Hay quienes consideran que la propuesta de reforma electoral que Andrés Manuel López Obrador envió a la Cámara de Diputados y que redactaron entre otros actores, Pablo Gómez, Titular de la Unidad de Inteligencia Financiera (IUF), y Horacio Duarte, extitular de Aduanas del gobierno Federal, es la “madre de todas las batallas” que debemos enfrentar los mexicanos, por los graves retrocesos que implica.
Los diversos pronunciamientos públicos de grupos, organizaciones sociales, miembros de partidos políticos de oposición, organismos internacionales, activistas, asociaciones empresariales y religiosas, entre muchos otros, advierten que las modificaciones propuestas impactan en la calidad democrática de México. Sobresale especialmente el insistente capricho de dinamitar a la institución que organiza, vigila, fiscaliza y sanciona todo lo relacionado a los procesos electorales federales y que garantiza los principios constitucionales de certeza, legalidad, imparcialidad, objetividad y máxima publicidad, para elegir a nuestros representantes populares.
Desde que empezó este sexenio, se inició una campaña desde Palacio Nacional para debilitar al Instituto Nacional Electoral (INE); el golpeteo a los consejeros electorales ha sido ininterrumpido.
Descalificaciones y más descalificaciones han sido la constante. La referencia permanente es que el titular del Ejecutivo se ha mostrado como víctima de un supuesto “fraude electoral” en el 2006 que no ha podido acreditar. En cambio, olvida la “caída del sistema en 1988”, orquestada por uno de sus más cercanos amigos y colaboradores, Manuel Bartlett -en ese momento secretario de Gobernación-, que le quitó el triunfo a quien fuera uno de sus mentores e impulsores: Cuauhtémoc Cárdenas.
En lo personal, estoy segura de que alrededor de esta propuesta, hay otros elementos legislativos y de operación que cierran la pinza para lograr el propósito amloísta: mantener, a toda costa, la presidencia, y para ello, se utilizarán todos los instrumentos y recursos del Estado -económicos y humanos- para ganar las elecciones en estados y municipios. La reciente reforma a la Guardia Nacional es el complemento ideal -igualmente riesgoso incluso para él y el ejército- para convertir a México en el país de un solo hombre y movimiento, porque Morena, aunque tiene registro oficial como partido político, no puede considerarse como tal.
En el marco de esta discusión, se ha convocado a una marcha el día 13 de noviembre para manifestarnos en defensa del INE. Añadiría que también es para defender la democracia, el Estado de Derecho, la división de poderes y la autonomía y el fortalecimiento del órgano constitucional autónomo. La democracia no es un tema menor y todos estamos convocados a dar la batalla.
Algunos periodistas y analistas reconocidos, como Joaquín López Dóriga, han señalado que no están de acuerdo en que “un empresario y políticos del ayer sean los guías y convocantes de México de hoy”. La réplica, aunque poco trascendente, se ha dado también en las redes sociales y conversaciones de WhatsApp; hay quienes incluso han solicitado que partidos políticos y sus integrantes no acudan a esta convocatoria, “pues el tema es ciudadano y no debe politizarse o partidizarse”. En una de sus columnas, Salvador Camarena escribió que “no se puede ser político y activista al mismo tiempo”, (aunque el señalamiento se hizo exclusivamente a un empresario y su participación en la conformación de coaliciones electorales).
Derivado de lo anterior, me parece un grave error seguir con la narrativa de la división social -como lo hace el presidente-, que también abona al debilitamiento de las instituciones partidistas, que son mucho más que sus dirigentes. Comprendo y comparto, con ambos, que estamos ante una crisis de credibilidad del sistema de partidos, bien ganada, por cierto, por los errores y omisiones cometidas, por actos imperdonables de muchos políticos, por las prácticas antidemocráticas que, para nuestra desgracia, repiten el modelo del presidente de México y resta confiabilidad cuando a este se le exige lo contrario.
En el discurso presidencial, una de las estrategias para replegar a la oposición es la descalificación constante que hace de la clase política, a la que él pertenece y de la que ha sacado jugosas ganancias toda su vida. Como si fuera un acto de “levitación”, ha logrado colocarse como un personaje que no se ha manchado en el “fango de la política”, aunque las evidencias con las que ahora contamos nos indican que representa lo peor de todo lo que critica; su gobierno es la copia fiel de la corrupción, la mentira, la indolencia, la ineficiencia y el abuso de poder.
Con firmeza les digo: los que militamos en un partido político de oposición estamos obligados a participar en todas las acciones para defender al INE, como lo es la manifestación del domingo 13 de noviembre. Los más interesados en que se respeten las reglas de competencia, que no existan privilegios para ningún participante y que el árbitro no esté vendido, somos los partidos políticos. Por eso, desde 1996 tenemos un organismo que no obedece a los gobiernos en turno.
El desastre de gobierno que hoy tenemos es también consecuencia de nuestras omisiones, de nuestras debilidades, de la falta de carácter para enfrentar al autoritarismo; de meter la cabeza en la tierra como los avestruces y de no combatir con la fuerza necesaria dentro de nuestros partidos, las prácticas que tanto rechazamos del rebaño morenista.
Este es el momento de no temerle a la participación, al contraste de ideas y comparación de resultados de gobierno. Hemos permitido que, ante nuestra tibieza, se desconozcan nuestros aciertos. Respeto a quienes piensan distinto, también a quienes “temen” reconocer que hubo cosas que se hicieron bien, pero prefieren omitirlo para no ser considerados afines a algún partido político, pues para el presidente solo existe un México en blanco y negro. Es tiempo de mostrar que somos un país de colores y de respeto a la pluralidad, donde se han construido las mejores propuestas con la participación de todos.
A mis compañeros y compañeras del PAN les digo: estamos obligados, por la historia y la circunstancia política que vivimos, a retomar nuestro lugar en la vida pública de México. Nacimos precisamente para impulsar la democracia y construir política desde la célula básica de organización política, que es el municipio. Fuimos y debimos seguir siendo activistas por la democracia.
Los vacíos se ocupan y no podemos darnos el lujo de permitirle al dictador de Palacio Nacional que, para invisibilizarnos, nos mantenga arrinconados con nuestra historia, que por cierto no es la que él difunde. Las nuevas generaciones deben conocer quiénes somos y cómo nacimos. Acción Nacional aportó a México su lucha por la democracia; nuestros fundadores tuvieron la valentía y audacia de comprender que los silencios no ayudaban al país.
Es cierto, muchas cosas tenemos que corregir, pero debemos hacerlo en paralelo, dentro de casa y aportando para nuestra patria. Ya fuimos gobierno y debemos reconocer lo que hicimos mal, pero también estamos obligados a, sin miedo, mostrarle a los mexicanos que nuestros gobiernos son los mejores.
Termino con dos frases de Carlos Castillo Peraza: “No me fui en tiempos difíciles, ni tampoco llegué a la hora de las victorias fáciles”. Quienes entramos al PAN previo a ser gobierno federal, conocemos perfectamente lo que significó empezar a gobernar en condiciones adversas. A los ciudadanos, analistas, periodistas y empresarios, les comparto que mi militancia y la de muchos panistas no me han quitado mi calidad de ciudadana. Ya Castillo Peraza lo decía: “No hay que salirse del PAN para ser ciudadanos, porque los que se atrevieron a ser ciudadanos hicieron al PAN en tiempos en los que ya era muy difícil ser ciudadano”.
Ni México nació con López Obrador, ni el PAN llegó a la presidencia de la República despreciando su origen. ¡Participemos el próximo 13 de noviembre en la marcha por la defensa de la democracia!
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