Nada más nunca pudo establecer mínimos parámetros de la tan prometida paz anunciada en campaña, que solo se quedó en buenos deseos.
El relevo en la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana era inminente desde que el otrora titular, Alfonzo Durazo, tomó posesión del cargo, porque desde el inicio de su gestión fueron evidentes dos hechos: utilizar el trampolín político de su posición para seguir el llamado de sus intenciones electorales y convertirse en el foro para manifestar lo que el presidente quería escuchar en eso de las culpas al pasado
Nada más nunca pudo establecer mínimos parámetros de la tan prometida paz anunciada en campaña, que solo se quedó en buenos deseos. Los abrazos y no balazos fueron insuficientes para convencer a los delincuentes de dejar de hacer daño a la sociedad.
La fallida estrategia de seguridad ha sido eso, fallida estrategia. Durazo afirma que “ningún área está dominada por el narco”, palabras comprometedoras a la luz de acciones como la liberación de Ovidio Guzmán, la participación en los festejos de las familias criminales y el saludo personal a la madre del señor Joaquín Guzmán, a quien el presidente no le gusta llamar “El Chapo”.
Falsa expectativa generó, entonces, la recién creada Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana. A dos años de distancia, tremenda herencia deja el exsecretario: un México convulsionado por la violencia como nunca, donde el secuestro, el narcotráfico, el cobro de derechos de piso, la trata de personas, la extorsión, la guerra entre cárteles, nada más no dan tregua.
La casi designación de Rosa Icela Rodríguez como titular de esta dependencia puede representar el necesario golpe de timón para enfrentar los niveles de inseguridad existentes en territorio nacional y disminuir la violencia homicida que, con todo y pandemia, ha alcanzado índices históricos, siempre y cuando la dejen actuar y no sea parte de un “nombramiento decorativo”, sometido a la instrucción presidencial.
Su perfil profesional no está en duda, pues en el desempeño de sus distintas responsabilidades y en el desarrollo de capacidades y habilidades para avanzar, se ha conducido con prudencia, aunque no se haya especializado en temas de seguridad.
Por cierto, como secretaria de Gobierno de la Ciudad de México, en el mes de enero de este año, junto con el subsecretario del Sistema Penitenciario de la capital, Hazael Ruiz, le tocó declarar sobre la fuga de tres delincuentes del Reclusorio Preventivo Varonil Sur, integrantes del Cártel del Pacífico, vinculados a “El Chapo Guzmán” y que serían extraditados a Estados Unidos por delitos contra la salud y asociación delictuosa.
En fin, Rosa Icela recibirá del exsecretario un país que, dice Durazo, olía a pólvora cuando tomaron el poder. Heredará más de 66 mil muertos del presidente López Obrador; una Guardia Nacional más militarizada que civil; un sistema de seguridad pública colapsado, inoperante y fracturado con los gobiernos estatales, que tiene en el olvido el fortalecimiento de las policías estatales y municipales; un descontrol en movimientos delictivos que tienen tomadas las casetas de peaje o vías de comunicación y cuentan con “licencias de impunidad”.
Su reto será bajar los índices delincuenciales y garantizar la tan anhelada, prometida y necesaria paz nacional. En estos momentos de desolación, miedo e incertidumbre por el fracaso en materia de seguridad, lo mejor que le puede pasar al país es el cambio en la titularidad de la SSPC.
Urge una verdadera y real estrategia para enfrentar a los delincuentes, con un ejercicio racional y eficiente del poder público que defienda y proteja a los ciudadanos, aplique las normas y respete el Estado de Derecho, en el que la autoridad asuma sus obligaciones, sin propiciar el encono y la división entre las y los mexicanos.
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