Se anunció recientemente la creación de dos nuevos partidos políticos identificados con la oposición. Antes, se habían registrado ante el Instituto Nacional Electoral diversas agrupaciones políticas, la mayor parte identificadas con el oficialismo. Es derecho de los mexicanos agruparse como consideren para participar activamente en la vida electoral del país, eso nadie puede negarlo, pero es fundamental analizar el tema a la luz de las siguientes interrogantes:
1. ¿Un nuevo partido es la solución ante la baja calidad democrática en el país?
2. ¿Será opción para fomentar la participación del electorado ante la evidente simulación de ser un instrumento democrático?
3. ¿Los problemas de los mexicanos se resuelven con la aparición de nuevas fuerzas políticas?
4. ¿A quiénes agruparán?
5. ¿Conviene al régimen la creación de otros partidos, si tiene como propósito pulverizar a la oposición?
Al día siguiente de la elección interna del PAN, una periodista afín al régimen, en entrevista, cuestionaba mi decisión de quedarme en el partido al que pertenezco desde hace casi tres décadas, pregunta que incluso me han hecho en redes sociales, amigos y seguidores, por mi posición crítica del grupo que controla las dirigencias nacionales y estatales. Mi respuesta, simple: el problema de fondo en el país es la predominante clase política existente en todos los partidos, extraviada en las ambiciones personales, en los propósitos de negocio de unos cuantos y en las complicidades por cargos, posiciones y prebendas que les son benéficas a las cúpulas.
La crisis en todas las instituciones partidistas es evidente: la falta de identidad, de propósito, de formación de cuadros y liderazgos, así como la visión cortoplacista de quienes dirigen… de ahí la poca o nula participación ciudadana. Pero la clase política en realidad es más que solo las dirigencias partidistas; a ellas, hay que sumarle los grupos de interés que se dicen “no políticos”, aunque en realidad intervienen más todavía que, incluso, las bases militantes y que van desde grupos sociales y empresariales hasta medios de comunicación que dirigen las conversaciones de acuerdo con intereses estrictamente particulares.
Frente a la gravedad de lo que vive México hoy en materia de política pública y los gobiernos más ineficientes que hemos tenido en las últimas décadas, priva en muchos personajes la urgencia antes que la paciencia.
Respeto y reconozco en actores políticos, su lucha por este país; es de valorar su valentía, su liderazgo y exigencia al gobierno federal para que corrija el rumbo de México. Sin embargo, me parece que poco se ha entrado al análisis de fondo de lo que sucede. Se pretende lograr lo inmediato, sin comprender que el problema es mucho más complejo. Mientras la política siga girando en torno a lo que se dice y piensa en el centro del país y no a las realidades locales y la reorganización desde los municipios y los estados, la peor clase política seguirá tomando las decisiones.
Cambiarse de partido, de color, de identidad, no hará que desaparezcan nuestras propias historias de vida, nuestras trayectorias profesionales con sus luces y sombras. Por supuesto que respeto a quienes ya no coincidiendo con alguna fuerza política decidan tomar otra opción, porque se vale cambiar de ideas. Lo que no es posible es que se cambie de principios.
Quienes rechazan la corrupción deben hacerlo desde cualquier trinchera; quienes rechazan el autoritarismo deben ser demócratas; quienes rechazan la política improvisada deben, sin duda, prepararse todos los días.
Por eso las batallas deben darse dentro de las instituciones hasta que el ejemplo permee y podamos romper las inercias y costumbres de una clase política poco ética, esa a la que menos importa a quién representa porque, generalmente, se representan sólo a sí mismos. Por eso, reitero: el problema de fondo es esta clase política que se instaló en México y se niega a cambiar, porque a lo único que aspira es a seguir mintiendo para obtener beneficios y privilegios personales y para su grupo.
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