En octubre de 2017, previo a la elección presidencial, el entonces candidato Andrés Manuel López Obrador aseguraba que en tres años acabaría la guerra contra el narco.
En el vacío quedó aquello que prometía en una visita a Izamal, Yucatán: “vamos a garantizar la paz y la tranquilidad en muy poco tiempo, en muy poco tiempo vamos a reducir la delincuencia, en la medida que va a haber crecimiento económico… a mitad de sexenio ya no hay guerra, no hay guerra y vamos a tener ya la situación totalmente distinta, diferente”.
Por supuesto que no fue la única vez que hizo un pronunciamiento en ese sentido, porque lo suyo es prometer, prometer y prometer, y a falta de resultados, culpar al pasado… de hace más de una década y justificar para evadir su responsabilidad.
Cuando tomó posesión de su encargo y juró guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, repitió, una y otra vez, que tendríamos paz. Luego de su triunfo electoral realizó, bajó la coordinación de la hoy ministra Loretta Ortiz, una serie de foros que denominó “de pacificación y reconstrucción nacional” que, a la luz de sus fallidos resultados -a pesar de aventarse “la puntada” de proponer la creación de una fiscalía especial para la paz-, lamentablemente sólo fue la fachada de un proyecto que nunca se cumplió y que, por desgracia, tiene un saldo de alrededor de 180 mil asesinatos.
La ex diputada federal por el PT y esposa del titular de la Fiscalía Especializada en Delitos Electorales, José Agustín Ortiz Pinchetti, incluso prometió que el presidente pediría perdón a las víctimas de los delitos… pura palabrería que solo ha resonado en actos superficiales, tal y como se comprueba con la manifestación de algunos de ellos afuera de Palacio Nacional -los padres y familiares de los 43 normalistas de Ayotzinapa-, porque se sienten ignorados y traicionados, pues los cuatroteístas han utilizado su tragedia y la memoria de los desaparecidos para lucrar electoralmente. No hubo justicia y sí manipulación y olvido.
En cada informe de gobierno, López Obrador ha buscado afanosamente justificar sus deplorables resultados en materia de seguridad. Activistas que en algún momento confiaron en él y además le apoyaron para ser presidente de México, como Javier Sicilia y Adrián LeBaron, han manifestado su decepción e inconformidad, porque del candidato, nada quedó, mas que la deshonrosa mentira de lograr la paz y que tanto indigna a los mexicanos.
Quienes confiaron en él nunca imaginaron el verdadero significado de sus palabras, pues en realidad esa promesa iba dirigida a otros destinatarios: ¡sí, los grupos criminales, no los mexicanos que desean vivir sin miedo! Es evidente que seis años después, durante su gobierno, el crimen organizado se ha apoderado, con una violencia sin precedente, de gran parte del territorio nacional y él lo sabe.
Por eso resulta inconcebible que hoy, con profundo cinismo y mayor indolencia, su discípula vuelva a prometer lo que no fueron capaces de cumplir.
La candidata del tabasqueño, en uno de los eventos de arranque de campaña y en su afán de contrastar su propuesta, aseguró: “ya escuchamos que tiene que ver con mano dura, con mega cárceles, con guerra y nosotros lo que proponemos es construir la paz”.
¿De qué paz habla Claudia Sheinbaum?
¿La de los cárteles que mandan mensajes por video al inquilino de Palacio Nacional?
¿La de los grupos que matan, reclutan y someten a los jóvenes que no perciben ningún futuro con la transformación?
¿La que genera impunidad ante la omisión de los gobiernos morenistas, como los de Zacatecas, Morelos, Sinaloa, Baja California, Sonora, Veracruz, Chiapas, Tabasco, entre otros?
¿La que mantiene a las madres buscadoras pidiendo piedad al crimen organizado para seguir buscando a sus hijos?
¿La que justifica y admite que los Obispos de México busquen poner un alto a las arbitrariedades de los delincuentes, en aras de la seguridad y tranquilidad de los habitantes de comunidades y municipios completos?
¿La que define que el único derecho para vivir en paz es pagar derecho de piso?
¿La que no permite a millones de mujeres salir a las calles sin el temor de ser violadas o asesinadas y a los transportistas transitar libremente por las carreteras del país?
¡No, eso no es paz! Esa es la guerra que le declaró el presidente López Obrador a las y los mexicanos, al aliarse por acción u omisión con los grupos criminales.
Así como alguna vez la exigencia obradorista fue “separar al poder político del poder económico” -que por cierto tampoco se cumplió y de hecho, se hizo más descarado, baste mencionar a su familia-, hoy los mexicanos le exigimos a López Obrador que asuma su responsabilidad y, con todos los instrumentos del Estado, evite que el crimen organizado tenga participación alguna en el ámbito político electoral.
Por eso es fundamental el planteamiento que Xóchitl Gálvez hizo al arranque de su campaña:
“La disyuntiva para México en esta elección es muy clara: continuar por el mismo camino, lo que significaría claudicar ante la delincuencia, o luchar para defender a las familias, defender a los jóvenes, o defender a quienes trabajan y a quienes se esfuerzan”.
¡La decisión está en cada uno de nosotros! El próximo junio, al llegar a la urna, los mexicanos que deseamos vivir sin miedo votaremos, como bien dice Xóchitl, para que se acaben los abrazos a los criminales y para que el gobierno sea el responsable de nuestra seguridad.
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