No caería mal un poco de empatía con quienes se quedaron sin trabajo, con los que han engrosado las cifras de pobreza, con las miles de familias que lloran a los ausentes por la pandemia.
Hace unos días se anunció, desde Palacio Nacional, una próxima edición, supongo especial, del “diccionario de las nuevas palabras del periodo neoliberal”, que seguramente en breve saldrá a la luz, tal y como sucedió con el escrito sobre la “economía moral” o la “guía ética” para el país.
La idea empezó por la queja que hizo el Ejecutivo de las palabras que “no entiende el pueblo”, y al parecer él tampoco, como empatía o resiliencia, entre otras. Hasta Miguel de Cervantes Saavedra salió al tema, porque no utilizó el referente de holístico –término recurrente en la sesión de jefes de Estado y de gobierno del G-20– en su obra Don Quijote de la Mancha. Caray, no tengo idea si el gobierno de Morena se percató de que tampoco expresiones como “fifís” o “4T” se encuentran en la historia del Ingenioso Hidalgo.
A estas alturas, ya nada sorprende en la actual estrategia de comunicación política para desviar la atención sobre los graves problemas nacionales, en materia de salud, economía y seguridad. Ante la falta de resultados de beneficio común, el objetivo es imponer una narrativa que culpa al período neoliberal para justificar la división social.
Si algo ha hecho el presidente de manera constante es polarizar a la sociedad mexicana mediante el uso de sus palabras. El “divide y vencerás” –máxima atribuida al emperador romano Julio César– le ha rendido frutos. Hasta el cansancio ha repetido frases convertidas en insultos hacia críticos y opositores que no comparten “sus otros datos”, pero que ahora ya son parte de las expresiones populares y que ha logrado posicionar en su base social.
La demagogia ha prevalecido después de dos años de efervescencia de promesas electorales, a pesar de que la realidad en datos demuestra que no hay crecimiento económico y no se han generado empleos; que no se ha logrado “serenar al país” ni acabar con la violencia; que la justicia es selectiva y el Estado de Derecho pasó a segundo plano para justificar el incumplimiento de las leyes, porque lo que más pesa es la voluntad de un solo hombre; que hoy tenemos el peor sistema de salud –a pesar de la promesa de que a partir del primero de diciembre contaríamos con uno parecido al de Dinamarca, Reino Unido o Canadá–, en el que no hay la debida atención médica y que alrededor de 20 mil niñas y niños con cáncer no han contado con los medicamentos necesarios para sus tratamientos.
Efecto de tanta palabrería son las consecuencias del mal manejo de la pandemia por la irresponsabilidad en la gestión y en las medidas para enfrentarla, con un resultado, hasta el momento, de un millón 250 mil contagiados y 115 mil fallecidos, desastre que nos tiene en alerta máxima.
El uso de las palabras y los mensajes giran alrededor de un solo hombre y su gobierno, que ahora encuentra espacio, como lo hace con el beisbol, para publicar un glosario neoliberal. Mejor sería utilizar el tiempo que se llevaría en buscar y rebuscar pretextos para denigrar a los contrarios y simular que algo se hace, en enfocar esfuerzos para dar respuesta y soluciones a los grandes pendientes que tenemos.
Ahora que se tiene tanto interés en el significado de las palabras para hacer el diccionario presidencial, no caería mal un poco de empatía –que no es otra cosa que la capacidad de ponerse en la situación de los demás–, con quienes se quedaron sin trabajo, con los que tuvieron que cerrar sus empresas, con los que han engrosado las cifras de pobreza, con las miles de familias que lloran a los ausentes por la pandemia, por los que no contaron con sus medicinas a tiempo, por los que recibieron el suministro contaminado de medicamento, por la violencia y los feminicidios.
Sólo se pide un poco de sensibilidad ante ese dolor que era evitable, por elemental sentido humanitario.
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