que les compita. No discuto la relevancia que le dan al tema de los sondeos de opinión porque son fotografías del momento, pero sería inconcebible que esto no sucediera con todas las violaciones a la ley, con todo el despilfarro del dinero público y con la indiscutible intervención del gobierno federal.
Al margen de los errores que hemos cometido quienes pertenecemos a partidos políticos que no compartimos la forma de gobernar del presidente, pero especialmente por la falta de estrategia de las dirigencias partidistas, la idea de que no hay oposición se ha reforzado. Estamos ansiosos -al igual que me lo han comentado analistas políticos, periodistas y amigos que muestran su preocupación- porque “no tenemos candidata o candidato que les pueda ganar”. Por tanto, se piensa que requerimos para competir a alguien con características similares a las del presidente, es decir, una o un populista, aunque no tenga la menor idea de lo que significa la responsabilidad de dirigir al país.
El oficialismo apuesta al olvido de la sociedad, porque nuestra memoria es tan corta que a algunos no les permite cuestionar el desastre en el que se ha convertido el país en los últimos 4 años y el que desafortunadamente vamos a heredar. Muchos son los problemas nacionales que se han agudizado y nos dejará otros adicionales que son preocupantes, como es la participación política abierta del ejército y también la operación a favor de Morena por parte de grupos delincuenciales, todo esto resultado de la forma en la que elegimos gobernantes y que se ha autodenominado “el cambio de régimen”. López Obrador es producto no de lo que hicimos, sino de lo que dejamos de hacer.
En una autocrítica respetuosa y sin dejar de reconocer los avances en política pública en el año 2000, el de la alternancia, tuvimos un excelente candidato que nos convocó a “sacar al PRI de Los Pinos”; la expectativa fue tal que pensamos que los problemas de México se podían resolver en “15 minutos”; no supimos explicar y comunicar que hubo mejoras en la forma de gobernar, y que padecimos a quienes dirigían al PRI, negados a apoyar lo que era bueno para el país. De hecho, en la siguiente elección con Felipe Calderón, cuyos resultados están a la vista y que demuestran que se asumió como jefe de Estado y buscó un gobierno para todos, tampoco fuimos eficientes en nuestros mecanismos de comunicación con la sociedad. Fuimos monotemáticos en el tema de la seguridad y a pesar de que hay más mitos que verdades al respecto, hubo avances que no se pueden regatear más que con mentiras y calumnias.
Luego empezamos con las banalidades: Peña Nieto no llegó al poder por ser eficiente, sino por ser “guapo” … era la imagen que buscaba el nuevo PRI y fue replicada en el país, con personajes que tuvieran esas mismas características. Siempre supimos lo que nos esperaba, pero nos negamos, a ver esa realidad. Algo similar sucedió con Andrés Manuel, candidato de las promesas, presidente de la corrupción y las mentiras.
En los últimos meses, me he cuestionado si aprendimos o no la lección. Estoy segura de que no. Ni Claudia Sheinbaum, ni Marcelo Ebrard, ni Adán Augusto López serían buenos gobernantes, pues traen consigo el modelo de destrucción obradorista, cargan sobre sus hombros la corrupción, los muertos de la línea 12 del metro, la ineficiencia en el servicio público y para colmo, nos enteramos por el hackeo a los servidores de la Sedena, que al menos el número 2 del país, está vinculado con cárteles de las drogas y el huachicol. ¿Eso es lo que queremos para México? Yo no. Me niego rotundamente a que ese sea el destino de nuestra patria.
Los partidos políticos de oposición han empezado con ejercicios que pretenden mostrar algunas de sus cartas. En esta ocasión, me referiré sólo a quienes participaron en “Diálogos por México”, encuentro convocado por el PRI (en una siguiente entrega plantearé mi opinión sobre las propuestas de mi partido Acción Nacional), en específico a 2 de las participantes en esa pasarela, en la que Alejandro Moreno no perdió oportunidad para sacarse la foto con todos, a pesar de que sus compañeros de partido no confían en él y los ciudadanos, menos.
Si bien en lo personal no comparto ideario o estilo siquiera de gobernar del PRI, eso no me impide reconocer que hay políticos forjados en la lucha social y con amplias trayectorias que me parece dignifican la política. Es cierto, no son populares, pero sí capaces: Claudia Ruiz Massieu y Beatriz Paredes Rangel, políticas que mostraron de qué están hechas.
En un momento en donde predomina el discurso de la paridad, ellas han mostrado en sus trayectorias y trabajo parlamentario, que sus carreras están sostenidas por su esfuerzo, por su dedicación, por su preparación, sin esperar a que sea su “líder partidista” el que les levante la mano. ¿Es suficiente para ganar la elección en 2024? Quizá no, pero la realidad es que de los 3 senadores que se negaron a apoyar las pifias de su presidente con la militarización, Claudia y Beatriz mostraron su fortaleza política; no perdieron la compostura en el Senado, a pesar de las provocaciones y el estilo que ha impuesto Morena. No sólo reconozco sus discursos en esa discusión parlamentaria tan importante, sino su participación autocrítica en el evento en donde frente a su presidente de partido y compañeros priistas centraron su disertación no en quien habita Palacio Nacional, sino en las fallas que su partido ha cometido y la necesidad urgente de cambiar la estrategia.
No conozco más detalles que lo que veo desde fuera en sus carreras políticas, pero puedo decir con certeza que valoro enormemente que mujeres que hacemos política tengamos la capacidad de enfrentar la misoginia y apartarnos un poco de las élites, en circunstancias como las que vivimos, y eso Claudia Ruiz y Beatriz Paredes lo están haciendo con gran valor, con carácter y coraje, características que ante el presidente López Obrador hoy son fundamentales.
Soy panista y jamás he negado mi militancia. Lucho dentro de mi partido por ayudar a su democratización y a que vuelva a su origen; acepto las reglas y compito con ellas y haré lo posible porque sea alguien postulado por mi partido,
quien enfrente esta batalla que debemos ganar para el 2024, lo cual no me impide reconocer en otras mujeres de partidos políticos distintos al mío, cualidades necesarias en un país donde ser mujer y ser política, aún es complicado.
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