El presidente excede los límites del culto a su personalidad y evade sus responsabilidades; olvida cumplir su obligación constitucional de velar por la vida y la seguridad de todas y todos.
Hoy se puede asegurar –después de dos años de constante repetición de conductas y de dichos– que el presidente ha gobernado, desde el primer minuto de su mandato, desde el ego, convencido de que México es país de un solo hombre, y con un fuerte delirio de que todos los que no están con él, son sus enemigos; no importa si son políticos, empresarios, especialistas, académicos, profesionistas, madres y padres de niñas y niños con cáncer y de mujeres y hombres con cáncer y VIH, médicos, enfermeras, periodistas, integrantes de organizaciones de la sociedad civil… en fin, son muchas y muchos que por luchar por causas justas y legítimas son el blanco de ataque todas las mañanas.
El país no va bien desde hace poco más de año y medio, porque este gobierno se ha dedicado a destruir (por rencor más que por razón) todo lo que se había avanzado a través de la lucha de muchos años de mujeres y hombres que pugnaron por un país con paridad de género, por estancias infantiles para que las madres y padres pudieran salir a trabajar y darle mejores condiciones de vida a sus hijos, por una Comisión Nacional de los Derechos Humanos independiente del Ejecutivo, por organismos autónomos para acotar las facultades presidenciales y erradicar la corrupción.
No hay crecimiento ni desarrollo económico, ni tampoco inversión; muchas personas han perdido su empleo, la atención a la salud pública y la necesidad de recibir medicamentos y tratamientos está en los peores momentos; cada vez hay más muertes violentas, más feminicidios, más robos, más secuestros; la delincuencia organizada está incontrolable, a sabiendas de que no hay una estrategia de gobierno para combatir a los cárteles más poderosos.
El gobierno está rebasado y no tiene capacidad de reacción, pues la única que existe es el ataque y la calumnia en contra de quienes no piensan igual que el presidente.
El presidente está desesperado, pero en lugar de llamar a un diálogo nacional, se encuentra en un debate interno donde no es posible vislumbrar qué es más grave: su ego o su ignorancia. Mientras esto sucede, con esa arrogancia que lo caracteriza, está más ocupado en demostrar que su voz es la única que cuenta, que sus decisiones y sus órdenes deben acatarse sin que nadie tenga derecho a disentir y muchos menos criticar; excede los límites del culto a su personalidad y evade sus responsabilidades; olvida cumplir su obligación constitucional de velar por la vida y la seguridad de todas y todos.
Es un jefe de Estado que se victimiza por la crítica; ahora resulta que la libertad de expresión y la libertad de las ideas merecen –a su juicio– una “cooperación económica” a su favor que, en términos de crimen organizado, equivale a extorsión.
Las mexicanas y los mexicanos no podemos seguir en esta polarización provocada desde Palacio Nacional; el titular del Ejecutivo Federal debe corregir el rumbo y dejar de lado sus acciones mezquinas y su obsesión electoral por el 2021. México no se merece estar gobernado por un hombre cuyo ego es más grande que su irresponsabilidad.
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