El presidente sólo se presta a conversar con los que acatan sus órdenes, los que no argumentan y los que le juran lealtad ciega para ser purificados.
Frente a la realidad de un país que se desdibuja y se polariza cada vez más, que exige acuerdos y consensos entre el gobierno federal y los partidos políticos de oposición para encontrar las mejores soluciones a aquello que ocupa y preocupa a la población en materia de salud, educación, seguridad, economía, solo queda evidencia del nulo interés del inquilino de Palacio Nacional por tender puentes de diálogo y concordia con quienes no comparten sus propios datos.
No obstante esta cerrazón presidencial, en diciembre del año pasado la dirigencia blanquiazul propuso un encuentro con el Ejecutivo para abordar temas urgentes de la agenda nacional, a lo cual se dijo que sí, pero no cuándo. Sólo unos días después se dio el golpe mediático para tomar algunas fotos del secretario de Gobernación con funcionarios del PAN y establecer posibles fechas para comenzar las pláticas y mesas de trabajo.
Voces triunfalistas e ilusionadas difundieron con singular optimismo el claro avance del trabajo político; por fin, después de casi cuatro años, se daría el espacio para la interlocución, mientras un esquivo Adán Augusto murmuraba “ya pronto”, “vamos a revisar la agenda”, en pocas palabras, “quizás, quizás, quizás.
El resto de la historia consistió en programar y reprogramar citas que una vez tras otra y bajo cualquier pretexto fueron canceladas por el gobierno. Tuvieron que pasar los días, las semanas y los meses para que la dirigencia blanquiazul entendiera el claro mensaje del silencio que conlleva el nulo interés por establecer comunicación con la primera fuerza de oposición. El objetivo fue desgastar a los que tenían la “esperanza” de trabajar por México. Ante semejante golpe, los ilusos se desilusionaron.
Decía don Manuel Gómez Morín “que no haya ilusos para que no haya desilusionados”. Todo parece indicar que los únicos ilusionados por abrir un canal de comunicación y entendimiento político entre el gobierno federal y el Partido Acción Nacional fueron sus dirigentes, quienes por cierto hoy dan por cerrado el diálogo con el gobierno.
¿Cómo se puede dar por terminado un diálogo que nunca existió? Vamos, ni siquiera hubo voluntad política para escucharlos, ni ahora ni desde el inicio de esta administración. Constante ha sido el maltrato, la descalificación, el profundo rencor y resentimiento a todo lo que represente, hable, se vea, huela o recuerde a Acción Nacional. El sembrador del odio gira instrucciones no sólo a morenistas, sino a todo político converso multicolor para difundir que el enemigo de México es el PAN.
Ejemplos hay muchos, tan sólo recordemos ese reclamo del presidente en diciembre del año pasado: “… los opositores le subieron más a la calumnia y al mismo tiempo nos solicitaron diálogo”.
Lo cierto es que nunca hubo acuerdo ni disposición para dialogar, pues el “rey” de Palacio sólo se presta a conversar con los que acatan sus órdenes, los que no argumentan, los que sólo obedecen, los que le juran lealtad ciega para ser purificados. Eso lo sabemos. Nadie puede llamarse a la sorpresa ante lo ríspido de su lenguaje siempre que se refiere a la oposición panista.
Por eso extraña que el Comité Ejecutivo Nacional diera crédito a un gobierno que no se ha cansado de faltar a su palabra. Sin embargo, algo debe dejarle esta experiencia. Así como suplicó diálogo hacia fuera, tiene el deber de fomentar la comunicación interna y la libertad de la militancia para escucharnos y construir propuestas de bien común. Mientras no se entienda que las sumas individuales de legisladores, funcionarios partidistas, militantes, son eso, individuales, no se logrará presentar una opción sólida que llame a la unidad, a un trabajo integral coordinado, que sea tolerante, que aporte, que escuche y atienda, pero sobre todo, que el interés personal no sea el que determine el destino de la gran institución que es Acción Nacional.
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