Apenas en enero de 2022, el gobierno de México publicaba en su página de internet oficial, una entrevista con Juan Antonio Ferrer Aguilar, titular del Instituto de Salud para el Bienestar (INSABI): “Con la creación del INSABI hemos avanzado en garantizar el acceso a la salud”.
El funcionario presumía, entre otras cosas, que a través de la dependencia había médicos suficientes para atender a la población y que para el año que comenzaba, estaban garantizados los medicamentos; hablaba de “los muchos hospitales” que había construido y aseguraba que por fin, “había justicia laboral para el personal de salud”.
15 meses después, los legisladores del partido oficialista ponían uno de los últimos clavos al “ataúd” de un instituto que nació enfermo y que fue el vehículo que el presidente Andrés Manuel López Obrador -solo en su narrativa- utilizó para “conducirnos al primer mundo”, prometiendo un sistema de salud como en Dinamarca, del cual nos encontramos cada vez más lejos.
Poco había importado, al inicio de su gobierno, que se destruyera y desacreditara uno de los programas más exitosos en política pública, que tenía muchas áreas de oportunidad para mejorar, pero que, sin duda, fue un gran avance que proporcionó servicios de salud a la población vulnerable. 15 millones de personas amanecieron, el 1 de enero de 2020, con la noticia de que no habría más Seguro Popular, esquema de atención “neoliberal, fifí, clasista, inservible, corrupto”, según lo describía el presidente López Obrador desde sus mañaneras.
De poco sirve lamentarnos ahora de lo que ya sabíamos iba a suceder. El colapso del sistema de salud era evidente: ni médicos, ni medicinas, ni infraestructura. Miles de personas perdieron la vida y 75 mil millones de pesos anuales no fueron suficientes para evitarlo. Las quejas y reclamos ante lo que sucedía se fueron apagando poco a poco; hubo denuncias públicas, investigaciones serias, análisis profundos, pero como ha sucedido en prácticamente estos 52 meses, el oficialismo le sigue apostando a la normalización de las tragedias y, en consecuencia, las denuncias no han tenido eco.
El 25 de abril, con la aprobación de la iniciativa para extinguir el INSABI y pasar todas las responsabilidades al IMSS-Bienestar, la cuarta transformación hizo público su fracaso en materia de salud. Es cierto, no lo han aceptado, de hecho, siguen justificándose y, a través del diputado Emmanuel Reyes Carmona, presidente de la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados -orgulloso miembro y defensor del líder de la Luz del Mundo, Nasson Joaquín, sentenciado en Estados
Unidos por diversos delitos sexuales- dieron el tiro de gracia y brindaron, una vez más, la ofrenda al patriarca.
Los morenistas compiten entre sí todos los días para ver quién queda mejor parado ante su mesías. Actúan igual que una secta, el país no importa, mientras tengan “la bendición” de su todopoderoso jefe.
Y para colmo, aprovechando el caos generado desde Palacio Nacional por la salud del tabasqueño -que ha demostrado una y otra vez ser el perfecto rey de la manipulación y la victimización-, junto con la desaparición del INSABI, los legisladores cuatroteístas, fieles a su costumbre de levantar la mano sin al menos leer lo que votan, aprobaron, entre otras cosas:
1. Entregar, por tiempo indefinido, el Tren Maya al ejército mexicano.
2. Militarizar el espacio aéreo.
3. Entregar para su operación, un fideicomiso turístico, sí, también al ejército. ¡Todo sea para mantener contento al general secretario, total, todavía faltan países que debe conocer junto con su familia!
4. Vender los bienes nacionales sin ninguna vigilancia y, para no perder la costumbre de ideologizar todo, aprobaron la nueva Ley de Humanidades, Ciencia, Tecnología e Innovación. ¿Qué pensarán ahora los científicos que vieron, al igual que otros sectores, que todo lo que les prometieron era mentira?
Hemos constatado en estos días que el presidente -como lo señalé en diversos espacios- usa también su salud como “estrategia electoral”. Parafraseando a un “distinguido” miembro de la cuarta transformación, hemos visto cosas repugnantes en estos días y puedo asegurar que, con MORENA, se ha dado por inaugurada la escuela de los miserables.
Por todo esto, no puedo evitar cuestionar a los líderes de oposición. ¿Qué no se supone que en el 2021 nos dijeron que debíamos festejar que le hubiéramos quitado la mayoría calificada del Congreso a MORENA? ¿De verdad pretendemos seguir en el autoengaño y la complacencia?
Comparto lo que muchos mexicanos han señalado sobre hacer a un lado nuestras diferencias internas, pero no puedo aceptar que esta circunstancia sea el pretexto perfecto para que los presidentes de los partidos opositores no rindan cuentas a los militantes y a los ciudadanos sobre el papel que están desempeñando, frente a la destrucción nacional que se intensifica todos los días.
Es necesario y fundamental entender que es urgente cambiar la estrategia. Los cuestionamientos sobre la tibieza con la que se ha actuado ante el agandalle morenista deben ser atendidos con humildad, pero también con fortaleza que nos permita construir un mejor proyecto electoral para el 2024.
No desdeño, es más reconozco y valoro, las batallas argumentativas que se han dado en las discusiones en la Cámara de Diputados, pero si no se complementa con más acciones territoriales que contrarresten la fuerza electoral que ilícitamente se está ejecutando a favor del partido oficialista desde el gobierno y con un jefe al frente que no está interesado en gobernar para todos, los resultados seguirán siendo los mismos.
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