En junio de 1997 irrumpía en la televisión mexicana, una telenovela cuyo contenido disruptivo la posicionó entre la población como una de las más vistas en el país. La protagonista, una mujer de 50 años, después de 27 años de matrimonio y una vida al servicio de su esposo infiel, se reencuentra con sus aspiraciones y sostiene un romance con un hombre 16 años menor que ella. ¡Vaya polémica que causó entre la opinión pública!
Más allá de la historia central de un romance “atípico”, lo que provocó furor era la imagen de una mujer que rompía la barrera de lo tradicional al empoderarse poco a poco. La trama fue la adaptación de una serie colombiana que produjo Argos Televisión para TV Azteca, y sí, el productor era Epigmenio Ibarra, el propagandista favorito de Andrés Manuel López Obrador, presidente de México.
¡Quién iba a pensar que 27 años después, aquel hombre que mostraba ante la pantalla que las mujeres mexicanas podían romper el molde tradicional, en la vida real sea incapaz de reconocer la capacidad y la fuerza en una mujer que también ha roto los prototipos protagónicos de la política en nuestro país: Xóchitl Gálvez!
Para nadie es desconocido que en marzo del 2021, la empresa del productor fue favorecida con un préstamo de 150 millones de pesos por parte del gobierno mexicano. Él, junto con Jesús Ramírez, vocero presidencial, y un grupo “selecto” de guionistas y caricaturistas, crearon el mito de “el gobierno más feminista de la historia” y “el gobierno de primero los pobres”.
Pero bastaron unos días para que la incursión de Xóchitl Gálvez al escenario de la contienda presidencial los mostrara tal cual son: ni feministas, ni primero los pobres ni mucho menos representantes del combate al racismo y al clasismo. Lo sucedido en las últimas dos semanas ha dejado completamente al descubierto el verdadero talante del rey de palacio y de todo su equipo: no conciben ni aceptan el hecho de que una mujer tenga la capacidad de tomar decisiones por ella misma y en beneficio de la comunidad.
Si es Beatriz Paredes, está presente la clase política de un viejo régimen autoritario. Si es Lilly Téllez, son los medios perversos los que responden a los conservadores. Si es Claudia Ruiz, entonces están detrás los oscuros personajes de su “linaje político”. Y ahora que aparece Xóchitl, es el mafioso sector empresarial el que mueve los hilos de su candidatura. Total, ninguna, desde la visión palaciega, tiene los méritos ni la trayectoria y mucho menos la inteligencia, por sí misma, para competir por el poder ejecutivo. Desde su mezquindad, ellas siempre han de tener una figura masculina que las manipula y a la cual obedecen… algo así como lo que, insistentemente se afirma él ha hecho con las mujeres de su administración.
Todas ellas son mujeres que tienen sus cualidades, que han forjado trayectorias individuales muy valiosas, y no tengo ninguna duda que todas han aportado, con su propia mirada de mujer, algo positivo. Son ellas y solo ellas, al igual que millones en este país, dueñas de sus propias decisiones. El presidente y su equipo profesional de descalificadores, me recuerdan una y otra vez, la incansable lucha de los derechos por las mujeres, en particular cuando se les negó el derecho al voto porque solo sus maridos eran los que debían votar y definir lo que era “conveniente” para ellas.
La discusión pública en el noticiero de Ciro Gómez Leyva entre Epigmenio Ibarra y la senadora Gálvez es la muestra clara de hacia dónde dirigirá el inquilino de Palacio Nacional sus ataques en la “defensa” de su mal lograda transformación; se dice el más feminista de la historia, hasta que se le apareció una mujer que genera simpatía, que tiene competencias y que ha decidido levantar su voz para ser respetada.
Mucho se ha dedicado a atacar y poner en duda la capacidad de Xóchitl, cuando este adelantado proceso electoral deja al descubierto las cifras trágicas de lo que significa este gobierno en todos los rubros: masacres, homicidios dolosos, feminicidios, secuestros, desapariciones, pobreza, falta de política en salud y un largo etcétera que ya hemos abordado en diversas columnas.
El presidente y su movimiento pensaron que México era suyo. Desdeñaron a la oposición, especialmente a los mexicanos, porque pensaron que dividirnos entre ricos y pobres, chairos y fifis era la estrategia electoral perfecta para mantener al país sometido al odio y al miedo.
Ellos y solo ellos sienten que tienen el derecho de definir quiénes somos los mexicanos; parece que establecieron una especie de catálogo para colocarnos, según les convengan, en las categorías que ellos eligen y lo hacen, además, bajo el engaño de que sólo buscan la igualdad y el bien para los más desprotegidos.
El originario de Macuspana olvidó que México no es blanco y negro; pasó por alto que millones de mexicanos aspiracionistas saben perfectamente que él y su movimiento no están interesados en acabar con la discriminación ni con la pobreza, esas que dicen combatir, pero que en realidad ni las conocen, pues no son su causa, siempre han sido y serán, su pretexto, porque esto les permite mantener la narrativa presidencial.
Y por si eso fuera poco, un eufórico López Obrador festejó lo que debería avergonzarlo. Nadie puede sentirse orgulloso de que miles de balas, producto de los abrazos que da al crimen organizado, enluten todos los días los hogares mexicanos.
Nadie debe sentirse orgulloso, con la cantidad de recursos públicos existentes, por la muerte de miles de fallecidos (niños con cáncer, enfermedades crónico degenerativas, Covid, por mencionar algunas), ante la carencia de medicamentos o ineptitud de la administración perversa en el sector salud.
Nadie podría sentirse orgulloso por tanta muerte y tanto dolor que el gobierno pudo haber evitado, salvo el que miente y traiciona la confianza de los gobernados.
Así es que por fin, en el ocaso de su fallido gobierno, el presidente tal cual lo ha repetido una y otra vez, “fuera máscaras” y su machismo quedó al descubierto. Se descompuso el “hombre bueno” para mostrar su verdadero y único rostro: el autoritario, intolerante y dispuesto a la descalificación.
Por eso no sobra recordarle que fuimos las mujeres que en el 2019, sin miedo, salimos a tomar las calles a defender nuestros derechos mientras él ordenaba amurallar su palacio, tal y como ha estado todo su gobierno.
Hoy nos toca enfrentar todo tipo de obstáculos, derribar las barreras que nos pongan, para lograr un gobierno que nos respete a nosotras, nuestros derechos y entienda nuestras causas, porque ante los ojos abiertos de millones de mujeres que hemos padecido sus abusos desde el gobierno, al presidente y a los machos que lo acompañan, no les quedará más que bajar la mirada, cuando la fuerza de quienes hemos sobrevivido a sus violencias, irrumpan en las urnas en junio de 2024.
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